Cuando mañana comience el primer debate entre los candidatos presidenciales para las elecciones del 2 de julio, el eje de todos los contendientes estará en sus propias encuestas, en tratar de saber en cuánto podrán mejorar su posición, en cuánto podría ésta deteriorarse, en saber cómo quedarán posicionados al final del encuentro.
Cuando mañana comience el primer debate entre los candidatos presidenciales para las elecciones del 2 de julio, el eje de todos los contendientes estará en sus propias encuestas, en tratar de saber en cuánto podrán mejorar su posición, en cuánto podría ésta deteriorarse, en saber cómo quedarán posicionados al final del encuentro.
Hay muchas encuestas que oscilan entre la ventaja que respectivamente se dan en las suyas Francisco Labastida y Vicente Fox hasta aquellas que proporcionan los distintos medios. Lo cierto es que de los doce o quince puntos que dice tener de ventaja Labastida hasta cuatro puntos por encima del priista, no queda nada claro quién gana, por cuánto y todo indica que la elección será mucho más cerrada de lo que los propios contendientes quisieran aceptar.
En realidad, el estimar qué porcentaje tiene hoy de votos asegurados cada candidato, es un ejercicio que no puede definirse con exactitud. Pero esos resultados de las encuestas se pueden observar de otra forma si se trabaja con las previsiones numéricas de cada uno de los candidatos, como lo plantea el modelo de encuestas que suele trabajar, desde hace años María de las Heras: estimar, en otras palabras, no qué porcentaje de votos puede sacar cada candidato sino cuántos votos puede obtener y cuántos necesita realmente para ganar la elección.
En este sentido, podemos partir de las últimas elecciones: en 19994, Diego Fernández de Cevallos, el candidato presidencial panista que ahora encabeza la lista de senadores de ese partido, obtuvo poco más de 10 millones de votos. En los siguientes seis años, el PIB ha aumentado consistentemente su caudal electoral, sobre todo, ha ganado varias gubernaturas, en las que ha logrado mantener su votación. se supone que buena parte de esos votos deben haberse acumulado a favor del panismo, incluyendo parte de los votos cardenistas: en el 94, Cuauhtémoc Cárdenas obtuvo 6 y medio millones de votos. Entre los cotos útiles que podrían haberse trasladado hacia Fox en la actual situación de polarización, los que devienen del trabajo en los estados que ha ganado el PAN, particularmente Jalisco y Nuevo León y los votos que le da la preeminencia entre los jóvenes que tiene en todas las encuestas el candidato presidencial panista, no es nada descabellado (al contrario resulta bastante conservador) pensar que a esos votos del 94 deben haberse sumado, como mínimo, otros 3 millones de electores. Lo que dejaría a Fox, con base en este modelo, en unos 13 millones de votos.
Con el PRI se ha dado un movimiento inverso. En el 94, el presidente Zedillo ganó con 17 millones de votos, pero en el 97 el PRI no sólo perdió dramáticamente la capital (no ganó un solo distrito de los 70, federales y locales, en disputa) sino que dejó en el camino varios millones de electores. Ese año, apenas si obtuvo 11 millones 800 mil votantes, con un fuerte caudal electoral, en el 97, en Guadalajara, Monterrey y el estado de México. Desde entonces el PRI se ha visto seriamente debilitado en las tres plazas, sobre todo las dos últimas y su recuperación en el DF no llega a cubrir esos retrocesos. Con todo se puede suponer un crecimiento de votos priistas, respecto al 97, por la cantidad de electores y por el hecho de ser ésta una elección presidencial. En promedio, analizando los procesos estatales que se han dado desde el 98, el PRI podría haber acumulado un millón más de votos que en el 97, lo que lo dejaría en los mismos 13 millones con los que contaría hoy el panismo.
Muchos de los operadores del tricolor no creen en esta cifra, pero un ejemplo de ello puede tomarse de sus procesos de selección interna de candidatos. En promedio, en todos y cada uno de los estados en donde el PRI ha realizado elecciones internas, al pasar a los comicios constitucionales, el tricolor ha crecido aproximadamente en un 30 por ciento. En otras palabras, ha obtenido un 30 por ciento más de los votos que sumó en su contienda interna. En la elección de su candidato presidencial, el PRI sumó 9 millones 500 mil electores. Asumiendo que todos los que votaron por Roberto Madrazo, Manuel Bartlett y Humberto Roque lo harán el 2 de julio por Labastida, y sumándole el 30 por ciento de independiente que suelen integrarse a la votación priista, nos volvemos a encontrar con la misma cifra: 13 millones de votos.
El caso del PRD es mucho más dramático. A pesar del crecimiento que experimentó el cardenismo en la capital del país en el 97 (lo que levantó su elección nacional), lo cierto es que en todos los demás procesos estatales realizados desde entonces, su caudal electoral ha disminuido, con la excepción de estados como Zacatecas o Nayarit, pero con votos que evidentemente fueron antipriistas pero que nadie podría identificar como firmes en el perredismo. Lo cierto es que la disminución electoral del PRD, consistente con lo que están mostrando las recientes encuestas, demuestran que Cárdenas podrá colocarse por encima de lo que obtuvo en 94: seis millones y medio de votos; por el contrario, las estimaciones actuales lo colocan con aproximadamente cinco millones de votos.
Los demás candidatos, Porfirio Muñoz Ledo, Manuel Camacho y Gilberto Rincón Gallardo están librando una lucha, que, por lo menos hasta hoy y salvo que alguno de ellos dé una verdadera sorpresa en el debate, tiene como objetivo casi único el obtener el 2 por ciento de los votos, como para garantizar su registro y tener un grupo legislativo propio.
Si tomamos la votación estimada en este ejercicio exclusivamente para los tres principales candidatos, tendríamos que esperar una elección con un 55 por ciento de participación. Los analistas del IFE esperan más y la gente de Fox, por ejemplo, espera hasta un 70 por ciento de participación, lo que sería una tasa histórica. En todo caso, es más probable que el índice de abstencionismo oscile en el 40 por ciento, como ha sido tradicional en este tipo de votación.
Si es así, el secreto de la elección y el objetivo hacia el que se deberían orientar los candidatos, además de mantener sus electores, debería ser ese 7 u 8 por ciento de electores que aún no han definido su participación. recordemos que de esos electores, buena parte son jóvenes que nunca han votado: estamos hablando de más de 10 millones de ellos que ejercitarán ese derecho por primera vez. Y tampoco nada indica que el priismo pueda tener seguros esos votos como para volcar decididamente la elección en su favor, más bien es al contrario. Buena parte del voto joven parece ser foxista. Es verdad que, en contraparte, Francisco Labastida parece tener mayor peso entre las mujeres y, sin duda, en el voto verde, el voto campesino que en muchas ocasiones es difícil de calcular en las encuestas. Pero incluso en ese sentido, sumando las potencialidades de los dos principales candidatos, tendríamos que concluir en lo mismo: que en términos numéricos, por encima de sus propias encuestas, hoy, Francisco Labastida y Vicente Fox estarían empatados. Ambos deberán tomarlo en cuenta cuando inicien, mañana el primer debate para la elección del año 2000.