El caso de Mario Villanueva está registrando movimientos extraños. En realidad los ha tenido desde el origen de la investigación contra el ex gobernador: la misma comenzó desde 1997, cuando un narcotraficante de origen beliceño fue detenido en Campeche y, en ese momento, mostró un número telefónico del gobernador de Quintana Roo, asegurando que trabajaba para él y que se comunicaran con su jefe para que lo liberaran. Ahora Villanueva quiere argumentar otras causas para su persecución, pero olvida que incluso para aquellas fechas debió brindar declaración ministerial por esa investigación.
El caso de Mario Villanueva está registrando movimientos extraños. En realidad los ha tenido desde el origen de la investigación contra el ex gobernador: la misma comenzó desde 1997, cuando un narcotraficante de origen beliceño fue detenido en Campeche y, en ese momento, mostró un número telefónico del gobernador de Quintana Roo, asegurando que trabajaba para él y que se comunicaran con su jefe para que lo liberaran. Ahora Villanueva quiere argumentar otras causas para su persecución, pero olvida que incluso para aquellas fechas debió brindar declaración ministerial por esa investigación.
Pero, cuando había múltiples indicios que lo relacionaban con el narcotráfico y con otros, numerosos, delitos, se aproximó la elección de Quintana Roo y el proceso contra Villanueva entró en una suerte de hibernación. Evidentemente se decidió esperar a que concluyera su mandato para proceder a emitir la orden de captura para detenerlo. Se tardaron demasiado.
Una semana antes de dejar el gobierno, hace poco más de once meses, luego de varias reuniones en la capital del país, Mario Villanueva abordó el avión particular del gobierno de Yucatán y viajó a Mérida. Allí, en las oficinas particulares del gobernador Víctor Cervera Pacheco, se reunió con su abogado y comenzó a planear su plan de defensa y lo citó para el día siguiente. Poco más tarde lo llamó para decirle que se encontrarían no en Mérida sino en la capital de Quintana Roo, en Chetumal. Todo el tiempo y desde semanas antes, tenía una custodia de la PGR. Algo sucedió (después se supo que esos custodias habían sido sobornados aunque nunca se divulgó la información) pero lo cierto es que desde esas oficinas de Cervera Pacheco, fue de donde desapareció Villanueva.
La ruta de su fuga tiene varias inconsistencias pero todas las versiones coinciden en que estuvo por lo menos una semana en Cuba, aunque la caída de sus cercanos amigos en el gobierno cubano, el canciller Roberto Robaina y el ministro de Turismo, Osmani Cienfuegos, lo habrían obligado a dejar la isla. Por lo menos se tienen detectadas llamadas de Villanueva desde el hotel Meliá de La Habana, donde estaba registrado con nombre falso, a un par de medios de comunicación en la ciudad de México. Luego la pista de Villanueva se perdió y mientras algunos investigadores aseguraban que permanecía en Centroamérica (y las versiones oscilaban desde Panamá hasta El Salvador, pasando por Belice), muchos otros aseguraban que en realidad estaba en México. Extrañamente, la muerte de uno de sus coacusados, el ex procurador del estado, en Morelos, en extrañas circunstancias, comenzó un proceso de desvanecimiento de pruebas y testigos que parece beneficiarlo.
Por ejemplo, el principal coacusado en el caso era el hotelero Fernando García Zalvidea, propietario de varios hoteles en Cancún y a quien se acusaba de lavar dinero tanto para Mario Villanueva como para el narcotraficante Ramón Alcides Magaña, alias El Metro. Lo notable es que en cuanto García Zalvidea fue detenido, su familia comenzó a moverse en forma intensa: llegaron incluso a tener reuniones en la antesala de la Casa Blanca con alguno de los principales hombres de Bill Clinton y con la secretaria de Estado, Madelaine Albraight, además de funcionarios de la DEA y de la oficina de Barry Mac Caffrey. Usted se preguntará cómo lograron ese grado de penetración en Estados Unidos. Pues resulta que el asesor para la defensa de García Zalvidea fue nada más y nada menos que el ex procurador José Antonio Lozano Gracia, que sigue siendo uno de los hombres importantes del PAN y que actualmente comparte su tiempo entre el DF y Washington, donde realiza labores de investigación en la Universidad de Georgetown.
El abogado defensor de García Zalvidea (y de otros coacusados en esta historia) era José Gómez Mont, no sólo un muy destacado abogado, sino también el hermano mayor de una de las familias de mayor peso e historia en el panismo nacional. Participaron en la campaña para liberar a García Zalvidea algunas de las principales organizaciones empresariales ligadas a la iglesia católica. Pocas veces o quizás en ninguna otra ocasión ha habido una movilización de fuerzas aparentemente encontradas a favor de un hombre acusado de este tipo de delitos, como la que se conjugó para trabajar por la libertad de García Zalvidea: desde gente cercana a Villanueva hasta el PAN, pasando por destacados empresarios y hombres de la iglesia.
Lo cierto es que las pruebas contra García Zalvidea se desvanecieron y éste logró su libertad la semana pasada y fue reivindicado en Cancún por el propio Francisco Labastida. Antes, Mario Villanueva otorgó un par de entrevistas a distintos medios y apenas ayer, el gobernador de Quintana Roo, Joaquín Hendricks, que no es de forma alguna un personaje cercano a Villanueva (durante el inicio del mandato de Villanueva, Hendricks, que fue un efímero presidente del partido en el estado y que antes había sido el principal competidor del propio Villanueva para llegar a la gubernatura, tuvo que abandonar Quintana Roo escondido en el baúl de un carro ante las amenazas de muerte del gobernador), acaba de declarar que él considera que Villanueva se esconde en México e incluso posiblemente en el propio estado y que su caso no está cerrado, antes de agregar que no volverá a abordar el tema. Y el mismo día el fiscal antidrogas de la PGR, Mariano Herrán Salvatti aseguró, en forma terminante que no se está negociando con Villanueva nada, menos aún, su entrega a las autoridades.
Lo cierto es que el caso sigue oliendo mal y demuestra que, por sobre todas las cosas, Villanueva (quizás uno de los mejores ejemplos de la corrupción e impunidad de un político en el poder, haya estado o no involucrado en el narcotráfico) sigue teniendo hilos que lo protegen y que saben cuándo y cómo moverse. Algo puede ocurrir en los próximos días.
Archivos recuperados
Siguiendo con temas escabrosos: la muerte del oficial mayor de la PGR, Manuel Isabal Villicaña, encontrado a pocos metros de su casa, dentro de su camioneta, con un disparo en la boca, causa de un aparente suicidio, dará pie a innumerables especulaciones. No son vanas: estamos hablando de un hombre muy cercano al procurador Jorge Madrazo, con el que había trabajado durante años, en la UNAM, en la Comisión de Derechos Humanos, en la PGR; un hombre que tenía relación, por su posición con aspectos claves de la procuración de justicia, desde la administración de bienes hasta las áreas de personal y el trato con delegaciones. No puede quedar como un simple suicidio más.
Luego del lamentable espectáculo que pudimos ver en el encontronazo (no se le puede llamar debate a lo presenciado) entre Andrés Manuel López Obrador y Diego Fernández de Cevallos el martes, en el noticiario matutino de Joaquín López Dóriga, los movimientos en el PAN para fortalecer la candidatura de Diego continúan. Este domingo será la reunión de la convención regional del PAN en el DF. Allí se elegirán los candidatos a asambleístas y diputados plurinomanles del PAN-DF. Como siempre el CEN panista envía a un delegado a presidir esas reuniones. Todo indica que ese papel le tocará jugarlo al propio Diego, que haría así su regreso a esas lides. Por cierto, otra casualidad: en quince días salen publicados por la editorial del PAN, compilados en un libro, todos los discursos de Fernández de Cevallos en la campaña presidencial de 1994.