El cierre de campaña de Pablo Salazar Mendiguchía fue más numeroso, más entusiasta, mejor planeado que el de Sami David David en Tapachula. Por una parte están los que juegan a la desestabilización del estado y por otra está el juego electoral y ulterior de los partidos y sus dirigentes, que intentan aprovechar la coyuntura chiapaneca en su beneficio. Salazar Mendiguchía, de ganar la elección, tendrá la encomienda de ser puente entre el perredismo y el próximo gobierno federal. Deberá tener el suficiente espacio para buscar la interlocución con el zapatismo y alentarlos a firmar un convenio de paz con el foxismo.
Si los estudios de opinión no se equivocan, y en este caso todo indica que no lo harán, el próximo domingo es muy probable que Pablo Salazar Mendiguchía sea elegido como el próximo gobernador de Chiapas. Las encuestas van de la mano con las percepciones: el cierre de campaña de Salazar el domingo en Tuxtla fue más numeroso, más entusiasta, mejor planeado que el de Sami David David en Tapachula. Uno era un acto con un candidato a la ofensiva, el otro claramente a la defensiva.
Pero, si el resultado del domingo es ya en buena medida previsible, los movimientos que se están produciendo en torno a la elección chiapaneca tienen tanta o más proyección que los propios comicios locales, con toda la importancia que estos conllevan.
¿A qué es a lo que se está jugando en Chiapas? Los diferentes actores están apostando a cosas distintas y de allí pueden surgir demasiados problemas. Por una parte están los que juegan a la desestabilización del estado. Sin embargo, en las últimas horas habría habido diversos encuentros que garantizarían que los márgenes de violencia o enfrentamiento, más aún de intentos de fraude, quedarían neutralizados. Por el otro está el juego electoral y ulterior de los partidos y sus dirigentes que intentan aprovechar la coyuntura chiapaneca en su beneficio. Por ejemplo, en el cierre de campaña de Salazar el domingo estuvieron numerosos dirigentes perredistas, incluyendo a Amalia García y al gobernador de Zacatecas, Ricardo Monreal, se sumó a la campaña Homero Díaz Córdoba que, finalmente, había sido el único precandidato que compitió en la interna priísta contra Sami David, pero no estuvo presente ningún dirigente nacional del PAN. El único panista de cierto nivel presente fue el tabasqueño Juan José Rodríguez Pratts.
No puede ser considerado un olvido ni tampoco consecuencia de un alejamiento entre el foxismo y Salazar. En realidad, la forma en que el ex secretario general de gobierno del estado está llevando su campaña se acerca mucho más a la lógica de Fox que a la perredista. Lo que sucede es que Salazar Mendiguchía, desde Chiapas y de ganar la elección tendrá la encomienda de ser una suerte de puente entre el perredismo y el próximo gobierno federal, pero, sobre todo, debe tener el suficiente espacio respecto a la futura administración, como para buscar la interlocución con el zapatismo y alentar a éstos para firmar un convenio de paz con el foxismo. Desde el otro lado, desde el PAN esa será una responsabilidad de Luis H. Alvarez.
El EZLN está, en buena medida, aislado. No es un secreto argumentar que la diócesis de San Cristóbal, toda esa enorme estructura que construyó don Samuel Ruiz García, ese “ejército catequista de liberación nacional” del que hablaba Enrique Krauze, está apoyando a Pablo Salazar, un amigo de Samuel Ruiz que, además, al provenir de una familia de fe evangelista, hace coincidir los objetivos religiosos del ex obispo con sus simpatías políticas. A pesar de que se intentó movilizar a sectores católicos en contra de Salazar por su creencias, el propio nuevo obispo de San Cristóbal, Felipe Arismendi, en una declaración inteligente y hábil, se deslindó de esos movimientos y llamó a los chiapanecos a no dejarse presionar, a votar de manera libre y secreta y de acuerdo a su conciencia. En otras palabras, no se sumó a esa campaña. El sólo hecho de que las principales bases de la diócesis (que en buena medida son también las del zapatismo, en un sentido ampliado) estén participando en un proceso electoral abierto, donde además tienen todas las posibilidades de ganar, donde el panismo ha hecho muchos gestos para demostrar que no busca copar el próximo gobierno local, con un futuro gobierno federal también gobernado por la oposición, pone en una difícil encrucijada a Marcos y su gente: la opción tendría que ser la propia transformación futura del zapatismo en una fuerza política que opere en el terreno legal, pero habrá que ver si por su formación política e ideológica, el zapatismo puede y quiere dar ese paso.
En el terreno priísta la situación también es interesante. Como decíamos, la situación de Sami David es difícilmente sostenible, tendría que producirse una auténtica sorpresa para que cambiara el sentido de la votación el próximo domingo. Pero muchos de los hombres y mujeres del tricolor están pensando en acontecimientos que están más allá del 20 de agosto. En la campaña de Sami David han sido notables dos cosas: por una parte, la insistencia en sectores del priísmo local, e incluso del propio candidato, de responsabilizar de la derrota al centro (como si los gobiernos locales, la actividad del PRI local y la propia campaña, hubieran estado libre de responsabilidades), por la otra la presencia insistente de Roberto Madrazo en la última etapa de la misma.
En el ámbito del llamado priísmo duro, que está disputando la dirección del partido en el futuro inmediato, lo sucedido en Chiapas quiere ser presentado como un paradigma del escenario nacional: el centro abandonó el estado y los gobernadores del sureste se la juegan con el candidato priísta.
Fuera de Dulce María Sauri, cuyas responsabilidades evidentemente hacían que tuviera que estar en el mitin del domingo en Tapachula, llama la atención la presencia de varios gobernadores identificados con esa corriente (quizás con la única excepción e Manuel Ángel Nuñez, de Hidalgo); de Manlio Fabio Beltrones, que acuñó la idea del abandono del centro al candidato priísta en Chiapas; y destacó, también, la gira de trabajo que realizó Madrazo unos días antes de ese mitin (el tabasqueño evidentemente no quiere ser visto ni fotografiado con los actuales dirigentes del PRI, para poner la distancia suficiente con ellos y lanzarse por la presidencia del partido pasado el 15 de octubre, día de las elecciones estatales en el estado del Golfo).
Entonces, cuando se considera que la mayoría de los gobernadores no apoyan a Madrazo habrá que ir rehaciendo las cuentas, porque quizás son más de los que parecen, por lo menos porque en el resto del PRI no termina de ser explícita una alternativa clara al tabasqueño. Y en este sentido, el cronograma electoral hace todo más complejo: se perderán Chiapas en agosto y probablemente Jalisco en noviembre, mientras que se podría ganar, con muchas dificultades, Tabasco en octubre.
En los hechos, Chiapas, se ha convertido en un capítulo más de la lucha interna priísta, y pocos consideran que la derrota sea simplemente eso, sin embargo, en el priísmo todavía no hay nada escrito, falta por acomodar demasiadas piezas. Y hasta que no pase el informe presidencial del próximo primero de septiembre y no entre en funciones la nueva legislatura, no habrá movimientos espectaculares.
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Por cierto, y hablando de Chiapas. No deja de llamar la atención la declaración de Efrén Leyva, el delegado del CEN tricolor en la entidad, diciendo que la encuesta interna que le solicitó el gobernador Roberto Albores Guillén a Héctor Hernández Llamas y que le da a Salazar unos 20 puntos de ventaja, no es válida porque fue elaborada por un ex colaborador de Francisco Labastida “y por eso perdió (Labastida)”. Es desconcertante porque el principal operador electoral que ha llevado Leyva a Chiapas es José Guadarrama, que se encargó de la operación electoral priísta en la elección federal del 2 de julio sin obtener logro alguno y a un costo, en recursos, dicen en el PRI, estratosférico. Es más, quienes conocen de verdad cómo se operó esa campaña en ese terreno, están planteando, soterrada y públicamente, que el área que encabezaba Guadarrama debe ser objeto, antes del cambio de dirección partidaria, de una auditoría de fondo para saber cómo se utilizaron esos recursos.