Hace exactamente una semana, en este espacio decíamos que, a pesar de que Vicente Fox necesita arriesgar si quiere ganar las elecciones ?algunos movimientos serían demasiado arriesgados, como el debate: en este momento, el candidato de la Alianza por el Cambio sabe que de darse el debate se produciría más un ataque convergente en su contra del PRI y el PRD, que una suma opositora antipriísta? y que si a eso le agregábamos el hecho de que al PRI y al PRD tampoco les interesaba mucho ese encuentro, lo más probable es que no se produciría.
Hace exactamente una semana, en este espacio decíamos que, a pesar de que Vicente Fox necesita arriesgar si quiere ganar las elecciones "algunos movimientos serían demasiado arriesgados, como el debate: en este momento, el candidato de la Alianza por el Cambio sabe que de darse el debate se produciría más un ataque convergente en su contra del PRI y el PRD, que una suma opositora antipriísta" y que si a eso le agregábamos el hecho de que al PRI y al PRD tampoco les interesaba mucho ese encuentro, lo más probable es que no se produciría.
Y en la noche del sábado, los representantes de Francisco Labastida, Cuauhtémoc Cárdenas y Vicente Fox decidieron que no se podían poner de acuerdo y que, por lo tanto, no habría debate. En realidad, aunque mantuvieron muchas reuniones e intercambiaron varias cartas, todos ellos sabían, desde antes, que de ser posible no irían al encuentro. ¿Por qué? Porque tanto Labastida como Cárdenas ya han definido estrategias muy claras: van por sus respectivos votos duros. El primero considera, quizás con demasiado optimismo, que le alcanzará ya no sólo para ganar sino, incluso para obtener la mayoría en la cámara de diputados. El segundo cree que volcándose hacia el voto duro, tradicional del perredismo, sumado a un probable triunfo en el DF, mantendrá espacios importantes de poder, no se derrumbará excesivamente en el ámbito legislativo (aunque allí es donde se demostrará cuán costosa fue la alianza por México) y buscará convertirse, gane quien gane, en una suerte de partido bisagra que garantice o impida la gobernabilidad.
Para Fox, por el contrario, como decíamos la semana pasada, el momento es de arriesgar, debe ganar mayores espacios, presionar para que el priísmo continúe su curva descendente, para que el cardenismo siga transfiriendo votos útiles hacia el foxismo. En este sentido, el debate hubiera sido muy útil para Fox, pero sólo si hubiera tenido garantía de que lo iba a ganar. Para ello Fox necesitaba un debate a modo. Y la mejor fórmula es la que él mismo había propuesto: un debate con temas libres, donde las preguntas hubieran sido realizadas por un panel de periodistas y en el cual, en los hechos, el espacio de confrontación directa entre los candidatos se hubiera reducido.
De otra forma, de imponerse el modelo de debate que planteaba sobre todo Cárdenas y que de alguna forma compartía Labastida, el mismo que en el encuentro de abril pero ahora sólo entre tres, lo que hubiera ocurrido es que se hubiera dado una natural confluencia entre el PRI y el PRD contra Fox: ambos se han sentido lastimados por el foxismo en las últimas semanas y si bien en términos propagandísticos los spots de Fox atacando tanto a Labastida como a Cárdenas con partes de sus respectivas actuaciones en el anterior debate, pueden ser benéficos para su causa, no cabe duda que de repetirse la experiencia, sus dos oponentes hubieran tratado de que ahora Fox pagara los costos.
Incluso en las negociaciones últimas se habían acercado el mecanismo propuesto por Fox, con algunos espacios de réplicas. Pero los propios negociadores del panista terminaron reventando el acuerdo posible al insistir en nombres para la terna que moderaría el debate, que son inaceptables tanto para el PRI como para el PRD, como Jorge Castañeda. Para nadie es un secreto que Castañeda es uno de los más inteligentes pensadores de la política nacional, pero tampoco lo es que forma parte del equipo de campaña de Vicente Fox: es absurdo proponerlo para moderar un debate en el que sería juez y parte. El PRI propuso en algún momento a Carlos Fuentes y si éste estuviera en el país (pasa largos periodos de tiempo fuera de México) la pregunta obvia sería porqué. No cabe duda que Fuentes es de los grandes escritores de nuestro continente: ¿pero eso lo habilita automáticamente como analista, periodista y entrevistador?. En realidad, con todo su talento, las declaraciones políticas de Fuentes (como de una enorme cantidad de escritores) no siempre reflejan el mismo genio que sus páginas literarias. Tampoco se pusieron de acuerdo los negociadores, porque como suele suceder últimamente en estos temas, desconfían de los medios y de los periodistas y están buscando, o algún comunicador a modo o intelectuales que podrán tener otros méritos pero que no son periodistas.
Hubo, incluso, algunos movimientos una vez iniciadas las negociaciones entre los candidatos para intentar responsabilizar, finalmente, a los propios medios por el fracaso de las negociaciones. Lo cierto es que a pesar que desde el lunes los negociadores de los tres habían comenzado sus encuentros, también es verdad que la primera reunión con los miembros de la Cámara de la Industria de la Radio y la Televisión -que se tendrían que haber encargado de producir para radio y televisión el debate- no se realizó hasta el jueves en la noche. Y ello porque se les había advertido públicamente que si no había contacto con la Cámara a más tardar en esa fecha no se podría realizar el debate porque un evento de esas características no se puede organizar de un día para el otro, como no se pueden cancelar anunciantes, cambiar programaciones, asumir costos, trasladar equipos y escenografías. Pero había elementos que se sumaban a lo anterior: las exigencias de los candidatos antes del debate de abril fueron muy altas (hasta camerinos insonorizados para el momento en el que se maquillaban, vaya a saber uno que secretos querían guardar) y se modificaron hasta la hora misma del debate. No sólo eso, había que decidir un nuevo lugar porque, según se nos dijo, el WTC informó que en sus instalaciones no se podría hacer un segundo debate porque hasta ahora no se les había pagado la renta de los espacios que se ocuparon en el primer debate y los partidos dicen que los debe pagar el IFE y el IFE que los partidos.
Por eso, cuando los partidos exigieron un horario más nocturno para el debate se les ofreció de 21 a 22.30, pero en las redes nacionales 7 y 9, que cuentan con la misma cobertura pero con menos espacios ya comercializados que la 2 y 13. Ante eso hubo un intento de los partidos de manejar que si no se tenía la máxima cobertura no se iría al debate, incluso hubo algunas declaraciones en ese sentido, pero rápidamente se comprobó que la demanda era injustificada. Fue entonces cuando se regresó a los encuentros en casa de Lucas de la Garza y cuando todo se estancó en los nombres de los posibles moderadores, que en este caso fungirían también como entrevistadores, no hubo acuerdo.
¿Qué viene ahora?. Viene un periodo en el cual se mantendrán las estrategias: Labastida tratará de fortalecerse en el voto natural del priísmo y tendrá que apostar, aunque sea algo, a los spots y las apariciones de radio y televisivas para evitar que la curva de su votación siga descendiendo. Los movimientos que se han dado en el priísmo podrán servir para consolidar el voto duro, la organización, pero no se ha avanzando en propuestas que generen expectativas en la sociedad. Un priísta lo decía este fin de semana en forma muy gráfica: "está bien, tenemos el aparato, podemos llegar a todos los domicilios, a todos los potenciales electores pero, en ese momento ¿qué les ofrecemos?".
Cárdenas va a un universo más reducido con la oferta de siempre. Allí tendrá eco si logra que no se imponga la lógica del voto duro y la apuesta está, en forma casi exclusiva, en un punto: el DF. Fox, continuará buscando socavar las bases del PRI y del PRD, seguirá buscando adhesiones que demuestren que el voto útil es la única alternativa. En este sentido, por ejemplo, adhesiones como las de Layda Sansores o Alfonso Durazo le serán útiles, aunque el salto del colosismo o del perredismo al foxismo, en términos ideológicos, sea imposible de explicar. Pero lo que está en juego no son las ideologías sino lisa y llanamente, el poder.