Pareciera que en Morelos, por su cercanía con el Distrito Federal se están contagiando de algunos vicios políticos netamente capitalinos. Y si en el DF, el PAN y el PRI han impugnado al candidato del PRD, Andrés Manuel López Obrador, argumentando que no cumple con los requisitos de residencia mínimos para ser candidato a la jefatura de gobierno (para los no nacidos en el DF, se exigen cinco años de residencia previos a la elección), mientras que el PRD sostiene que Jesús Silva Herzog en realidad no se apellida así sino Silva Flores, por lo que también impugna su candidatura, en Morelos están en un proceso similar pero mucho más barroco.
Nada de lo sucedido en los últimos meses, pero sobre los desencuentros de los últimos días de campaña entre Cuauhtémoc Cárdenas y Vicente Fox se podrían comprender sin asumir que pocos hombres son más diferentes entre sí que los candidatos de las alianza por México y por el Cambio.
Piensan diferente, sienten diferente, están formados en escuelas de la vida absolutamente antagónicas. Uno se basa en una pragmática e tenaz búsqueda del poder, haciendo los acuerdos que sean necesarios y basándose sólo en objetivos políticos muy específicos. El otro es un hombre con una visión histórica y de Estado, con principios tan arraigados que le han hecho cometer errores políticos graves en muchas ocasiones pero que, simplemente, no son negociables: el pragamatismo no entra demasiado en la agenda de Cárdenas y cuando busca instalarse en él, como le ocurrió en los meses que estuvo al frente del gobierno capitalino, es cuando surgen sus mayores debilidades.
Es Cárdenas, sin duda, un hombre formado en las libertades y que cree en ellas. Sin embargo, en su caso, como dice Ciorán "la paradoja trágica de la libertad es que los únicos que la permiten no son capaces de garantizarla". Si Fox es un hombre contradictorio, Cárdenas no lo es menos, pero a diferencia del guanajuatense, Cárdenas es, en el mejor sentido de la palabra, absolutamente previsible: ante una misma circunstancia actúa, una y otra vez, de la misma manera. Eso le otorga una amplia gama de apoyos pero también de antagonismos: quienes creyeron, por ejemplo, en 1997 que Cárdenas por ser sinónimo de "el cambio" (de una forma muy similar a lo que está representando Fox en estos momentos) actuaría de una forma distinta a la que ha marcado toda su vida política, se equivocaron y quedaron desilusionados. Cuando él mismo, como decíamos, quiso apostar al pragmatismo -en el gobierno capitalino y al inicio de esta campaña- quedó totalmente desfigurado y jamás había estado tan abajo en las encuestas y en la percepción ciudadana.
¿Cómo sería un gobierno de Cárdenas?. En parte ya lo hemos visto en la ciudad de México. Tengo la impresión de que Cárdenas es mucho mejor como impulsor de ideas, de propuestas, de búsqueda de soluciones sobre todo en el ámbito de lo social, que como gobernante. El suyo no fue un gobierno malo ni en Michoacán ni en el DF, pero en ambos casos estuvo lejos de ser calificado como notable. En ambos casos, ha mostrado, al mismo tiempo que una inquebrantable solidez personal, una debilidad por dejar hacer a muchos de sus colaboradores que le costaron, sobre todo en el DF, mucho. Siendo un político experimentado, en la capital se quiso cuidar y así dilapidó buena parte de las enormes expectativas que su llegada al poder había generado y hoy la percepción es que Rosario Robles (sin duda de las figuras con mayor futuro en la izquierda nacional) ha realizado una mejor gestión, que le ha "entrado" mucho más a los problemas capitalinos que el propio Cárdenas. Si las cosas hubieran sido diferentes en la gestión de Cárdenas en el DF el panorama electoral sería otro, completamente diferente al actual.
En lo personal, Cárdenas es un hombre realmente agradable. Lejos del gesto adusto que se le reconoce como político, es un hombre con sentido del humor, con un profundo sentido familiar que le permite a sus hijos y a su pareja, Celeste Batel, crecer con libertad, sin las presiones del "deber ser", de la necesidad de ser "políticamente correctos" que se imponen en muchas familias de políticos. Celeste ha decidido no hacer de su vida privada una vida pública y su participación es la mínima necesaria como para garantizar que apoya a su compañero, pero no va más allá. La mejor descripción de la relación de Cárdenas con su hija menor, Camila, ya una adolescente, fue que durante años no aceptó un desayuno tempranero para poder llevarla personalmente a la escuela. Con sus hijos mayores, Lázaro y Cuauhtémoc, la relación es de apoyo y compañerismo y, en ambos casos, es donde más se pone de manifiesto la tentación "dinástica" del propio Cárdenas.
Pero la visión liberal de su vida personal, no siempre se refleja exactamente en su actuación política. Cárdenas es un hombre de Estado, de poder: nació en su seno y así vivió toda su vida, aprendió de su padre, Lázaro, uno de los políticos que mejor lo supo ejercer y administrar, antes, durante y después de su paso por la presidencia de la república. Por lo tanto, parece tener muy arraigado un principio: el poder no se comparte. No sólo es Cárdenas un hombre de principios, puede ser terco, duro con sus adversarios, sobre todo los internos, los que intentan disputarle parcelas de poder que considera propias: de allí los múltiples desgajamientos sufridos en la aún corta historia del PRD, incluyendo la última de Muñoz Ledo, o la reacción que generó en Cárdenas la filtración de que había negociaciones a prinicipios de año con Fox, que planteaban su declinación a favor del guanajuatense.
Al respecto, Cárdenas me ha asegurado que nunca se reunió con Fox, que el único encuentro que tuvo con él se produjo hace seis años aproximadamente, pero lo cierto es que la virulencia de su reacción y los movimientos internos que se generaron en el PRD y en su entorno después de que en este espacio divulgáramos esa versión, lo mismo que dureza de su discurso antifoxista, demostraron cómo Cárdenas se vacunó de esa posibilidad.
Paradójicamente, lo que vuelve muy atractiva políticamente la figura de Cárdenas el día de hoy no es tanto la posibilidad de que gane la presidencia el 2 de julio (una posibilidad que los estudios de opinión consideran remota) sino el papel que puede jugar después de esas elecciones. Cárdenas será un factor indudable de estabilidad y gobernabilidad, gane quien gane la elección: su posición será decisiva para legitimar o no la elección, para establecer una mayoría parlamentaria, para definir el proyecto futuro del país. Puede que Cárdenas no gane la elección, pero creo que tampoco nunca antes tuvo la oportunidad de contar con tanto espacio político como ahora. Y en ese sentido, es donde pueden ponerse de manifiesto las mejores virtudes (y si se equivoca los peores defectos) de la personalidad política de Cárdenas: deberá demostrar su comprensión del poder, su capacidad de hombre de Estado, de poder plantear y suscribir acuerdos. Deberá jugar un papel que, en su propio entorno, consecuencia de la polarización y los enfrentamientos, en el pasado, en muchas ocasiones, dejó a otros y que ahora él mismo puede cumplir.
Quedará por ver, sin embargo, qué sucede con sus propias fuerzas. Observar si es verdad el distanciamiento del que hablan dentro y fuera del PRD entre Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador. Observar si pasada la elección, el eje estará en la lucha por la herencia del legado político del ingeniero o si éste conservará el peso y la fuerza como para imponer su figura y liderazgo en un partido donde su autoridad moral es indiscutible pero en el cual, por primera vez, otros hombres y mujeres tendrán en sus manos los espacios de poder real, particularmente en el DF. Una cosa, sólo una, es segura: nadie puede dudar que Cárdenas aún gravita en el escenario político nacional.