La guerra por el Pacífico
Columna JFM

La guerra por el Pacífico

Los hechos se repiten en toda la región: Culiacán, Oaxaca, Tijuana, Ensenada, Mexicali, Guadalajara. En todas esas ciudades se han dado asesinatos de jefes policiales de carrera en los últimos días. Van diez muertos en un par de semanas de elementos profesionales de las distintas policías, especializados, todos ellos, en lucha antinarcóticos y que, aparentemente, gozaban de prestigio y fama de honorables en sus respectivas instituciones. Cuando se cuenta con tan pocos recursos humanos que llenen esas características, se debe asumir que la sangría a la que están sometidas las autoridades en la guerra que están librando contra el narcotráfico en la extensa vertiente del Pacífico, está teniendo costos, sin duda, altos.

Los hechos se repiten en toda la región: Culiacán, Oaxaca, Tijuana, Ensenada, Mexicali, Guadalajara. En todas esas ciudades se han dado asesinatos de jefes policiales de carrera en los últimos días. Van diez muertos en un par de semanas de elementos profesionales de las distintas policías, especializados, todos ellos, en lucha antinarcóticos y que, aparentemente, gozaban de prestigio y fama de honorables en sus respectivas instituciones. Cuando se cuenta con tan pocos recursos humanos que llenen esas características, se debe asumir que la sangría a la que están sometidas las autoridades en la guerra que están librando contra el narcotráfico en la extensa vertiente del Pacífico, está teniendo costos, sin duda, altos.
Pero no se trata sólo de jefes policiales: en Sinaloa, en Baja California, en Jalisco, en toda la región, las víctimas de esta guerra, desde que inició el año, se cuentan por cientos. No es para menos: se trata de una lucha abierta por el control de la que hoy parece ser la principal entrada de drogas a México y de nuestro país hacia Estados Unidos: la costa del Pacífico.
A diferencia de otras ocasiones, la de ahora parece ser una guerra mucho más virulenta y de reacciones directas: a cada acción de las autoridades corresponde una reacción de los narcotraficantes. En Tijuana se instala un operativo especial que sin conocimiento de autoridades y policías locales detiene al principal operador de los Arellano Félix, Jesús Labra e inmediatamente después es asesinado su abogado, muere en un "accidente" el juez que llevaba el caso, se atenta en pleno Paseo de la Reforma contra un ex funcionario policial acusado de estar ligado con grupos de narcotraficantes contrarios a los Arellano y que podría haber dado información sobre éstos y, días después son secuestrados, torturados y asesinados los miembros del equipo especial de la PGR encargados de darle seguimiento y profundizar en las investigaciones sobre Labra y los Arellano. También se intenta hacer pasar este hecho como un accidente y las fuerzas policiales locales insisten en ello.
En Oaxaca, otro jefe policial enviado desde el centro comienza a desmantelar las redes de encubrimiento y protección que habían formado los jefes policiales locales y es asesinado en pleno centro de la ciudad. Un chofe del narcotraficante Quintero Payán es detenido con 600 mil dólares en Guadalajara y es dejado en libertad, a pesar de haber declarado que ese dinero era el adelanto para la compra de dos toneladas de cocaína. Aparentemente habla demasiado sobre sus jefes y es asesinado en Zapopan. En la carretera transpeninsular, en Baja California, es detenido un trailer con 7 toneladas de mariguana, que iba de La Paz a Tijuana: al otro día el delegado de la PGR que lleva apenas siete días en la entidad, sufre un atentado a unos metros de su casa y ese mismo día, otro investigador de la PGR, pero éste en Culiacán, es asesinado con más de 60 disparos.
Y es que mucho parece ser lo que está en juego en esa zona. La ruta de las drogas para ingresar a México y a Estados Unidos está puesta, hoy más que en ningún otro terreno, en el mar y particularmente en el Pacífico. Para ello, hay muchas razones: en primer lugar, las operaciones realizadas para cerrar la península de Yucatán han obligado a los narcotraficantes que operaban en esa zona a desarrollar estrategias alternativas: por una parte, entrar mucho más profundamente en el Caribe y acceder a Estados Unidos por la vía de Miami (con lo cual zonas como Haití o Jamaica o las islas Caimán están adquiriendo mucha más importancia en este tráfico). Si penetran al golfo de México deben tratar de entrar al país por zonas más cercanas a la frontera con EU, con un riesgo sin duda mayor. Una tercera posibilidad es que sigan descargando la droga en las naciones centroamericanas y luego la hacen ingresar por tierra, por la frontera sur. Ello, sin duda, es una realidad, pero los esfuerzos deben ser mayores y los costos también.
Por eso el Pacífico se ha vuelto tan importante. Pero también por otras razones: la cocaína proviene de Colombia y la vertiente de ese país que da hacia el oriente es la que mayor concentración de grupos guerrilleros tiene y que coludidos con organizaciones de narcotraficantes controlan más del 30 por ciento de la superficie total de esa nación. Hacia el Pacífico se están volcando los cargamentos de los laboratorios distribuidos en esa extensa "zona liberada" y desde allí toma rumbo hacia el norte. Allí en la frontera con Ecuador y más al sur de éste con Perú se encuentran los principales laboratorios donde se procesa la pasta de coca.
Se trata de la salida natural de buena parte de la droga que viene hacia México, en una franja oceánica de intensa actividad marítima y comercial. La ruta no llega la mayoría de las veces hasta Estados Unidos, busca acercarse a México, la carga es descargada y trasladada por vía terrestre o, si se ha acercado lo suficiente a la frontera, se realizan vuelos de muy corto kilometraje a muy baja altura que eluden los radares instalados en la zona y permiten pasar la frontera sin ser detectados.
A ello se suma la alta producción de mariguana y amapola de toda la región, que también debe ser trasladada en buena medida hacia el norte. El cargamento decomisado entre La Paz y Tijuana demuestra cómo funciona el mecanismo. En toda la Sierra Madre Oriental los plantíos, sobre todo en Sinaloa y Sonora, son muy extensos y difíciles de erradicar. Desde allí se envía la droga por el mar de Cortés a distintos puntos de la península y desde allí se la trata de hacer cruzar, por diferentes medios, hacia Estados Unidos. En toda esa zona se ha implementado una extensa operación de sellamiento, más compleja y amplia que la de la península de Yucatán, que ha tenido menos publicidad pero que parece estar teniendo logros importantes.
Lo que resulta evidente es que esa operación sumada a la intervención directa de fuerzas especiales del ejército y de la PFP en la región y particularmente en Tijuana, han roto muchos de los equilibrios y de las redes de protección de las fuerzas de seguridad locales y de las federales asentadas en esas entidades. De otra forma no se hubiera entendido la detención de Labra mientras observaba tranquilamente a su hijo jugar fútbol americano, por ejemplo. Evidentemente este hombre tenía protección especial y de allí devinieron numerosos ajustes de cuentas.
En este sentido tampoco parece ser una casualidad que, en los diferentes asesinatos que se han producido de jefes policiales, la mayoría de ellos profesionales que acababan de llegar a las plazas donde encontraron la muerte, se insista en que han estado involucrados miembros de otras fuerzas de seguridad locales o asentadas en la región. Lo cierto es que en toda esa extensa vertiente del Pacífico, se han roto los equilibrios que permitieron durante años a los Arellano Félix y a otros grupos mantener, independientemente de su guerra interna, el control del tráfico de drogas y de numerosos grupos de protección y apoyo. E insistimos en que no se trata de un capítulo menor: es, sin duda, y al día de hoy, el más importante en términos de seguridad nacional.

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