Si la aprehensión de Jesús Chuy Labra es un golpe demoledor para el cártel de los Arellano Félix, la detención durante la pasada semana del escuadrón de la muerte que tenía contratado el cártel de Sinaloa que encabeza Ismael El Mayo Zambada, secundado por su hijo Vicente, desnuda cómo funciona la guerra del narcotráfico en varios puntos del país y confirma los costos que la misma provoca.
Si la aprehensión de Jesús Chuy Labra es un golpe demoledor para el cártel de los Arellano Félix, la detención durante la pasada semana del escuadrón de la muerte que tenía contratado el cártel de Sinaloa que encabeza Ismael El Mayo Zambada, secundado por su hijo Vicente, desnuda cómo funciona la guerra del narcotráfico en varios puntos del país y confirma los costos que la misma provoca.
La gente del cártel de Sinaloa tenía contratado a un comando en Tijuana al que le pagaba entre 3 mil y 5 mil dólares por operación, encargado de ejecutar a personalidades del ámbito de la seguridad o la justicia en el estado, con el objetivo de desestabilizar la plaza, obligar a las autoridades a ponerle mayor presión a los Arellano Félix y así limpiarla para poder penetrar en ella. Ese escuadrón de la muerte, conformado por policías y ex policías, lo mismo que por ex custodias de políticos locales, fue el ejecutor del jefe de policía de Tijuana, Alfredo de la Torre, de funcionarios del grupo Beta y de reconocidos abogados de la ciudad fronteriza. En total sus miembros han confesado su intervención en 14 ejecuciones en los últimos meses.
Mientras tanto, en el otro frente de batalla de esta guerra entre el cártel de los Zambada y el de los Arellano Félix, en Sinaloa, el número de víctimas por este enfrentamiento, en lo que va del año (o sea en poco más de dos meses) ya superó el centenar y no tiene indicios de que vaya a disminuir. En otro frente alterno de esta misma guerra, en Ciudad Juárez, el fin de semana hubo una nueva escalada de violencia: no sólo fueron encontrados los cadáveres de tres personas arrojados en las alcantarillas de la ciudad sino que, además, fue secuestrada y asesinada la esposa de uno de los jefes emergentes del narcotráfico en esa plaza, una joven de nombre Perla del Castillo Holguín, que era pareja de Armando Corral Olaguez. La hermana de esta joven, de nombre Elizabeth está desaparecida desde hace un año y su cuñado Alfonso Corral Olaguez, fue asesinado en un tiroteo en el restaurante Max Fim en agosto de 1997. Todo ello como parte de la guerra entre los sucesores de Amado Carrillo y los grupos impulsados por los Arellano Félix por el control de la ciudad. El secuestro, tortura y muerte de esta mujer es, sin embargo, un hecho poco común en este tipo de enfrentamientos y recuerda las luchas entre los Arellano Félix y los antecesores de los Zambada, cuando fueron asesinados los hijos y la esposa de El Güero Palma con lujo de crueldad.
Y lo que sucede es que desde entonces hasta hoy, aunque haya cambiado alguno de los protagonistas, se trata de la misma guerra: los grupos de Sinaloa están aliados con los de Juárez que buscan extenderse hacia la península, mientras que en ella, los Arellano Félix resisten y tratan de controlar la vertiente del Pacífico. Simultáneamente, intentan dividir a la confederación de Juárez para debilitarlos abocándolos a sus propias guerras intestinas, extendiéndose hacia el centro de la frontera.
Paradójicamente, el recrudecimiento de estas luchas es consecuencia de algunos éxitos reales de la lucha contra el narcotráfico, sobre todo en términos de golpes contra algunos de sus principales operadores, pero también lo es de sus propias limitaciones y fracasos: se pueden cortar muchas cabezas de la hidra pero ésta sigue y seguirá viva y se podrá regenerar mientras no le falte su alimento, que no es otro que el mercado estadunidense y, cada vez en forma más importante, el mercado interno, dentro de nuestro propio país. Y alimento tiene de sobra.
Un ejemplo. La detención de Jesús Chuy Labra es un éxito notable. El cártel de los Arellano Félix en realidad funciona como una suerte de confederación de distintos grupos que es comandado por lo que ellos mismos denominan un consejo de administración. Los jefes de la corporación son los hermanos Benjamín y Ramón Arrellano Félix, pero los principales operadores, son el resto de los miembros de ese consejo. En primer lugar el ahora detenido, Jesús Chuy Labra, el verdadero cerebro financiero y de organización del cártel. Otro integrante del consejo, detenido en noviembre de 1997, era Everardo El Kitty Paéz, jefe de la célebre banda de los narcojuniors, uno de los principales brazos operativos (tanto en términos de violencia como de transporte de drogas) del propio cártel. Quedan en libertad Amado Cruz y Manuel Aguirre Galindo. Evidentemente, el golpe de la detención de Chuy Labra debe haber sido especialmente doloroso para los Arellano Félix, sobre todo cuando están en una guerra abierta con sus adversarios de Sinaloa y Juárez, que parecen haberlos golpeado en forma simultánea en varios puntos de la república. Como ocurría con El Kitty Paéz, un joven de las mejores familias de Tijuana, casado con la hija del principal propietario de maquiladores de la ciudad, mientras la atención pública está puesta en los Arellano Félix, son los hombres como Labra, los que con poca presencia pública manejan los negocios y operaciones de estos grupos.
Pero este golpe no implicará ni la desaparición de los Arellano Félix (siempre habrá sucesores), ni del narcotráfico en la península de Baja California, cuando colinda con el mayor mercado de drogas del mundo: California. En esta lógica lo más probable es que se recrudezca la guerra entre los restos de los Arellano y los grupos de Sinaloa, que podrían terminar quedándose con la plaza…hasta que otros interesados en el negocio los terminen desplazando a su vez a sangre y fuego.
Por eso llama la atención que, por encima de los éxitos reales que implican la detención de Labra y del escuadrón de la muerte que trabajaba para los Zambada (sin duda, la intervención de fuerzas federales coordinadas al más alto nivel por la SG y la PGR, lo mismo que de agentes de la PFP ha sido, en este sentido, determinante para dar esos golpes), todavía se sigan implementando operaciones parciales y acotadas en esta guerra. Por ejemplo, se acaba de anunciar que se implementará una suerte de gran operación de sellamiento que abarcará los estados de Baja California, y Baja Sur, además de Sonora y Chihuahua, con lo que se cubre una buena parte de la frontera. Pero ese esquema no será integral si no incluye a dos de los principales terrenos de disputa de esas bandas: Sinaloa y Tamaulipas, particularmente el primero de esos estados, en el cual, a pesar de la demanda de las autoridades locales, no se han dado operaciones combinadas especiales similares a la de sus estados vecinos. Como tampoco se termina de comprender que los esfuerzos que se pueden desplegar en medidas represivas y policiales pueden ser muy importantes pero de poco servirán, en el plano interno, si no comienzan a destinarse recursos crecientes y programas efectivos para combatir el consumo interno de drogas y para tratamiento de adictos. Hoy, apenas se comienza a reconocer que la adición es un problema real en México, pero no se toma medida alguna para tratar a los miles de jóvenes que no tienen recursos y espacios para su recuperación. Porque los fenómenos no se dan en forma aislada: ¿cómo asombrarse, por ejemplo, de la violencia y de la presencia del narcotráfico en Tijuana cuando, según las encuestas de la propia SSA, en esa ciudad casi el 15 por ciento de la población mayor de 15 años ha consumido consume drogas?.