Muchas de las promesas, e ideas de campaña de Vicente Fox, han tenido que comenzar a ser modificadas, algunas de ellas en forma y otras en fondo. Hubo diferencias importantes entre miembros del equipo sobre todo entre Luis Ernesto Derbez y Jorge Castañeda. El presidente electo apenas se supo ganador de las elecciones, comenzó a pensar en términos de un equipo de transición que la gente entendió como una suerte de gabinete entrante.
Muchas de las promesas de campaña, muchas de las ideas que se presentaron por el equipo de Vicente Fox apenas concluido el cómputo electoral del 2 de julio, han tenido que comenzar a ser modificadas, algunas de ellas en la forma, otras en el fondo. Hay ajustes, rectificaciones y, también, golpe de timón importantes.
En realidad, como ya hemos señalado en este espacio, Fox para ganar la elección tuvo que conjugar detrás de su candidatura a demasiadas personalidades e intereses, muchos de ellos contradictorios que, como único objetivo tenían, para utilizar el slogan de campaña, sacar al PRI de Los Pinos. Algunas contradicciones internas en el propio equipo del ahora presidente electo se pusieron de manifiesto durante la propia campaña, pero éstos han sido mucho más notables en las últimas semanas, y particularmente se pudieron percibir, con bastante claridad, durante la gira a Canadá y Estados Unidos. Hubo incluso, en eventos públicos, diferencias importantes entre miembros del equipo, sobre todo fue notable la divergencia entre Luis Enrique Derbez y Jorge G. Castañeda.
Nadie tendría que asombrarse de que ello sea así: en los gobiernos priístas siempre ha habido divergencias internas muy profundas y el elemento de cohesión ha sido el poder. Es más sería hasta contraproducente que un gobierno fuera absolutamente homogéneo. Lo que llama la atención en este caso es, primero, que esas fisuras han aparecido demasiado rápido, antes incluso de que Fox asumiera el poder; segundo, que por lo menos en sus tonos públicos y en sus reflejos en los medios, las mismas parecen ser demasiado intensas, demasiado rudas entre varios de los integrantes del primer círculo foxista; tercero, porque entre Fox y su equipo, con todas sus contradicciones, no parece haber intermediarios, personajes que amortigüen esos encontronazos, pongan un poco de orden y que convenzan a sus compañeros de ruta, de que la campaña electoral ya término y que lo que ahora se les exige en términos de organización, mensaje y coherencia es mucho mayor: están, literalmente, del otro lado del mostrador, pero a veces pareciera que no lo han comprendido plenamente.
¿Por qué está sucediendo todo esto?. Hay un error de origen: todos sabemos que el periodo de transición entre la elección presidencial y el cambio de poderes es excesiva, ridículamente largo, cinco meses, y ya en 1994 tuvimos una demostración clara de cómo después de una elección razonablemente pacífica y legítima, las cosas se descompusieron aceleradamente para el presidente entrante y el saliente. Evidentemente, en esta ocasión no tenemos un episodio traumático previo como fue la muerte de Colosio, ni una situación económica agarrada con alfileres ni la ambición de conservar parcelas de poder futuro como entonces. Pero ello no impide que en este largo lapso marcado por una suerte de vacío, el desgaste de todos los protagonistas, los que se van y los que llegan, se perciba más acelerado que el normal.
Paradójicamente, quien ha catalizado ese proceso ha sido el propio Vicente Fox, con una serie de decisiones que en lugar de permitir que ese periodo fluyera con menores tensiones, lo que ha logrado es que se incrementen las mismas. El presidente electo apenas se supo ganador de las elecciones comenzó a pensar en términos de un equipo de transición que la gente entendió como una suerte de gabinete entrante. Para amortiguar ese efecto, Fox decidió que en lugar de una cabeza en cada área hubiera dos coordinadores por cada una de ellas, y en muchas de las ocasiones esas dos personas no tienen una misma visión de las cosas, lo que no es ninguna tragedia, pero tampoco se delimitó el campo de competencia de cada una de ellas: el resultado es una serie de enfrentamientos entre las distintas áreas del equipo de transición pero también dentro de las mismas.
Tres grupos son, dentro de su propia estructura, relativamente homogéneos: el equipo político, donde participan Rodolfo Elizondo y Santiago Creel, a pesar de que sería un error pensar que ambos son lo mismo y que no tienen aspiraciones individuales en ese sector; el de política económica, donde pareciera que existe una identificación de formas y estilos entre Eduardo Sojo y Luis Derbez; y el de política externa, donde Adolfo Aguilar Zínser y Jorge G. Castañeda vienen trabajando con un proyecto común desde tiempo atrás. Pero en esos tres sectores, hay diferencias internas: en el ámbito político no termina de comprenderse con claridad qué papel juega la estructura de reforma del Estado que tiene Porfirio Muñoz Ledo, como tampoco se sabe con claridad qué papel jugarán el PAN y sus principales dirigentes a la hora de tomar decisiones, sobre todo las que afecten el ámbito legislativo.
En lo económico, son muchas las presiones para que queden algunos hombres de la actual administración y regresen otros que tuvieron papeles protagónicos en el pasado: los casos más mencionados, en este momento, son los de Luis Téllez y Pedro Aspe, mientras que Fausto Alzati está trabajando en proyectos de energía, aparentemente con autonomía de estos movimientos.
En el sector de la diplomacia, habría más cohesión pero no todos los miembros del equipo de Fox están de acuerdo con la vía diplomática que comienza a esbozarse y ya comienzan los rumores de que, finalmente, quien podría ir a esa área sería Pedro Aspe, aunque Castañeda, por otra parte, sigue siendo el designado por Fox para ver todos los puntos delicados de la agenda externa (en este sentido, Aguilar Zínser cumple un papel de asesoría aparentemente más integral, menos localizado). Y aquí subyacen dos tesis encontradas: una es repetir el esquema de la actual administración en su inicio y colocar en una misma vía la política exterior y la económica; la otra es darle vías diferenciadas, fortaleciendo la diplomacia aunque ello haga menos expeditas ciertas negociaciones comerciales y económicas.
En el ámbito de la justicia y la seguridad, se han dado contradicciones entre José Luis Reyes y Francisco Molina, tanto en su visión del área como en su manejo personal, lo que se ha reflejado, con razón o sin ella, en los medios. En lo que respecta a la educación ya se están alistando los que apoyan al rector del Tecnológico de Monterrey, Rafael Rangel y los que respaldan a Elba Esther Gordillo, aunque un tercer grupo ve, por diversas razones, con desconfianza a ambos. En el resto de la política social, es tanto lo que va incluido en un solo grupo de trabajo que difícilmente puede haber una proceso ordenado.
Como consecuencia de ello, pero también como una decisión del presidente electo que tenía la intención de ocupar los vacíos y no dejar caer las expectativas generadas el 2 de julio, se comenzaron a presentar muchas propuestas: algunas muy generales, pero otras demasiado específicas y que no habían sido consensadas, pero que fueron lanzadas por sus colaboradores, con las consiguientes contradicciones y marchas atrás. El caso del retiro del ejército en la lucha antinarcóticos fue una de ellas, el anuncio del gravamen del IVA a alimentos y medicinas otro y así ha habido muchos. Pero para comprender la magnitud que han adquirido estas divergencias reales o supuestas (pero recordemos que Reyes Heroles decía que en política lo que parece es) debemos partir de otro punto, este sí por lo menos para mi, incomprensible: la desatención, en el sentido más amplio de la palabra, a los medios de comunicación, más notable aún porque Fox es plenamente consciente de que su triunfo se debió en muy buena medida a su impacto y cobertura en los propios medios, donde su equipo hizo en campaña una magnífica labor. Hoy, en ello, también ha habido contradicciones y vacíos, que no se pueden ocultar responsabilizando de las malas noticias al mensajero. Paradójicamente esa es la más tradicional, vieja y desgastada de las relaciones del poder con los medios.