Nada para nadie. Así podría definirse el escenario electoral después del debate del viernes. Porque a la pregunta de si cambiaron las tendencias electorales por el famoso debate, habría que contestar que no. No cambiaron porque cada uno de los candidatos, Francisco Labastida, Vicente Fox y Cuauhtémoc Cárdenas, salió a jugar su papel en esa puesta en escena y por encima de aciertos (pocos) y errores (que pasaron bastante desapercibidos), los tres cumplieron con lo que querían, con lo que buscaban: Labastida, sabiendo que no podía ganar buscó no perder ostensiblemente; Fox trató de recuperarse del martes trágico, y en buena medida lo logró; Cárdenas tenía como fin mantener su reposicionamiento y ahí está. Cada uno jugó su papel y cumplió con lo que se esperaba: no hubo sorpresas y sin ellas no hay porqué modificar las tendencias electorales.
Nada para nadie. Así podría definirse el escenario electoral después del debate del viernes. Porque a la pregunta de si cambiaron las tendencias electorales por el famoso debate, habría que contestar que no. No cambiaron porque cada uno de los candidatos, Francisco Labastida, Vicente Fox y Cuauhtémoc Cárdenas, salió a jugar su papel en esa puesta en escena y por encima de aciertos (pocos) y errores (que pasaron bastante desapercibidos), los tres cumplieron con lo que querían, con lo que buscaban: Labastida, sabiendo que no podía ganar buscó no perder ostensiblemente; Fox trató de recuperarse del martes trágico, y en buena medida lo logró; Cárdenas tenía como fin mantener su reposicionamiento y ahí está. Cada uno jugó su papel y cumplió con lo que se esperaba: no hubo sorpresas y sin ellas no hay porqué modificar las tendencias electorales.
Porque está comprobado que los debates no suelen modificar las tendencias electorales: sirven para confirmar un voto, para mantener las dudas, para mostrar un poco más de cerca la personalidades de los candidatos, pero incluso en este caso, cuando se trata de tres personajes tan conocidos como Labastida, Fox y Cárdenas, es poco lo nuevo que pueden mostrar. Los debates modifican tendencias cuando muestran un personaje nuevo, cuando se da alguna sorpresa o resbalón espectacular por parte de alguno de los candidatos. Así fue en 1994 cuando el gran público descubrió a un Diego Fernández de Cevallos que apabulló a Cuauhtémoc Cárdenas y Ernesto Zedillo. Así ocurrió, incluso, en el debate de abril pasado, aunque en mucho menor medida, cuando algunos electores descubrieron a Gilberto Rincón Gallardo, lo que probablemente le alcanzará para garantizar el registro en la próxima elección. Pero el viernes no hubo nada nuevo.
En esta lógica, quizás son más perdurables los efectos de lo ocurrido el martes en la casa de campaña de Cárdenas que lo sucedido en la noche del viernes en el Museo Tecnológico de la CFE. ¿Qué se confirmó en el debate?. Que Fox tiene capacidad de recuperación pese a lo duro que fue lo del martes: cualquiera pudo percibir el nerviosismo y las dudas que permeaban a Fox en la primera media hora del debate, en el que estuvo claramente a la defensiva: si en ese lapso Cárdenas y Labastida lo hubieran atacado personalmente quizás le hubieran echado a perder la noche, pero no lo hicieron y Fox retomó el control y, para sus electores, siguió siendo el mejor (ello se puede comprobar de una manera sencilla: en las encuestas telefónicas, los índices de aceptación de Fox se mantuvieron casi exactamente igual que luego del debate de abril pasado, superando en ambas por amplio margen a Labastida y Cárdenas, pese a que ambos subieron sus porcentajes respecto al mes anterior). La jugada de las claves del Fobaproa, fue calificada como "maestra" por su asesor, Jorge G. Castañeda, pero la verdad es que en el momento del debate pasó relativamente desapercibida: podría haber tenido un efecto mayor en circunstancias diferentes. Por cierto, de la reunión que mantuvieron los dirigentes panistas y el equipo de campaña de Fox en este fin de semana, saldrán movimientos en la estrategia de Fox para encarar los próximos 30 días de campaña, en los que el rasgo distintivo podría estar en una mayor presencia del partido y, se asegura en círculos panista (no de la campaña) en un relativo desplazamiento de Pedro Cerisola.
En el caso de Labastida, insistimos, el objetivo era no perder. En la lógica en la que se había inscripto el debate, el priísta no podía ganar. Simplemente era obvio que sería golpeado por sus dos adversarios y cuando se saca a relucir el desgaste de los setenta años en el poder del priísmo, los argumentos en contra siempre quedan rezagados. Mostró algunas cosas buenas que no supo explotar adecuadamente, como el contraataque sobre la seguridad pública en los 11 años que lleva gobernando el PAN en Baja California o los magros resultados que mostró al respecto Cárdenas en la capital, pero como que Labastida no quiso ir más allá, como que sus asesores se quedaron a mitad de camino entre mostrar un candidato "propositivo" o un aspirante presidencial agresivo. Llamó la atención, por ejemplo, que no tuviera materiales preparados para contrarrestar algunos ataques que, desde días antes, sabía que le harían, como la filiación salinista que enarboló en su contra Cárdenas. Labastida, insistimos, tuvo como regla, como la ha tenido toda su campaña, no arriesgar: no lo hizo y no ganó el debate, aunque tampoco parece haber pagado costos excesivos por ello (como sin duda los pagó después del debate de abril).
Para Cárdenas, el debate confirmó el buen momento que vive su campaña. Aunque debemos diferenciar situaciones. Lo que ha logrado Cárdenas es meterse en la pelea, romper la polarización Labastida-Fox y ahuyentar, definitivamente, la tesis de la declinación y el voto útil. Esa es, sin duda, una gran victoria del michoacano en el terreno táctico, pero Cárdenas, en los números, aún aparece muy lejos de sus oponentes en todas las encuestas. Muy probablemente, él fue el gran beneficiario del martes trágico, porque las encuestas internas de los partidos y candidatos hablan de hasta seis o siete puntos que se canalizaron en su favor luego de ese día. Pero incluso así, todavía no le alcanza para estar en los mismos porcentajes de sus oponentes.
Pero, por como se han dado las cosas en su campaña, quizás lo más importante no es ganar sino impedir que el perredismo se diluyera en la marea foxista. Esa hubiera sido para Cárdenas una derrota histórica, en el mejor y más completo sentido de la palabra. Cárdenas muy probablemente no gane las elecciones, pero ha demostrado, primero, que existen otras opciones diferentes al PRI y el foxismo (que evidentemente trasciende al PAN); segundo, que esas opciones no sólo son reales sino también necesarias; tercero, que no es tan inútil tener un tercero en discordia a la hora de definir la gobernabilidad del país, y cuarto, que ello no implica, digan lo que digan sus adversarios, una alianza con el priísmo, aunque exista una natural convergencia en ciertos capítulos políticos (siempre los ha habido) entre el PRI y el neocardenismo, como los hay entre el PRI y el PAN en ciertos aspectos de la política económica.
Cárdenas ya está en la pelea, un poco por haber sido factor de equilibrio y diferenciación entre Fox y Labastida, pero si quiere ir más allá, tendrá que arriesgar, él también, un poco más. El problema con Cárdenas es a la hora de avanzar en propuestas, en iniciativas, en su aterrizaje en la nueva realidad cotidiana del país. Tiene un defecto que debe superar: su mirada está demasiado puesta en el pasado y muy poco en el futuro. Puede ser demoledor para criticar un pasado (del que en algún momento él también fue parte) pero no siempre, o en muy pocas ocasiones, se muestra como una esperanza para el futuro. Cárdenas y su gente siempre dicen que el ingeniero es un hombre previsible, sin sorpresas y es verdad: el punto es si ello alcanzará entonces para convencer a un electorado mayor que el que lo siguió en 1988 o 1994. Cárdenas se ha metido en la pelea y ha recuperado sus porcentajes históricos. La pregunta que debe hacerse ahora es cómo logrará trascenderlos.