La historia de un fracaso
Columna JFM

La historia de un fracaso

La historia del fracaso del debate que se tendría que escenificar hoy entre los tres principales candidatos presidenciales, comenzó a construirse desde mucho antes, desde el mismo momento en el cual los responsables de la negociación, por cada uno de los aspirantes presidenciales, comenzaron sus encuentros. Y es que, por encima de todas las cosas, los candidatos no estaban demasiado entusiasmados con la idea del debate: ninguno percibía que pudiera ganar mucho con él y todos comprendían que podían perder mucho más.

La historia del fracaso del debate que se tendría que escenificar hoy entre los tres principales candidatos presidenciales, comenzó a construirse desde mucho antes, desde el mismo momento en el cual los responsables de la negociación, por cada uno de los aspirantes presidenciales, comenzaron sus encuentros. Y es que, por encima de todas las cosas, los candidatos no estaban demasiado entusiasmados con la idea del debate: ninguno percibía que pudiera ganar mucho con él y todos comprendían que podían perder mucho más.
Por eso, por encima de las declaraciones, los negociadores fueron a esos primeros encuentros, con muchas reservas, porque sabían que había un compromiso firmado y que vulnerarlo unilateralmente sería más costoso que una mala participación en cualquiera de los debates.
Lo cierto es que buscaron muchos mecanismos que les permitieran evadir el debate o justificar la ruptura, casi desde un principio. Uno de esos mecanismos fue el de los medios: como en otros ámbitos político-electorales, se ha puesto de moda en ciertos políticos responsabilizar a los medios de sus desgracias y vicisitudes, sobre todo de sus más gruesos errores. Ahora con el debate ocurrió un intento similar, pero en una doble vía: responsabilizar del fracaso primero a los propietarios de medios de comunicación y, luego a los propios comunicadores, aunque sea en forma indirecta.
Lo cierto es que las reuniones entre los representantes de Labastida, Fox y Cárdenas: Jorge Alcocer, Pedro Cerisola y Lucas de la Garza (que luego fue reemplazado en muchas reuniones por Julio Moguel, un eficiente operador de Cárdenas que, además, es el esposo de Rosario Robles) comenzaron desde el lunes pasado (a ese encuentro no se presentó Cerisola) y desde ese momento sabían que con su carga muy excesiva de demandas técnicas y personales, era difícil organizar el debate en términos de producción televisiva si no había un colchón de algunos días previos. Con todo, los negociadores no se reunieron con los representantes de la Cámara de la Industria de la Radio y la Televisión hasta el jueves en la noche, como decíamos en este espacio el día de ayer.
Solicitaron el principal horario de la televisión, de 21 a 22.30 horas y las redes 2 y 13, además de una serie de requerimientos técnicos específicos. En unas horas tuvieron respuesta: sería en ese horario pero en las redes 7 y 9, que tienen la misma cobertura nacional, pero sería cubierto además, por empresas de televisión restringida como MVS, y por 250 estaciones de radio en todo el país. Hubo algunos escarceos iniciales, sobre todo del PAN, pero finalmente se aceptó esa propuesta. Pero, para ello, se le puso a los partidos un límite: las 23 horas del día viernes. Si para ese día a esa hora no había una respuesta sobre el formato del debate y de las instalaciones donde se podría realizar, éste se tornaría imposible de concretar por problemas técnicos. Pasadas las 24 horas del viernes, Televisión Azteca (que era a quien le tocaba producir este debate, el de abril fue responsabilidad de Televisa) especificó que ya no tendría tiempo para realizar una producción en un foro alternativo y que ello sólo sería posible si se utilizaba alguno de sus estudios para el debate. Los demás telecomunicadores estuvieron de acuerdo.
Pero unos minutos después, se comunicó el representante de Cárdenas, Julio Moguel, con los funcionarios de la CIRT para explicarles que de ninguna manera iría Cuauhtémoc Cárdenas a Azteca, por el pleito que mantiene su partido con esa televisora. A la una y media de la mañana, volvió a comunicarse Pedro Cerisola, el representante panista y respaldó la petición de Moguel. Se estableció entonces una comunicación con Azteca que subrayó que ellos sólo se hacían responsables si tenían seis días para organizar la transmisión en un foro alternativo (los tres partidos tenían contratados espacios diferentes en distintas instituciones para ese caso, pero había primero que elegir uno y segundo, ver si cubría las exigencias técnicas de los propios candidatos).
Pero los partidos seguían queriendo el 23 como fecha inamovible. Entonces entró en la negociación Televisa. Cerisola fue quien propuso que se consultara con la empresa de la familia Azcárraga para ver si ellos podían hacer la producción sin cambiar la fecha. A las 2.30 de la mañana del viernes se logró una comunicación con Bernardo Gómez (que se encontraba fuera de México) para ver si ellos podían hacer la producción. El segundo de a bordo de Televisa lo garantizó sólo si era en el World Trade Center o en su defecto desde un estudio de Televisa, donde contaban con todo el equipo técnico. A las 3 de la mañana, parecía que había un acuerdo: quedaba en manos de los partidos establecer un formato esa misma noche para definir las exigencias de producción. Se convocó una reunión de productores para el sábado cerca del mediodía.
Pero allí se acabó el contacto: los directivos de los medios electrónicos de comunicación no volvieron a recibir información alguna de los representantes de los candidatos para el debate y terminaron enterándose por los periódicos, el domingo en la mañana, que no habría debate.
Era el lunes y todos seguían insistiendo en que sí querían el debate pero nadie decía cómo, en qué condiciones y en qué fecha. Incluso en la tarde del lunes hubo un intento de televisión Azteca de decir que esperaba a los candidatos en sus instalaciones en la noche de hoy martes. La gente de Fox dijo en primera instancia que sí, pero finalmente desecharon esa opción, por lo menos en esos términos, porque ello hubiera implicado realizarlo sin la presencia del PRD que ya había rechazado esa opción.
El otro punto fue el de los comunicadores. Dos versiones fueron particularmente graves. Una la que comentábamos en este espacio el día de ayer: que el PAN había propuesto que participara como moderador Jorge Castañeda, lo que lo hubiera convertido automáticamente en juez y parte. Ayer hablamos con Castañeda y nos asegura que jamás se presentó su nombre en ese sentido y que evidentemente por su condición de miembro del equipo de campaña de Fox estaba imposibilitado de jugar el papel de moderador en el debate. Pero los priístas y perredistas siguen insistiendo en que sí se manejó su nombre. En contrapartida, se asegura que los negociadores del PRI, Jorge Alcocer y Carlos Ortiz, se expresaron en forma peyorativa de los periodistas cuyos nombres se manejaban como moderadores, diciendo algo así que le dijeran un nombre y les dirían cuánto valía comprarlo. Dicen ahora los priístas que eso nunca se dijo, los negociadores perredistas lo dejan en el aire y los panistas afirman que esa afirmación sí se dio. Incluso, como digno corolario de esa negociación pírrica, se llegó a argumentar que esas cosas se dijeron en la madrugada del sábado porque los negociadores ya habían tomado algo de alcohol y, para entonces, estaban demasiado encaminados. Lo cierto es que ello demuestra, sean ciertas o no las versiones que se manejaron, la superficialidad con la que están manejando los partidos y sus candidatos a los medios y a los periodistas, sin comprender, plenamente, el peso de los mismos en esta campaña electoral y en la confección de la agenda política nacional.
Finalmente cabría señalar un punto: si todos los negociadores habían firmado el sábado en la madrugada un acuerdo escrito en el cual se aseguraba que ninguno de ellos era el responsable del fracaso del debate ¿para qué esta feria de declaraciones buscando ahora el culpable?.

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