Ya no habrá mayores cambios de estrategia en los principales contendientes a la presidencia de la república. Luego de lo sucedido la semana pasada, sólo queda la posibilidad de realizar algunos ajustes, de precisar mejor hacia dónde se dirigirá el discurso en las siguientes siete semanas y definir, en algunos casos, amarres que, a esta altura, ya son sólo circunstanciales. Y eso se aplica para todos. Los movimientos que tenían que producirse se dieron y no habrá mayores sorpresas en este campo.
Ya no habrá mayores cambios de estrategia en los principales contendientes a la presidencia de la república. Luego de lo sucedido la semana pasada, sólo queda la posibilidad de realizar algunos ajustes, de precisar mejor hacia dónde se dirigirá el discurso en las siguientes siete semanas y definir, en algunos casos, amarres que, a esta altura, ya son sólo circunstanciales. Y eso se aplica para todos. Los movimientos que tenían que producirse se dieron y no habrá mayores sorpresas en este campo.
La convergencia entre Vicente Fox y Cuauhtémoc Cárdenas ya es imposible, tanto por el decálogo de Fox hacia las iglesias como por la asociación con Porfirio Muñoz Ledo. El decálogo dejó fuera también de la convergencia con Fox a Manuel Camacho que, aparentemente, se concentrará en su acuerdo con Andrés Manuel López Obrador en el DF, para tratar de alguna forma tratar de salvar su registro (lo que se antoja en verdad difícil). Tan amarrado esta ya el escenario que ni siquiera habrá debate, como se había anunciado, el próximo día 23: sí se han dado algunos acercamientos pero, a una semana de ese compromiso, no hay nada concreto, ni siquiera aprontes serios. Y la verdad es que ninguno tiene demasiado interés en participar: ni Labastida, ni Fox ni Cárdenas aprecian que puedan ganar algo y los tres consideran que pueden perder mucho.
En este escenario, el PRI ya ha decidido que apostará, íntegramente, al voto duro. La reunión del fin de semana de Francisco Labastida con funcionarios públicos, la anterior con gobernadores, los movimientos en el equipo de campaña son un mensaje imposible de confundir: el PRI sabe que no puede buscar el voto independiente después de los muchos errores cometidos en la campaña, y la tesis es concentrarse en el priísmo duro, en sus zonas de control electoral y desde allí pelear para superar el 42 por ciento, apostando a la división del voto opositor y antipriísta.
La jugada es lógica: si Fox y Cárdenas ya no pueden establecer un convenio, el voto opositor seguirá dividido y eso aumenta las posibilidades de Labastida. En la Alianza por el Cambio apuestan a que, en ese marco, la votación por Cárdenas podría derrumbarse y el voto útil favorecería a Fox: sin embargo, el error del decálogo pesará mucho en la izquierda a la hora de ejercer ese voto útil. Por eso, se adelantaron los tiempos para el acercamiento con Porfirio que tendría que haberse dado a conocer hacia principios de junio: había que reconstruir una imagen que en el centro y en los sectores liberales quedó dañada. Por eso, también, la aparición en medios de Jorge Castañeda y Adolfo Aguilar Zinser: para concentrar la agenda en otros temas y para tratar de recuperar el centro para el foxismo una vez hechos los compromisos con la derecha más tradicional.
En ese marco, decíamos, Labastida está haciendo una jugada lógica: tratar de ganar con el voto del aparato y con los sectores tradicionales del priísmo. Y puede lograrlo. El problema con esta estrategia comenzará a las seis de la tarde del domingo 2 de julio, cuando, concluida la votación, se comience a comprobar que el PRI perdió el DF, Guadalajara y Monterrey (además de otras ciudades importantes) pero que ganó la elección federal e incluso quizás hasta la mayoría en la cámara de diputados. El PRI ha renunciado a generar expectativas en los sectores no priístas de la sociedad (que oscilan entre el 50 y el 60 por ciento del electorado) y por lo tanto pagará, en ese sentido, los costos de la falta de credibilidad en el proceso electoral, aunque éste fuera el más limpio de la historia nacional. Si es así, la situación de gobernabilidad y estabilidad después del 2 de julio será compleja, sobre todo, si la diferencia, como se ha encargado de destacar Vicente Fox, es menor de diez puntos.
¿Porqué tanta confianza en el voto duro de los priístas? ¿No están mostrando las encuestas que Fox está, por lo menos, en una situación de empate técnico?. En este sentido, las encuestas dadas a conocer en estos días, incluyendo aquellas relativamente confiables, deben analizarse partiendo de una realidad: hay siempre un diferencial de votos a favor del PRI en ciertas áreas rurales que no suelen ser objeto de ningún tipo de encuesta y que siempre le da al tricolor un margen de entre cinco y siete puntos de diferencia. Para ganarle en una elección presidencial al PRI se debe tomar el valor de la encuesta y sumarle ese factor que está fuera de control en los estudios. Algo similar ocurre con el PRD: tiene una presencia electoral muy baja en buena parte de los sectores urbanos medios, pero cuando se baja a los sectores más pobres de la ciudad y a algunas zonas rurales, también cuenta con un diferencial a su favor que debe ser tomado en cuenta. Los estrategas del PRD esperan que ello les pueda permitir llegar a un 18 por ciento: probablemente sea menos, pero difícilmente será el 9 por ciento que le da, por ejemplo, la encuesta de Reuter difundida la semana pasada (por cierto: ¿especificará la casa matriz de esa agencia, en Londres, cómo se financió esa encuesta, como lo ha solicitado el IFE?).
Paradójicamente, por la forma en que se han posicionado el panismo y Fox, su caudal de votos se puede medir en forma muy exacta con las encuestas: no tiene en su favor un diferencial de alguna forma oculto como el que suelen gozar el PRI y el PRD. Eso les permite saber exactamente en dónde están, pero puede terminar siendo engañoso para su propia causa y sobredimensionar sus éxitos.
En este sentido, en estas siete semanas que quedan, vamos a ver a un PRI ajustando todas sus fichas internas, cerrando heridas y asumiendo compromisos con sus diferentes sectores, desde los más alejados de Labastida hasta los más representativos del viejo PRI. El 2 de julio, si ganan, ya comenzarán a preocuparse por el periodo poselectoral (que ahora, una vez más, se podrá comprobar que es irracionalmente largo: cinco meses pasarán de la elección al cambio de gobierno, mismos que se harán, gane quien gane, literalmente eternos).
En el PRD realizarán una operación similar: van por consolidar su voto, marcar sus diferencias con el foxismo, demostrar de todas formas posibles que Cárdenas no debe declinar y concentrarán sus esfuerzos en zonas específicas del país, particularmente en la capital de la república donde López Obrador, con sus aciertos y los errores de sus adversarios tiene un escenario idóneo para que el PRD se quede en el poder. Si es así, es un espacio muy apropiado desde el cual lanzar la reconstrucción del partido.
En el PAN, por el contrario, tienen que arriesgar: saben que necesitan más votos y que la enorme mayoría ya está amarrado con las diferentes opciones: el voto que queda libre es pequeño y la posibilidad de quitarle puntos porcentuales a sus adversarios es escasa. Entonces se tiene que arriesgar: eso fue el decálogo (aunque en ese caso el costo puede ser mayor a los beneficios) y por eso se adelantaron los tiempos con la declinación de Muñoz Ledo. En este sentido, Fox caerá en mayores contradicciones porque tiene que dirigirse a muchos públicos distintos al mismo tiempo: no podrá evitarlo. Mucho dependerá entonces, del sentimiento que prive en la sociedad: si el antipriísmo a costa de lo que sea, siendo indulgente con sus contradicciones o, por el contrario, un deterioro (o desencanto) de su imagen presidencial por las mismas.
Con todo, algunos movimientos serían demasiado arriesgados, como el debate: en estos momentos el candidato de la Alianza por el Cambio sabe que es mucho más probable que de darse el debate se produciría un ataque convergente en su contra del PRI y el PRD, que una suma opositora antipriísta. En este marco, poco es lo que quedará librado al azar. Las estrategias ya están marcadas y los riesgos, sobre todo en el priísmo, aparentemente calculados. Le toca hacer la apuesta a Fox.