Los conteos rápidos han confirmado el triunfo del candidato de Alianza por el Cambio, Vicente Fox. La sociedad llegó al 2 de julio polarizada y dividida en el ámbito político. Un presidente, un gabinete recluido en sus oficinas que trabaje lejos de la gente, simplemente estará condenado a un aislamiento que le restará credibilidad y gobernabilidad.
Al momento de escribir estas líneas aún no han cerrado las casillas electorales en todo el país. Sin embargo, el presidente del Consejo General del IFE, José Woldenberg, ya ha adelantado y los medios hemos podido confirmar, que hay tranquilidad en los 300 distritos electorales en los que está dividido el país y que la votación era copiosa, aunque las lluvias que se produjeron en algunos puntos, podrían haber aumentado el índice de abstencionismo.Dentro de unas horas, cuando usted esté leyendo este texto, el cómputo electoral estará muy avanzado y deberíamos de saber ya, quien será el hombre que asumirá el poder el próximo primero de diciembre. No sabemos el nombre, pero sin duda ya sabemos algo: quien sea que gane la elección presidencial ya no podrá seguir gobernando como se lo ha hecho hasta ahora. Toda la campaña electoral giró en torno a un debate: la alternancia en el poder o un cambio “con rumbo” con mucho de continuidad en el sistema. Sin embargo, sea cual fuere el resultado, lo cierto es que esa alternancia, por lo menos en la forma de hacer y entender la política, tendrá que darse irremediablemente. Lo que cambió desde ayer es el sistema político: después de la polarización que se ha generado, de la competencia, de los equilibrios de poder que se establecerán a partir de hoy, pensar en que las cosas pueden, con quien sea el próximo presidente, quedarse como hasta ahora, sencillamente estará equivocado. El sistema político ya nunca más será el mismo.¿Porqué se debe cambiar la forma de gobernar?. Por varias razones, pero cinco son fundamentales en este sentido. Primero y principal por el nuevo equilibrio de poder. Hasta ahora once entidades del país están gobernadas por la oposición, el número bien podría ampliarse con los resultados que se tienen que haber dado a conocer anoche, como sin duda se debe haber ampliado el número de presidencias municipales y de diputados locales no priístas. En la capital, salvo que haya ocurrido algo muy extraño, el PRD seguirá manteniendo la supremacía, pero ya no con un peso tan contundente como el obtenido en 1997. En términos legislativos, el equilibrio será indudable: tenga o no alguno de los competidores mayoría propia (lo que es posible pero no probable), el Congreso de la Unión tendrá que convertirse en un foro de análisis y discusión de los principales capítulos de la agenda nacional, algo que no fue esta legislatura que ahora está a punto de concluir, pese a que se logró en la cámara de diputados una nueva mayoría. Y ello será una realidad no sólo en la cámara de diputados sino también en la de senadores.Este equilibrio de poderes entre el Ejecutivo y el Legislativo (e incluso dentro de éste) obligará irremediablemente a fortalecer, sea quien sea el ganador, al poder judicial, sin duda hoy el más débil de los tres poderes de la Unión. Habrá que fortalecerlo porque deberá comenzar a actuar como lo que en buena medida no ha sido en el pasado: un factor de equilibrio ante los otros dos poderes. El fin del presidencialismo centralista, que llevaba a rastras a legisladores y jueces deja en varios sentidos un vacío que debe ser llenado por nuevas y mejoradas instituciones.Eso obligará a una segunda operación al ganador de los comicios de hoy: tenga o no mayoría legislativa propia, deberá buscar un gran acuerdo, sobre la base de un programa común, con la mayoría de sus hasta ayer adversarios. La sociedad llegó al 2 de julio polarizada y dividida en el ámbito político: esta campaña excesivamente larga, basada en la confrontación y en la que ha estado tanto en juego, ha dividido más que unido. Nadie puede tener la arrogancia política e intelectual de pensar que pasada la elección tendrá la suma del poder y podrá gobernar desde esa óptica. Tendrá que haber acuerdos, tiene que establecerse un programa que abarque los intereses de las verdaderas mayorías (recordemos, simplemente, que un candidato que si vota el 60 por ciento de los empadronados en la lista nominal y el ganador obtiene el 40 por ciento de los votos, estaría gobernando con el voto de unos 17-18 millones de mexicanos, de una población que supera los 97 millones). Cualquier administración que pretenda ser monopartidista y sin apertura a distintos grupos sociales y políticos, simplemente no gozará de una mínima gobernabilidad del país.Esto tendría que ir de la mano de un tercer aspecto: la política social. Simplemente no es admisible el grado de desigualdad que marca nuestro desarrollo como nación. Quien quiera que sea el próximo presidente deberá concentrar sus esfuerzos en disminuir la desigualdad y mejorar el nivel de vida de la sociedad. Porque, además, la mayoría de las grandes reformas económicas, ya están concluidas y las pendientes, como la reforma fiscal, deberán estar enfocadas a ese objetivo social. El hecho de que lo social sea el eje de cualquier estrategia gubernamental constituye la base de esos acuerdos de gobernabilidad de los que hablábamos con anterioridad.Un cuarto aspecto es la participación ciudadana. Nunca antes había sido tan amplia y tan intensa en una campaña electoral. La mayoría de la ciudadanía está lejos de querer incendiar el país, sea cual sea el resultado que se haya dado a conocer anoche, pero esa mayoría sí quiere ser escuchada y sí quiere participar. Un presidente, un gabinete recluido en sus oficinas, que trabaje lejos de la gente, simplemente estará condenado a un aislamiento que le restará credibilidad y gobernabilidad. Quizás nunca antes como hoy el poder deberá acercarse a la gente, escucharle y, sobre todo, otorgarle participación en la toma de decisiones.Y finalmente ello nos deberá llevar a un último punto: la reconciliación. La polarización política entre muchos sectores sociales ha sido brutal y fue impulsada por los propios partidos y sus candidatos. Nadie podrá gobernar en un país dividido, sin generar confianza y sin generosidad, entendida ésta como la apertura a aceptar al otro, a atender sus argumentos, a buscar, conscientemente, márgenes de unidad y tolerancia. Sin ella, sin tolerancia y sin aceptación mutua (que no implica en absoluto bajar banderas o abandonar principios y objetivos particulares o de grupo) el ejercicio de poder será cada día más difícil para el triunfador.Evidentemente, la política debe ser entendida de otra forma, debe estar marcada por otra dinámica, se debe gobernar diferente, se debe asumir que este sistema político, simplemente ya es otro y no puede volver atrás.