Quizás nos equivoquemos, quizás es sólo un espejismo, pero, probablemente, lo que pudimos ver ayer es un ejercicio de autodestrucción política con pocos antecedentes anteriores.
Quizás nos equivoquemos, quizás es sólo un espejismo, pero, probablemente, lo que pudimos ver ayer es un ejercicio de autodestrucción política con pocos antecedentes anteriores.
Evidentemente, Vicente Fox, el candidato de la Alianza por el Cambio tuvo una semana difícil, compleja, un proceso que se había iniciado días atrás, con el famoso decálogo a los líderes religiosos (autogolpe que se pudo atenuar por el conflicto generado entre Porfirio Muñzo Ledo, el propio Fox, la secretaría de Gobernación y el PARM), pero que se catalizó en las últimas horas a partir de que se decidió no realizar el debate pactado para la noche de ayer.
Desde las primeras horas del domingo, coincidieron las versiones de los negociadores de Cuauhtémoc Cárdenas y de Francisco Labastida en el sentido de que habían sido los representantes de Fox quienes, al negarse a modificar el esquema de debate propuesto por ellos mismos, habían abortado ese intento. La combinación de esa ofensiva conjunta antifoxista del PRI y el PRD, pero también el resultado de diversas encuestas, primero, la de Reforma y posteriormente la de CEO de la Universidad de Guadalajara, y particularmente la publicada ayer por Milenio, sacaron de las casillas a un Vicente Fox que decidió, aparentemente y ante ello, dos cosas: responsabilizar a los medios de estar coludidos con sus adversarios y buscar alguna medida espectacular que revirtiera la situación.
Pero lo sucedido en la tarde de ayer, en la casa de campaña de Cuauhtémoc Cárdenas fue insólito. Un Fox agresivo, intolerante, que incluso tergiversó la comunicación de Emilio Azcárraga Jaen respecto al debate y los tiempos necesarios para realizar una transmisión en cadena nacional con requisitos mínimos de producción. Se vio un Fox que en ningún momento pudo explicar a la sociedad y a sus interlocutores porqué el debate tendría que realizarse, a como diera lugar, ese día y porqué no, el viernes como proponían Labastida y Cárdenas y aceptaba la Cámara de la Industria de la Radio y la Televisión.
Un Fox para el cual el acuerdo firmado en la madrugada del sábado por Pedro Cerisola era válido en el sentido de que ellos no habían abortado el debate pero que no tenía validez alguna cuando se especificaba el centro de ese documento: que no había condiciones para realizar en la noche de ayer el tan llevado y traído debate. Un Fox que se vio irritado y, peor para su causa, aislado y radicalizado, que trataba de demostrar que en su contra se alzaba una conjura enorme que involucraba a los medios, al PRI y al PRD, conjura que nunca pudo comprobar. Sin duda, con ello Fox ha fortalecido su voto duro, pero la autodestrucción proviene de un dato irreductible: con este tipo de posiciones le será difícil avanzar en un electorado aún indeciso que quizás no sea priísta, pero que tampoco quiere jugar todo a una aventura.
Sin duda el gran ganador de estas jornadas se llama Cuauhtémoc Cárdenas. Tanto en las intervenciones previas al encuentro del martes en la tarde como en ese mismo evento. Cárdenas se mostró en un papel que mucho le había redituado en 1997: como un político conciliador, que busca construir puentes y que muestra sensatez y sentido común, ante los arrebatos de Fox y un Labastida mucho más calmado pero que también cayó en algunos titubeos.
Si Cárdenas logra mantenerse en este nivel, no sólo se acrecentará su caudal electoral (que de todas formas difícilmente le alcanzará para ganar la elección) pero sin duda ha logrado meterse en el debate, en la disputa, como un factor del que dependerá ya no sólo lo que suceda en la noche del 2 de julio y los días posteriores, sino también la gobernabilidad del país.
Cárdenas se encontrará el 2 de julio con su porcentaje histórico de votos -alrededor de 18, 20 por ciento- y con el triunfo, casi seguro (las encuestas más confiables le dan en estos momentos una ventaja de 10 puntos en el DF a Andrés Manuel López Obrador) en el Distrito Federal, en un contexto de una elección que resultará muy cerrada entre Francisco Labastida y Vicente Fox. Gane quien gane requerirá del respaldo y la legitimidad que le podrá dar o quitar Cárdenas. En otras palabras, el ingeniero se erigirá en un factor clave para la gobernabilidad del país. Y quienes pensaban en convertirse en el partido bisagra, en un ambiente de polarización PRI-anti PRI, podrían encontrarse con que ese papel lo jugarán Cárdenas y su gente. No deja de ser una paradoja que, ese rol, que siempre aspiró a jugar Porfirio Muñoz Ledo, terminara siendo ocupado por un Cuauhtémoc Cárdenas que se mostró, en estos dos últimos días, mejor que en cualquier otro momento de esta campaña.
Pero para todo hay desafíos. Primero, no cabe duda que Cárdenas ni quiere ni puede mostrarse como un hombre con un acuerdo con Labastida o el PRI. Existe sí, como nos dijo el lunes el propio Labastida, una suerte de convergencia natural propiciada por el propio enfrentamiento a Vicente Fox, a quien ambos perciben como una amenaza en términos políticos: la relación con la iglesia, con Estados Unidos, las políticas privatizadoras que Labastida y Cárdenas rehuyen.
Pero para Cárdenas el momento es de conservar el centro que logró obtener en el ambiente de polarización y para ello debe cuidar, sobre todo, la reacción de algunos sectores radicales del propio partido. Sin embargo, el hecho de que Andrés Manuel López Obrador haya podido seguir adelante y la confirmación conjunta de su recuperación electoral aunada al avance indudable que lleva el tabasqueño en su campaña por la jefatura de gobierno del DF, son una suerte de antídoto ante posibles rebeliones internas. Paradójicamente, fue el propio Fox el que galvanizó las fuerzas internas del perredismo con su acusaciones a Cárdenas de que había negociado con el gobierno: fue no comprender las lógicas internas del perredismo y el peso de la figura de Cárdenas en ese partido. En última instancia, parafraseando a Jorge Luis Borges, Cárdenas y Labastida se encuentran en estos momentos extrañamente juntos, porque "nos los une el amor, sino el espanto".
Al momento de escribir estas líneas, Fox se dirigía al WTC, donde mantendría una suerte de debate consigo mismo, escenificando el acto final de una obra que aún tendremos que ver cómo concluye. Por cierto, todo esto ha generado, también, divisiones entre los medios de comunicación electrónicos. Al momento de comenzar la reunión en la casa de campaña de Cárdenas, a las 5 de la tarde, había un acuerdo básico de todos los comunicadores electrónicos de que se requerían 48 horas para que la Cámara de la Industria de la Radio y la Televisión pudiera organizar como tal el debate. Ese acuerdo fue vulnerado por Televisión Azteca, que rescató una propuesta que ya había realizado el día anterior a Vicente Fox de presentar el debate en sus instalaciones o en las de su filial, canal 40. Paradójicamente, el viernes a la medianoche, una de las causas por las que se frustró el acuerdo sobre el debate fue que tanto los negociadores del PRD como del PAN, no quisieron que el debate planeado para ayer martes se realizara precisamente en televisión Azteca, por los evidentes conflictos entre esa empresa y el PRD, quien sea de los dos que tenga la razón en el mismo. Lo cierto es que Azteca vulneró ese acuerdo, pero luego Fox tergiversó a Azcárraga Jaen diciendo algo que el presidente de Televisa no había dicho: que ellos estaban en disposición de realizar el debate cuando fuera. El punto no es de disponibilidad: si no, como explicaron ayer en múltiples ocasiones tanto Lucas de la Garza como Cuauhtémoc Cárdenas, de oportunidad y de proyección: ¿qué es lo que importa en un debate?: el auditorio, el tener la mayor cantidad de medios enlazados, el poder mostrar a la ciudadanía en la forma más amplia posible las diferentes propuestas. ¿Qué sentido tiene hacerlo en forma parcial, con sólo algunos medios, en un formato improvisado y cuándo todos los representantes partidarios habían afirmado, apenas dos días antes, que no estaban en condiciones de organizarlo para el día de ayer?. La banalización de la política y sus instrumentos, nunca ha sido buena consejera.