Onésimo Cepeda, el influeyente obispo de Ecatepec, lo dijo en diciembre del 98, con el tono directo que lo caracteriza, cuando se le preguntó sobre los problemas que le generaba a la iglesia católica, el obispo de San Cristóbal, Samuel Ruiz. “En toda institución, dijo don Onésimo, siempre hay un indiciplinado que se sale del huacal. Ante esto, hay que meterlo y se acabó”.
Onésimo Cepeda, el influeyente obispo de Ecatepec, lo dijo en diciembre del 98, con el tono directo que lo caracteriza, cuando se le preguntó sobre los problemas que le generaba a la iglesia católica, el obispo de San Cristóbal, Samuel Ruiz. "En toda institución, dijo don Onésimo, siempre hay un indiciplinado que se sale del huacal. Ante esto, hay que meterlo y se acabó".
Pues bien, el llamado Club de Roma, formado por los cardenales, arzobispos y obispos de mayor influencia en México, fuertemente relacionados tanto con el Vaticano como con el anterior nuncio apostólico, Girolomo Prigione, acaban de dar una muestra de cómo se recuperan espacio perdidos y cómo se vuelve a meter a "los indiciplinados" en el huacal.
Durante los últimos días hemos asitido a la culminación de una reorganización de los altos niveles de la iglesia católica en México que, prácticamente no ha dejado a nadie fuera del huacal. En este sentido, los que enfrentaban al grupo hegemónico el que participan en forma muy destacada tanto Cepeda como el cardenal Rivera, se dividían en dos: por una parte, ese dolor de cabeza llamado Samuel Ruiz, con el obispo coadjutor Raúl Vera López, y por la otra, un nuncio apostólico, don Justo Mullor, que se había equivocado en casi todas sus apuestas políticas, incluso en aquellas en las que no era consciente de estar participando, pero que, sobre todo y queriendo borrar hasta el rastro de su antecesor Prigione, olvidó que la enorme mayoría de los obispos del país estaban relacionados y comprometidos con éste y terminó aislándose de ellos.
Lo ciertos es que tanto Ruiz, como Vera, como Mullor en apenas unos días quedaron fuera del tablero principal y se restauró, se confirmó, una nueva hegemonía en la Iglesia. Premio se decidió, como es público, la salida de Ruiz utilizando el argumento de su edad. Inmediatamente después éste le proporcionó una ayuda inesperada cuando intentó madrugar (¿con la ayuda de Mullor?) al Vaticano anunciando unilateralmente que su sucesor sería el coadjutor Vera López, como había sido la propuesta original del Nuncio.
Y en ese momento quedó marcada la suerte de los tres: el obispo Ruiz pasó a retiro, Vera López se convirtió en el nuevo obispo de Saltillo, una posición importante pero demasiado lejana de San Cristóbal y Mullor fue enviado a Roma, a una importante institución educativa de la iglesia donde los espacios de poder son, por lo menos, reducidos.
Pero el anuncio de la salida de Mullor retrasó la designación del sucesor de Ruiz, que desde un inicio se supuso que sería el obispo de Tapachula, Felipe Arismendi: un hombre que conoce bien la región, con influencia, que está lejos de la tesis de la teología indígena que propone Samuel Ruiz pero que tampoco puede ser calificado como excesivamente conservador o alejado de las inquietudes de los indígenas y los más pobres. La suya era una designación esperada sobre todo porque ningún otro de los posibles aspirantes a obispos, mostraba mejores cualidades para esa posición que Arismendi.
Y si a eso se sumaba su influencia no sólo en la conferencia episcopal mexicana, sino también su cargo como secretario ejecutivo de la CELAM, la organización de mayor jerarquía entre el episcopado latinoamericano, el escenario estaba puesto para su designación.
La carta de la latinoamericanización (recordemos que, casualmente y desde Roma, Girolamo Prigione se encarga de negociaciones especiales del Vaticano en todo la región) se completó con la designación del reemplazante de Justo Mullor. La nunciatura recayó en Leonardo Sandri, un hombre de origen argentino, formado en Roma y que desde hacia algunos años desempeñaba el papel de nuncio en Venezuela con marcado éxito: es, a diferencia de Mullor, un consumado diplomático de la iglesia, que tiene información clara y de primera mano de lo que sucede en México y que se puede acoplar perfectamente al grupo hegemónico de la iglesia en nuestro país. Sandri tiene que haber llegado antes de este fin de semana a México y en un mes será el responsable oficial de la nunciatura, mientras termina la despedida de Mullor, que recibió esta misma semana, en una suerte de operación cicatriz diplomática, la orden de Águila Azteca de parte del gobierno federal.
Al mismo tiempo, como ocurre siempre en momentos complejos, la iglesia dio un notable giro a la derecha, por lo menos en el terreno de las declaraciones: cuando hay circunstancias de cambio, nada mejor que encontrar enemigos externos que permitan galvanizar el frente interno. Y así, el arzobispado de la ciudad de México, encabezado por el cardenal (y palpable), Norberto Rivera le recordó a sus fieles que tienen adversarios externos, y se lanzó con dos impugnaciones que de otra forma no tendrían explicación.
Primero, el semanario oficial Desde la Fe, la emprendió (en una publicación muy divulgada por la propia iglesia) contra los Óscar. No crea usted que se trataba de Óscar Espinosa, el cuestionado ex regente capitalino, sino contra la premiación hollywoodense. Resulta que a la diócesis no le gustó nada que entre las premiadas estuvieran las películas Belleza Americana y Los muchachos no lloran, cuburiéndolas a las dos de epítetos y demostrando que, por lo menos quien hizo el artículo, no había visto ninguna de las dos.
Pero el eje no era la estética de ambos films sino criticar su visión de las cosas, su liberalismo. En el caso de uno de ellos se critica que se aborde el tema de la homosexualidad cuando en realidad Los muchachos no lloran, no sólo es casi un reportaje de un caso real, sino un inmenso alegado contra la intolerancia, mientras que en American Beuty hay una gran parábola de la vida americana, particularmente sobre la despersonalización de las relaciones de pareja. Para el periódico de la arquidiócesis, se trataba de una historia de pervertidos y obsesos sexuales (sic). Pero lo importante, fuera de ser tan preocupaste que una institución de tanto peso en la vida nacional muestre una visión tan estrecha en estos temas (quizá por eso aquí se ha dicho que, a diferencia del Vaticano, no hay nada de que arrepentirse), sino la operación política de instalarse con firmeza en una posición conservadora y dogmática que no admite discusión.
Y esa operación se completó con las declaraciones del propio cardenal Rivera respecto al sexo seguro, las relaciones prematrimoniales y otra serie de aspectos que se alejan tanto de la fe como se acercan a las posiciones más conservadoras de la iglesia que son las que predominan precisamente en Roma. Reiterar estas opiniones en un momento en el cual es imprescindible fortalecer los lazos con el Vaticano no es precisamente un gesto menor.
Todo ello se complementará este domingo con un hecho sencillamente inédito en décadas. Esta mañana, habrá una misa en el Zócalo capitalino (el Altar se instalará en el atrio de la Catedral) y después habrá una peregrinación por las calles del centro. No nos engañemos: se trata de una demostración de apertura que debe ser respaldada, cualquier religión tiene derecho a expresarse plenamente y la iglesia católica no puede, no debe ser excepción al respecto.
Pero es, también una señal que no debería desecharse: esta ceremonia llega después de una semana donde los principales grupos de poder de la misma iglesia, no sólo demostraron su capacidad para operar en los más altos niveles del poder y colocar así sus piezas en los lugares adecuados, sino también después de mostrar su cara más intolerante en cuestiones sociales.
Queda en el tintero el saber, por otra parte, hasta dónde llegan esas operaciones con el poder: y si esa ayuda que le ha dado el poder a la iglesia para operar su homogenización interna, y que la iglesia le ha dado al poder para, entre ambos, "meter al huacal" a los "indisciplinados", no comienzan a pagarse con permisos para actos litúrgicos como el de hoy. ¿Será éste el inicio de una espiral en el que cada una de las partes concederá ante la otra buscando beneficios mutuos? La duda ahí queda.