La de hoy será una jornada histórica para la Iglesia Católica. En un ejercicio inédito en los dos mil años de historia de la Iglesia, el papa Juan Pablo II dará a conocer hoy en Roma, el documento titulado Memoria y reconciliación: la iglesia y las culpas del pasado. En el mismo, por primera vez, la iglesia hace públicos los que considera sus propios pecados, que van ?según el documento- desde la intolerancia y la violencia contra sus disidentes, hasta el desprecio y persecusión de los judíos, y lo que denomina los pecados contra el amor, la paz, los derechos de los pueblos, las mujeres o las minorías, y pedirá públicamente perdón por los mismos.
La de hoy será una jornada histórica para la Iglesia Católica. En un ejercicio inédito en los dos mil años de historia de la Iglesia, el papa Juan Pablo II dará a conocer hoy en Roma, el documento titulado Memoria y reconciliación: la iglesia y las culpas del pasado. En el mismo, por primera vez, la iglesia hace públicos los que considera sus propios pecados, que van -según el documento- desde la intolerancia y la violencia contra sus disidentes, hasta el desprecio y persecusión de los judíos, y lo que denomina los pecados contra el amor, la paz, los derechos de los pueblos, las mujeres o las minorías, y pedirá públicamente perdón por los mismos.
El documento, que fue adelantado a los medios esta semana en Roma y que es parte nodal del llamado Jubileo 2000, está dividido en seis partes: el primer capítulo enumera, los pecados cometidos "al servicio de la verdad", e incluye la violencia contra los disidentes, las guerras de religión, los excesos de las cruzadas o de la inquisición. El segundo capítulo está dedicado a las excomuniones y persecuciones realizadas dentro de la propia iglesia contra sus disidentes. El tercero, a las relaciones con los judíos (donde el silencio ante el holocausto tendrá un lugar preponderante). El cuarto a los "pecados contra el amor, la paz, los derechos de los pueblos, el respeto a otras religiones", sobre todo de la mano con la evangelización, donde tendrán un lugar especial los excesos de la conquista. El quinto capítulo abordará la autocrítica en relación con el trato a las mujeres, las razas, las etnias. Y finalmente, en un terreno mucho más contemporáneo (por lo menos esa es la intención de los autores) los pecados cometidos contra los derechos fundamentales de las personas y contra la justicia social.
El documento de 90 páginas es impresionante, independientemente de la fe y la religión, por sus repercusiones potenciales. Y ello ya ha llevado, sobre todo en Europa, a críticas de los sectores más conservadores de la iglesia que lo consideran peligroso para su integridad y legitimidad, pero también de los sectores más progresistas que lo minimizan o lo consideran insuficiente porque no le perciben consecuencias prácticas y directas.
Pero sería poco serio no reconocer que estamos ante un documento histórico cuyas repercusiones pueden ser, en muchos sentidos, similares al concilio vaticano II, aunque a diferencia de éste, en lugar de ser producto de un gran ejercicio colectivo, este documento constituye, en buena medida, el compendio del pensamiento teológico y social de Juan Pablo II. Por ello, de acuerdo a cómo sea utilizado, e interpretado podría modificar la relación de la iglesia con la sociedad en un mundo moderno en el cual muchos de sus dogmas son difíciles de aceptar.
En México, este documento se presenta en un momento muy especial para la propia Iglesia Católica, de fuertes movimientos, debates y reajustes internos: la partida del nuncio apostólico Justo Mullor el próximo 8 de abril; la llegada de su sucesor, el argentino Leonardo Sandri; la despedida de Raúl Vera de San Cristóbal de las Casas para asumir la diócesis de Saltillo; el anunciado reemplazo de Samuel Ruiz una vez instalado el nuevo nuncio Sandri en México; la designación pendiente de numerosos obispos en distintas diócesis, que no se pudo dar con anterioridad en buena medida por las contradicciones y enfrentamientos entre el nuncio Mullor y los principales hombres de la Conferencia Episcopal Mexicana. Todos ellos son síntomas de una iglesia que está buscando su reacomodo en la sociedad, pero también un relevamiento generacional y de grupos internos de poder que no puede ser ignorado. Un momento en el que la iglesia, en nuestro país, tiene que redefinir sus relaciones con el poder, con los partidos, con la sociedad, con sus propios disidentes y con las otras religiones.
¿Hará este domingo o en el futuro próximo la iglesia mexicana su propia autocrítica histórica de la mano con el documento que presentará oficialmente hoy Juan Pablo II? ¿Analizará el reflejo autóctono de esos "pecados históricos" que hoy asumirá en Roma? ¿Se verá ello reflejado en su accionar cotidiano?. Porque, sin duda, siendo la mexicana la iglesia, junto con la brasileña, más sólida de América y una de las más poderosas, en todos los sentidos, del mundo, sería absurdo pensar que ha estado libre de los errores que asume en un contexto global.
Las preguntas son muchas: ¿en qué medida, por ejemplo, se puede autocriticar nuestra iglesia de los excesos de la conquista, hasta dónde los seguirá calificando como una leyenda negra o se sincerará con su propia historia?. ¿Cómo calificaría su papel en la independencia, su actitud ante Hidalgo y sobre todo ante Morelos, su relación con el poder y su apoyo irrestricto primero a la corona y luego a los conservadores, su guerra contra los liberales, su oposición ferviente a las leyes de reforma y al juarismo, su impulso a Maximiliano, la oposición terminante a la revolución, los excesos de todo tipo de la guerra cristera?. Por supuesto que se argumentará que la historia no se compone de blancos y negros, que los grises son demasiados, que comenzando por fray Bartolomé de las Casas, hasta los propios Hidalgo y Morelos, pasando por innumerables hombres que pelearon contra la ocupación francesa, o muchos de los que impulsaron las leyes de reforma o que lucharon en la revolución, eran también parte de la iglesia. Y es verdad. Pero no hablamos de hombres sino de instituciones.
Hoy la iglesia católica, con todo su peso, tendría en México que reflexionar, de la mano con el documento autocrítico de Juan Pablo II, sobre porqué está perdiendo presencia ante otras religiones, porqué su compromiso con los más pobres, o en la lucha contra las injusticias sociales (y ello no implica necesariamente, aunque tampoco lo descarta, el respaldo a teologías indígenas o de liberación nacional). Sobre todo tendría que analizar los rasgos de intolerancia que persisten contra el otro, contra el no creyente, el disidente, el fiel a otras religiones, que permea a muchos de sus hombres desde los más conservadores hasta los supuestamente más progresistas. No deja de ser paradójico, por ejemplo, que en estos mismos días, casi simultáneamente con la divulgación del histórico documento, en el Vaticano se canonizará a varios de los más connotados hombres de la guerra cristera, donde los pecados históricos, se cometieron, sin duda, en ambos bandos en disputa.
Las reflexiones son muchas, incluso sobre alguno de los dogmas más firmes de la iglesia. Por ejemplo, se puede luchar con honestidad por la justicia social en una zona, como los Altos de Chiapas, con una tasa de crecimiento demográfico del 8 por ciento anual, sólo equiparable, por ejemplo, a la de Calcuta. ¿Es ético y lícito oponerse en esas condiciones a las opciones de control de la natalidad libremente asumidas?. En otro terreno: ¿se puede justificar la radical oposición de la iglesia a la utilización del condón para la prevención del SIDA e incluso a las campañas publicitarias en ese sentido? ¿se puede proponer a la sociedad que la única salida para ello es, en un caso aceptar los hijos que Dios envía, y en el otro proponer como única opción la castidad y fidelidad? ¿cuál es el límite entre la fe y la salud pública, entre los preceptos (muy respetables) de una religión para sus fieles y la imposición de los mismos al resto de la sociedad? ¿entra en la lógica de este documento la presión para la prohibición o no divulgación de películas, libros, obras de teatro que no coincidan con los dogmas de la propia iglesia?. Sería magnífico por su peso e importancia social contar con una iglesia preocupada y ocupada en la búsqueda de la tolerancia, de la paz, del amor, de la igualdad social y sería mucho mejor, cuando esos objetivos se aplicaran incluso por encima de las barreras de la fe y en pos del intereses superior de la sociedad. Lamentablemente no siempre es así.
El documento que divulgará hoy (y que en buena medida es su legado histórico más importante) el papa Juan Pablo II, precisamente por la importancia que conlleva, debe trascender al mundo católico y, particularmente, al mundo eurocentrista desde el cual, con la mejor de las intenciones, está construido y visualizado. Debería ser un objeto de estudio y reflexión, desde el mundo de la fe, pero también desde el mucho más terrenal mundo de las relaciones sociales y de poder.
Porque de Europa a la porción de América que nos tocó vivir a veces la distancia es mucha y el pragmatismo (y en muchas ocasiones el conservadurismo) se suele imponer. El muy conservador Jacques Ratzinger, prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe (la antigua Inquisición) que es uno de los redactores del documento que presenta hoy Juan Pablo II, cuando se le preguntó por qué la iglesia no había reconocido públicamente mucho antes este tipo de errores o pecados, contestó con todo pragmatismo (y conservadurismo): "antes, dijo, debido sobre todo a la historiografía protestante que hizo un retrato negativo y terrible de la iglesia, presentándola como la anti-iglesia, no fue posible confesar nuestros pecados. La iglesia se vio obligada, agregó Ratzinger, a contraponer con una historiografía positiva, la exposición devastadora de los protestantes". En otras palabras, no era políticamente conveniente hacerlo en el pasado, no era la hora. Habrá que preguntarse entonces, si esa hora habrá llegado también, para nuestra propia iglesia o si todavía siente que no están dadas las condiciones para emprender una tarea de este tipo.