Lisboa, 24 de marzo.- Encontrar de buen humor al presidente Zedillo, cuando se trata de una entrevista con la prensa, no siempre es fácil. Al presidente no le gustan demasiado las entrevistas con los medios, prefiere profundizar en los temas más en corto y hay que seguirle la pista en términos conceptuales e intelectuales para que, en muchas ocasiones, no se ?desilusione? rápidamente de su interlocutor.
Lisboa, 24 de marzo.- Encontrar de buen humor al presidente Zedillo, cuando se trata de una entrevista con la prensa, no siempre es fácil. Al presidente no le gustan demasiado las entrevistas con los medios, prefiere profundizar en los temas más en corto y hay que seguirle la pista en términos conceptuales e intelectuales para que, en muchas ocasiones, no se "desilusione" rápidamente de su interlocutor.
Pero el jueves 23 en la mañana, estuvo, sin duda, contento. En buena medida podría decirse que era uno de los días más importantes de su mandato y en términos de trascendencia internacional, sin duda el más. Se firmaría en unas horas la declaración de Lisboa que le daría vía libre al tratado de libre comercio con la comunidad europea, para que éste entre en vigor el próximo primero de julio.
Durante esa mañana, el presidente se ocupaba de todo: desde revisar la cortina de fondo de la suite donde se harían las entrevistas para que saliera correcta la imagen en televisión hasta darle tiempo de más a algunos entrevistadores, desde sostener el trato personalizado y directo que tan poco se le conoce y tan bien se le da, hasta el confesar que ese día, a pesar de que así lo había pedido a sus colaboradores, no se levantó a correr a las seis de la mañana sino que despertó dos horas después, sin saber, siquiera, dónde había dejado sus lentes. Era un hombre, hay que reconocerlo, convencido de que había dado un paso importante para el futuro del país. Y la verdad es que lo había hecho y así le estaba siendo reconocido desde el día anterior por autoridades europeas y comunitarias, a las que ese estilo seco y un poco, un bastante, académico de Zedillo, sin duda les gusta.
Hablé con el presidente esa mañana sobre el tratado y algunos puntos, algunas respuestas fueron en verdad significativas. Me importaba saber su opinión sobre el contenido político del tratado y sus consecuencias para la política interior y exterior de México. Para el presidente Zedillo, en términos de política interna, el tratado o la relación con la Europa comunitaria no es central: asegura que la declaración política, la cláusula democrática que se firmó con la comunidad, no exige a México nada que nuestro país no esté haciendo ya y con lo que esté comprometido. Lo reiteró durante la firma de la propia declaración: cuando Antonio Guterres (el primer ministro de Portugal, un hombre con indudablemente altos bonos en el viejo continente que va que vuela para convertirse en el líder de la Internacional Socialista, dividida luego de la derrota española del PSOE, entre los franceses de Lionel Jospin, los ingleses de Tony Blair y los germanos de Gerard Schoereder) dijo que la declaración era también un compromiso con mayor democracia, mayor igualdad, mayor respeto a los derechos humanos, en una sociedad más abierta y más justa, Zedillo sostuvo que eran compromisos compartidos y los refrendó legalmente.
Según el propio presidente, los europeos tienen mucho interés en nuestros procesos políticos pero menos en los electorales: en otras palabras, poco les interesa, en términos formales, quién ganará las elecciones mientras la política económica global no se modifique. Tampoco existe un profundo interés institucional en Chiapas, por ejemplo. La mejor huella de ello la dio la aprobación a nivel de Consejo de Ministros, de ejecutivos y de parlamentos de la comunidad y de cada uno de sus países. En la única nación donde ha habido resquemores para la votación del tratado ha sido en Italia (en Luxemburgo falta aún su aprobación, pero ésta se dará, sin dudas, en los primeros días de abril). En la península el tratado fue aprobado en la cámara alta pero aún no es aprobado en la baja porque la fracción más radical del parlamento, Refundación Comunista, está planteando unir el tema Chiapas a la votación del mismo. Propios y extraños aseguran que esa propuesta no pasará en el congreso italiano, donde RC es un grupo minoritario, pero, como efecto contrario, consideran que el que ésa haya sido la única oposición, demuestra que la agenda política sobre México está lejos de mostrarse demasiado cargada.
Es más interesante y complejo, sin embargo, otro ángulo de estos tratados. Le pregunté al presidente qué ocurría con nuestra política exterior, cuando firmamos un convenio con Europa, tenemos uno muy exitoso con Estados Unidos y Canadá y aspiramos a convertirnos en el eje de la triangulación entre esos dos mercados. La duda es cuánto disminuye en ese contexto la soberanía clásica y cómo se modifica la política exterior. La pregunté si, en esta dinámica, no terminaremos, necesariamente, siguiendo como una parte tangencial del mismo, la política internacional del G-7, del grupo de las principales naciones industrializadas del mundo (con las cuales tenemos, en todos los casos, relaciones de sociedad comercial directa) más que los principios tradicionales de la política exterior mexicana.
El presidente fue muy enfático en negarlo. En decir que los principios de política exterior no cambian, aunque reconoció que tampoco se puede desconocer que lo que cambia es la propia realidad en la que esa política debe aplicarse. Y la verdad es que necesariamente, la política exterior tendrá que sufrir cambios con el paso del tiempo. No se puede tener una relación tan estrecha con dos poderosos bloques mundiales, siendo una economía de menor nivel de desarrollo que ellos, sin asumir esa realidad. Las naciones de la comunidad menos desarrolladas han recibido de los más ricos muchos beneficios, incluyendo una intensa transferencia de recursos, pero han debido ceder en mucho en el concepto tradicional de soberanía y en el control de sus propias economías: y ello incluye desde ciertas consideraciones de defensa, hasta la planificación económica, la modificación drástica de sus perfiles productivos, la resignación completa de su política monetaria que depende de una moneda y un banco central que se maneja muy lejos de las capitales de esos países. Pero el cambio que éstos han experimentado en unos pocos años es, sin duda notable.
No es el caso de México: no se puede comparar ni el tamaño ni el desafío demográfico, ni las dificultades estructurales de un país como el nuestro respecto, por ejemplo, a naciones como la propia anfitriona, Portugal. Simplemente no hay comparación: con cinco mil millones de dólares anuales este país puede hacer maravillas, desde reconstruir los edificios históricos de la capital hasta convertir su economía de agrícola en una de servicios. En nuestro caso se requieren muchos más recursos y una serie de medidas complementarias (como disminuir el crecimiento demográfico) que aquí simplemente no son problema, más bien al contrario: son en términos inmediatos una ventaja y en el futuro uno de sus mayores desafíos.
Por eso el presidente Zedillo estaba de tan buen humor el jueves: sabía que estaba a punto de dar un paso de esos que todos los presidentes gustan de realizar porque los coloca en los libros de historia y eso se reforzaba porque ya se sabía a esa hora que los europeos habían decidido dejar de lado sus debates y rencillas internas (que estuvieron a punto de arruinar la junta extraordinaria del Consejo de Europa) por las divergencias sobre el gobierno derechista de Austria, para participar todos juntos en la firma y la foto de recuerdo, de familia se le dice aquí, del tratado con México. Por eso mismo, la televisión europea, y particularmente la española y la portuguesa le dieron, también, muy amplios espacios al convenio y a la presencia de México en un encuentro de estas características: en realidad el motivo de la junta era atacar el mayor problema económico y social de la comunidad: los altos índices de desempleo y las desventajas comparativas que ello le conlleva con Estados Unidos. Y a Zedillo seguramente le gustó que la conclusión de los europeos sobre el tema haya sido que en un mundo globalizado, el problema es que ellos lo están insuficientemente: la respuesta ha sido, pues, mayor globalización y mayor apertura para ser más competitivos.
Lo único que ensombreció el día de Zedillo, fue que la firma se yuxtaponía con un nuevo aniversario del asesinato de Luis Donaldo Colosio. Como es costumbre, prácticamente no quiso abordar el tema. Recordó, sí, cuál ha sido su posición al respecto, recordó que tanto a Antonio Lozano Gracia como ahora a Jorge Madrazo, los dejó investigar con toda libertad, que ambos tuvieron sus respectivos fiscales especiales y pidió que se analizara con detenimiento las conclusiones a las que ya ha arribado Luis Raúl González Pérez. Sin duda el tema le duele, se nota, pero no hubiera estado nada mal, dedicarle este triunfo (porque se debe reconocer que lo es) al malogrado sonorense. Pero penetrar en el fuero íntimo de este presidente es prácticamente imposible.
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Por cierto, la nota y el motivo de diversión de la delegación mexicana en esta ciudad fue, durante todo el jueves, el error del líder de la colonia José Murat en Oaxaca, que al querer saludar a Labastida terminó su arenga, con un sonoro ¡viva la patria! ¡viva México! ¡viva el PRI! ¡viva Fox!, a quien, por cierto, acababa de cubrir de epítetos en su discurso. Eso les pasa a algunos por avorazados: a quién se le ocurre que apenas a un año de administración, el gobernador ya haya bautizado colonias con su nombre y que, además, no tuviera mejor idea que llevar ahí, entre los suyos, a su candidato. ¿Dónde estará exiliado el pobre orador confundido?.