Un acto de la más cruda intolerancia es el que escenificaron los dos jóvenes que destruyeron un dibujo de Manuel Ahumada en el Museo del Periodismo en Guadalajara. La acción es inadmisible, pero más lo es que los cardenales Norberto Rivera Carrera y Juan Sandoval Iñiguez, que se supone deben hacer de la tolerancia y la madurez la base de su apostolado, aplaudan la medida. “El respeto al derecho ajeno es la paz ” decía don Benito Juárez, tenia toda la razón, sin respeto al otro y sin tolerancia no hay paz social. Con esa misma lógica la Inquisición mató a miles de personas, destruyó millones de obras de arte, acabó con la vida o fama publica de muchos de los científicos o artistas más notables de su tiempo.
“Tolerancia: respeto y consideración hacia las opiniones y prácticas de los demás, aunque repugnen a las nuestras” (Diccionario de Ciencia Política, de Andrés Serra Rojas, editado por la UNAM y el FCE). Pues bien, un acto de la más cruda intolerancia es el que escenificaron los dos jóvenes que destruyeron un dibujo de Manuel Ahumada en el museo del periodismo en Guadalajara. En el mismo se veía, antes de su destrucción, a un joven con rasgos indígenas, que algunos podrían asumen que se trata de Juan Diego, y en su tilma, se observa una imagen similar a la de Marilyn Monroe. Los jóvenes que acababan de dejar un “retiro espiritual” fueron directamente al museo y destruyeron la obra.
La acción es inadmisible, pero más lo es que hombres que se supone deben hacer de la tolerancia y la madurez la base de su apostolado, como los cardenales Norberto Rivera Carrera y Juan Sandoval Iñiguez, aplaudan la medida y apoyen explícitamente la acción de los dos agresores. Es más, el polémico arzobispo de Guadalajara, ha anunciado que será la propia Iglesia la que pagará la fianza de los dos jóvenes detenidos por destruir ese trabajo artístico.
Argumentan ambos prelados que la acción estaba justificada porque el autor se estaba “burlando” de la religión católica y quienes critican la acción, agregaron, “no quieren que la iglesia se defienda” de esas “agresiones”. Es un absurdo enorme para cualquiera que quiera vivir en una sociedad civilizada y regida por leyes. Con esa lógica, Ernesto Zedillo tendría que mandar golpear y destruir prácticamente todos los medios escritos del país, Vicente Fox cada vez que se lo hace aparecer como un ranchero con botas tendría que mandar sus guardaespaldas a atacar medios, Cuauhtémoc Cárdenas viviría destruyendo medios, no habría personaje en la vida pública (desde un político hasta un artista o un futbolista, pasando, por supuesto por los propios hombres y mujeres de todas las iglesias) que no se sintiera agredido y objeto de burla por algún medio, algún comunicador o algún artista, y todos los que se sintieran agredidos y burlados tendrían derecho, en la lógica de los cardenales Rivera y Sandoval, a hacer justicia por su propia mano. Y viceversa, los agredidos podrían vengarse de los agresores y así nos podríamos haber ahorrado los últimos 40 siglos de intentos civilizadores. Sería regresar a la ley de la selva.
“El respeto al derecho ajeno es la paz” decía otro personaje que no les cae bien a estos prelados, don Benito Juárez, pero tenía toda la razón. Sin respeto al otro y sin tolerancia no hay paz social. Don Norberto Rivera puede alegar que no se fomenta con estas acciones las guerras religiosas o los enfrentamientos violentos, pero sí lo hace y es consciente de ello. Nadie puede exigirle a ambos cardenales o a muchos creyentes, que les hubiera gustado el dibujo de Ahumada (aunque con una formación cultural un poco mayor hubieran podido entender el sentido real de ese trabajo que se percibe bastante lejano de la blasfemia y mucho más cercano a la observación de cómo muchas de nuestras costumbres se han transformado como consecuencia de la globalización y la penetración de otras culturas), ni siquiera que no se indignen por algo que no entienden y por lo tanto no les gusta, pero si ellos u otros se sentían agredidos, lo menos que podían hacer era recurrir a las leyes que para eso están.
Y hubieran podido descubrir que en las leyes existe un apartado que habla de la libre expresión de las ideas y creencias, pero también de la constitución de delitos cuando se recurra a la difamación o el agravio. Lo que no tenían los agresores ni quienes los impulsaron a cometer ese atentado (¿a poco es creíble que los dos jóvenes saliendo del retiro espiritual, sin escalas, se hayan dirigido al museo sin más objetivo que destruir esa obra? ¿quién se los recomendó? ¿quién les dijo qué obra y en dónde?) es destruir, con un acto de violencia, ese trabajo, independientemente de su calidad artística. Con esa misma lógica, la inquisición mató a miles de personas, destruyó millones de obras de arte, acabó con la vida o la fama pública de muchos de los científicos o artistas más notables de su tiempo. No se diferencian esas acciones de intolerancia, de la destrucción de obras de arte por los nazis de todas las épocas porque las consideraban arte “degenerado” o textos de cualquier forma heréticos o los desvaríos del stalinismo o de Pol Pot, destruyendo expresiones de arte occidental porque eran “burgueses y decadentes”. ¿Quién se puede arrogar el derecho de calificar, por encima de las leyes, que es justo y qué no, qué es una obra de arte y qué una agresión a la fe?.
Insistimos, no se trata de analizar si el trabajo de Ahumada (por cierto, un muy reconocido y valorado dibujante en el medio artístico nacional) destruido por esos dos jóvenes aprendices de camisas pardas, era o no políticamente correcto o incluso estéticamente valioso, mucho menos de decir si nos gusta o no, como el tema no es debatir si a alguien está de acuerdo o no con el aborto, sino de separar en distintos ámbitos, consideraciones que tienen distinto origen y sentido. Uno es el ámbito de la fe: evidentemente es un ámbito personalísimo, nadie puede ni debe modificar las creencias religiosas de ninguna persona, incluso aquellas que, como diría Serra Rojas, “repugnen” a las propias. La fe, en ningún sentido, se puede imponer. Para proteger precisamente el derecho de profesar esa fe, el Estado garantiza a todas las religiones la libertad de cultos, y a todos los ciudadanos, la libertad de expresión. La fe no puede estar en contradicción con la ley, más en un sistema que se considera democrático y laico. El Estado debe garantizar la libertad de cultos y de expresión en el plano público, para que se respete la fe en el privado.
Cuando esto no se comprende, cuando alguien sea quien sea, cree que está por encima de la ley y de los derechos de los demás, está incubando mucho más que un germen intolerante. Por cierto, la procuraduría de Jalisco se está luciendo al anunciar que podría dejar en libertad a los dos jóvenes que destruyeron la obra de Ahumada, porque el autor “no se ha presentado” a imponer la querella contra los mismos: la destrucción de una obra en un museo se persigue de oficio, sino imagínese usted a la policía francesa esperando que llegue Leonardo Da Vinci a levantar la denuncia contra aquel turista japonés que trató de destruir la Mona Lisa. Es absurdo.
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Lo ocurrido con Televisa en Nuevo León, donde la procuraduría del estado acusó penalmente a la empresa y a su director de noticias por haber fraguado un reportaje y el testimonio de un “narcotraficante”, un personaje que, previo pago de 30 mil pesos y unos boletos de avión, “inventó” a un narcotraficante local que estaría en convivencia con un subprocurador del gobierno del estado, es la demostración de cómo está lastimando a la sociedad y por supuesto a la legitimidad de los medios, la guerra de las televisoras, pero también como se está perdiendo la legitimidad de muchas instituciones. En realidad, desde que Pablo Chapa Bezanilla comenzó a pagar por testimonios que no podían ser comprobados por otros métodos, desde que Samuel del Villar ha utilizado los mismos métodos para “resolver” crímenes, desde que se busca que sea la gente la que “decida” si le “cree” o no a un testimonio o a un testigo porque no hay en las investigaciones penales (o en este caso periodísticas) más apoyo, más datos duros, que lo dicho por alguien, algo ha comenzado a funcionar demasiado mal en nuestro país.