El día que destruyó los mitos
Columna JFM

El día que destruyó los mitos

Era el último capítulo de una campaña priísta llena de claroscuros y desorganización, sin metas claras de hacia donde dirigir el mensaje, que puso toda su apuesta en mantener el voto duro del partido. El priísmo gobierna dos terceras partes de los estados del país y tiene poderosos grupos parlamentarios en la Cámara de Diputados y Senadores. El cambio debe ser de fondo o el PRI continuará aislándose y se dividirá en varios grupos antagónicos, lo que fragmentará sus espacios de poder.


El domingo pasado, cerca de las diez de la mañana, desde la oficina de Armando Biebrich, se comenzó a llamar a los funcionarios públicos para invitarlos a la fiesta de la victoria, a las diez de la noche en el edificio central del PRI. Cerca de las dos de la tarde los funcionarios comenzaron a ser desinvitados y se les sugería que mejor esperaran nuevas indicaciones. A la hora de la comida, con la misma sorpresa con que el gol francés en tiempo de compensación comenzaba a quitarle a Italia la Eurocopa de fútbol, se comenzaban a confirmar los resultados de los exit poll que le daban una ventaja, mínima, de cinco puntos a Vicente Fox sobre Francisco Labastida. Alrededor de las cinco de la tarde, cuando el candidato de la Alianza por el Cambio empezaba a creer que esos resultados eran reales, en el PRI ya se comenzaban a preparar las exequias y los discursos mediante los cuales, éstas, se harían oficiales.Era el último capítulo de una campaña priísta llena de claroscuros y desorganización, sin metas claras de hacia dónde dirigir el mensaje, que puso toda su apuesta en mantener el voto duro del partido, algo que consiguió, pero que nunca pareció tomar en cuenta que ese voto no alcanzaría para contrarrestar la ola azul que estaba detrás del foxismo. La organización electoral del priísmo, encabezada por José Guadarrama y Manuel Garza González, nunca alcanzó a mirar más allá y, para asombro de muchos priístas, divulgó un video interno con las estrategias electorales titulado Así vamos a ganar que parecía tan sólido como un texto de Miguel Ángel Cornejo para explicar las implicaciones éticas de la revelación del mapa del genoma humano. En la tarde del domingo se destruyeron muchos mitos que intuíamos que ya no eran reales, pero que seguían permeando al sistema político y a buena parte de sus observadores. El primer mito derruido es que la maquinaria del PRI sería suficiente para ganar cualquier batalla. Con esa maquinaria priísta ocurrió lo mismo que, en el pasado, con la Federal de Seguridad: todo mundo pensaba que era un aparato gigantesco, que tenía control absoluto sobre la vida y obra de todo ciudadano. Pero cuando esa institución comenzó a desgajarse y corromperse, cuando en el gobierno de Miguel de la Madrid se decidió pasarla a retiro, los hombres que salían de ella sabían que era un mito: que sí operaba y tenía un margen de control, pero que eran mucho mayores sus carencias, ocultas, precisamente por la imagen mítica. Esos hombres dejaron la DFS y pasaron, muchos de ellos, al crimen organizado y hasta el día de hoy han derrotado una y otra vez a las instituciones de seguridad del Estado: sabían, para decirlo en otras palabras, como era el monstruo desde dentro y cómo derrotarlo.Cuando en el PRI comenzaron las rupturas de sus estructuras duras con la salida de la corriente democrática en 1987, también se comenzó a saber que el aparato priísta tenía numerosas debilidades. Cada dirigente que abandonaba ese partido o que era marginado internamente, sabía cómo el priísmo podía ser derrotado. Se comenzaron a crear los antídotos y, salvo en el periodo de Luis Donaldo Colosio al frente del tricolor, simplemente se apostó a que nadie se daría cuenta de que el aparato ya no era tal. El tricolor tuvo una última advertencia durante su elección interna pero el triunfo de Labastida la dejó en el olvido. Ahora ya es imposible que la ignore.¿Qué le queda al priísmo? Sus espacios de poder son, aún, muy significativos: gobierna dos terceras partes de los estados del país, tiene poderosos grupos parlamentarios en las cámaras de diputados y senadores, pero no tiene claro para qué y cuáles serán sus objetivos. En la mañana de ayer, el presidente Zedillo se reunió con la dirigencia priísta y con los gobernadores de ese partido. Desde la mañana había trascendido que Dulce María Sauri había presentado su renuncia a la presidencia del partido y sólo faltaba por definir qué salida se buscaría. Se manejaron varias hipótesis, incluyendo la realización de un Consejo Político Nacional en las próximas horas o días. Se habló y no se la veía ayer como opción descabellada, que el propio Labastida tratara de asumir la presidencia del partido para convertirse así en una suerte de líder priísta de la oposición.No sabemos cuáles serán las decisiones finales del priísmo, pero ahora, como en 1997, estos resultados deberían obligar al priísmo a olvidarse de remiendos y a realizar cirugía mayor: debe elegir democráticamente a sus dirigentes, debe tener una renovación profunda de sus cuadros y de sus líneas de acción, debe definir una nueva relación con la sociedad, debe, como intentó infructuosamente Genaro Borrego en 1992, refundar el partido, incluyendo su cambio de nombre. A muchos no nos ha gustado la analogía que ha realizado Vicente Fox de la política con la mercadotecnia pero lo cierto es que la marca PRI está ya irremediablemente desgastada. El cambio debe ser de fondo o el PRI continuará aislándose y se dividirá, irremediablemente, en varios grupos antagónicos lo que fragmentará sus espacios de poder. Las opciones son dos: la autodestrucción, similar a la del PCUS y los partidos comunistas de Europa del Este o los intentos de renovación interna al estilo PSOE o del viejo partido comunista italiano.Otro mito que se derrumbó fue que la alternativa era el PRI o el caos. Nada hace presumir que esta transición será siquiera desordenada. También se había dicho muchas veces que las Fuerzas Armadas no permitirían asumir el poder a un candidato opositor y lo cierto es que como destacaron dirigentes panistas ayer mismo, los hombres y mujeres del ejército tuvieron un papel ejemplar en garantizar la limpieza electoral. Se había dicho que no podía haber un voto diferenciado y este fue una realidad: simplemente Vicente Fox ha tenido más del 42 por ciento de los votos para la presidencia de la república mientras que su voto para la cámara de diputados y de senadores es de poco más del 38 por ciento: estamos hablando de cinco o más puntos de diferencia, de unos cuatro millones de personas que realizaron un voto diferencia. El mismo voto diferenciado que estuvo a punto de hacerle perder la jefatura de gobierno del DF a Andrés Manuel López Obrador a manos de Santiago Creel, que después de este resultado se colocará en la primera fila del futuro equipo de gobierno de Fox.Es más, en el plano personal, muchas veces se dijo que alguien divorciado, sin pareja, no podría gobernar desde Los Pinos. Y la sociedad demostró que está bastante por encima de esas disquisiciones absurdas y Fox, con sus cuatro hijos, se instalará en Los Pinos, una casa que ayer mismo sus hijas mayores Ana Cristina y Paulina visitaron por primera vez.Pero sobre todo se acabó con un mito que obstaculizaba mucho más nuestro futuro: se comprobó que en todo sentido, la sociedad ha estado por encima de los partidos y los candidatos, que fue más madura, más sensata, menos arrebatada, confirmó que en México se podía hacer elecciones libres, democráticas y limpias. Y con ello, aunque en estos días parezca un lugar común, hemos ganado todos. Archivos recuperados Hace unos diez días, cuando María de las Heras dio a conocer la encuesta independiente que había realizado con su empresa Demotecnia, patrocinada, entre otros, por el Dallas Morning News, que presagiaba un triunfo de Vicente Fox alrededor de 8 puntos, desde el oficialismo se la impugnó en forma durísima, descalificando su trabajo: no se podía tolerar el pecado de que María, quien había sido quien había sido una pieza clave de Colosio con este tipo de estudios, advirtiera que el PRI sería derrotado. Lo cierto es que el único estudio electoral que acertó con los porcentajes de votación, el número de votos que recibiría cada uno de los candidatos e incluso el índice de abstencionismo, fue el de María de las Heras. No había, como se publicó ayer, un “voto oculto”: había, en el mejor de los casos, errores en la metodología de las distintas encuestas electorales.

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