La noche del 2 de julio
Columna JFM

La noche del 2 de julio

Será, sin duda, una noche compleja, con demasiadas cargas e incertidumbres. La noche del 2 de julio será decisiva, además, para saber cómo funcionará la gobernabilidad en los días, semanas y meses posteriores al proceso electoral. Lo cierto es que las encuestas van y vienen, pero al día de hoy nadie podría asegurar, con plena certidumbre quién ganará las elecciones presidenciales. Existen demasiados imponderables, demasiados hilos sin atar en unos comicios que, por lo menos, se sabe que serán sumamente disputados.

Quieren y buscan el poder desde trincheras diferentes y todos, irremediablemente todos, dicen que lo hacen con anhelos democráticos. ¿Lo son todos los candidatos? ¿cuando hablan de establecer sistemas auténticamente democráticos, de consolidarlos o de cambiarlos con rumbo están hablando de lo mismo?.
Dice Fernando Savater en su Diccionario Filosófico que "hoy se discute tanto acerca del devenir de la democracia, de sus distintos modelos, de qué es y no es la verdadera democracia, de si puede -y aún debe- darse democracia política en la sociedad de masas en rápido crecimiento, de cómo organizar la representación y fomentar la participación democráticas, del mejor modo de resguardar las democracias realmente existentes contra las ventorelas de la corrupción (soborno, nepotismo partidista, cleptocracia) que el significado mismo de la democracia como concepto político y como forma de vida parece ser ya una cuestión que interesa poco".
Sin embargo, allí se encuentra el centro de lo que debemos esperar y buscar en este proceso electoral cuando hablamos de democracia y de sus opciones: ¿qué concepto de vida nos quieren vender los distintos candidatos? ¿cuál es el tipo de sociedad que realmente quieren?.
La opción opositora más notable, sin duda, es Vicente Fox, candidato presidencial de la Alianza por el Cambio. Tiene posibilidades reales de ganar la elección y de dejar fuera de Los Pinos al PRI por primera vez en más de 70 años. Fox ha logrado imponerse en esa posición con un solo eje: el cambio. "Saquemos al PRI de Los Pinos" no sólo es un lema de campaña, es representativo del estado de ánimo de buena parte de la sociedad, sobre todo de las clases medias en los principales centros urbanos.
Fox, en su aparente simplicidad, es un hombre complejo, difícil de descifrar, contradictorio. Parece ser un fanático del trabajo y en este caso de la búsqueda del poder. Es muy difícil hablar con Fox, por lo menos en los últimos años, de algo que no sea su actividad política: no parece estar demasiado interesado ni en la literatura, ni en la música, mucho menos en el cine. Si uno escucha sus discursos o recuerda sus declaraciones, se comprobará que el mundo de la cultura parece estar lejos del ánimo y de los intereses del candidato: recordemos que alguna vez dijo ser amigo "del premio Nobel, Carlos Fuentes".
Pero tampoco se trata del loco, o del ignorante fanático que alguna propaganda oficial nos quiere hacer creer. Fox es un hombre, en el mejor sentido de la palabra, "vivo", sabe lo que quiere y si bien no tiene cultura política la reemplaza con un crudo pragmatismo y un olfato digno de la mejor causa. En su historia personal, casi nadie podría ser más antagónico de sus contrincantes, Francisco Labastida o Cuauhtémoc Cárdenas (hombres educados en un ambiente cultural relativamente elevado, con fama de tolerantes y relativamente liberales en su vida personal y familiar), que un Fox que aunque no lo quiera mostrar aún se ve como un hombre con estrechos lazos con la iglesia y los grupos confesionales.
Un Fox que se ha separado (pero no divorciado, remember la iglesia) de su primera esposa, Lilian de la Concha, pero que ha conservado la custodia de sus hijos, los cuatro adoptados, actuando como un padre soltero, dicen sus propios hijos, por lo menos Ana Cristina y Paulina, ejemplar, tolerante y cariñoso: lo debe ser porque por lo menos en el caso de las hijas mayores se trata de muchachas inteligentes, agradables, carismáticas. Debo reconocer que muchos de los rasgos de la personalidad política de Fox no me agradan: en ocasiones aparece como demasiado seco, duro, intolerante o arrebatado. Paradójicamente, esa situación de su vida personal: el haberse quedado con la custodia de sus hijos, el propio hecho de convertirlos en suyos de una manera tan evidente, es, quizás, lo que mejor habla de Fox y el que sea atacado por ello demuestra la calidad de los atacantes.
¿Cómo sería un México gobernado por Fox?. Ahí está el decálogo que suscribió con los hombres de centro izquierda que se adhirieron a su candidatura, que lo muestra como un liberal centrista, como él mismo prefiere que se lo vea, pero ahí está también el decálogo que envió a las distintas iglesias y particularmente a los obispos de la iglesia católica, que muestran un pensamiento profundamente conservador, asumiendo compromisos para regresar a un estado de cosas aparentemente superado por la propia historia desde hace décadas. Se podrá decir que lo que se busca es un equilibrio, pero si se comprueba el poder de ambos grupos y se asume la personalidad profundamente pragmática del propio Fox, sabremos, sin duda, cuál de esos compromisos será asumido con preeminencia.
Sin embargo, para comprobar su margen de pragmatismo -que va de la mano con su legítima ambición de poder- hay otros elementos: en primer lugar, su relación con el mundo. Fox es un hombre que a pesar de que ha aprendido, aún se sorprende y puede ser sorprendido demasiado. Se sorprendió en muchos sentidos con el entonces presidente argentino Carlos Menem cuando lo conoció en Miami y le sucedió lo mismo, pero al cuadrado, cuando se entrevistó con Fidel Castro. A través de alguno de sus aliados en Estados Unidos ha establecido buenas relaciones con sectores de la izquierda demócrata -que siempre ha desconfiado del PRI y que lo ven como una verdadera alternativa de cambio- y, al mismo tiempo, mantiene relaciones con la derecha república y algunos sectores aún más extremos, como la secta Moon. Se podrá decir que siguiendo el consejo de otros políticos, desde Lenin hasta el Ayatola Komeini, Fox lo que está haciendo es aceptando apoyo donde lo haya y ya en el poder hará sus verdadera selección de amigos y decidirá cuáles compromisos honrará y cuáles quedarán en el pasado.
Habría que preguntarse si eso será así, también, con sus aliados internos. No deja de ser notable la distancia que ha puesto el PAN, o algunos de sus hombres más notables, con la campaña de Fox. Por supuesto que no hay allí, como se ha dicho, una ruptura, pero sí es cierto que Fox y el PAN están lejos de ser lo mismo. Los hombres y mujeres más cercanos en estos momentos a Fox no son panistas: no lo son Jorge Castañeda y Adolfo Aguilar Zínser, no lo es Marta Sahagún, ni Pedro Cerisola, ni Lino Korrodi, mucho menos Porfirio Muñoz Ledo, quizás el hombre con la personalidad y los principios más antagónicos a Fox que exista en el panorama político nacional. ¿En que espacio privilegiará Fox sus acuerdos, en los de su partido o en el de sus volátiles aliados? ¿cuánto durará el acuerdo entre el PAN y muchos de sus adversarios históricos, ahora todos unidos tras la candidatura de Fox, de llegar éste a la presidencia? ¿qué sucederá, quién arbitrará, cuando choquen sus diferentes visiones del hombre, de la sociedad y del país?.
Paradójicamente, para muchos, esas indefiniciones que se dan en torno a Fox, es lo que torna atractiva su candidatura: se puede asumir, por lo menos en apariencia, que se apoya a un hombre, a una causa muy sencilla: derrotar al PRI, sin comprar el paquete ideológico, la cosmovisión que ese hombre tiene de sí mismo y de su papel en el poder, o el del partido que lo sustenta. Para otros, allí estriba, quizás, el punto débil del foxismo: nadie puede decir que sabe con certeza cómo será un gobierno foxista, nadie puede decir de esa amplia amalgama de apoyo electoral cuál será la combinación, el cóctel que finalmente gobierne este país o cuál el proyecto, de los muchos y antagónicos que conviven hoy en el foxismo, será el que se imponga. Fox es, sin duda, el cambio. Pero Fox no es, no lo ha querido ser hasta ahora, sinónimo de certidumbre. Allí residen su fortaleza y su debilidad.

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