Un adiós sin emociones
Columna JFM

Un adiós sin emociones

El último informe del presidente Zedillo se caracterizó por ser un mensaje personal y personalizado, una suerte de reflexión sobre las condiciones en las que se encontró el país y la situación en la que la entregará a su sucesor. Incorporó un reconocimiento de que tenía parte de la responsabilidad en la derrota del 2 de julio y que no cumplió los objetivos que la sociedad exigÌa entorno a la seguridad pública. El Progresa ha logrado imponerse con éxito en muchas comunidades asoladas por la pobreza más extrema, pero la política social estuvo marcada por muchos vacíos. No hubo reflexiones sobre Chiapas, ni sobre el desafío del crimen organizado, o el de los grupos armados o la situación en la que se dejó la Universidad Nacional. Faltó una reflexión sobre los fracasos de las investigaciones de los casos Ruiz Massieu y Colosio.

El último informe del presidente Zedillo fue anticlimático: es verdad que el Presidente entregó lo que se había adelantado, un mensaje personal y personalizado, una suerte de reflexión sobre las condiciones en las que encontró el país y la situación en que lo entregará a su sucesor, pero basada, sobre todo en su forma de concebir la economía política y el poder. todo en un escenario marcado por el silencio de los priistas, los aplausos panistas y un perredismo que parece cada día más estancado en el pasado.

Las opciones personales de Ernesto Zedillo son claras y estuvieron definidas desde el primero de diciembre del 94, en su discurso de toma de posesión. Si se compara el texto del viernes pasado con aquél, los conceptos son muy similares y la coherencia es real: liberalismo económico y como extensión de éste, compromiso con la llamada “normalidad democrática”, incluso intrínsecamente desde entonces hasta ahora está presente la “sana distancia” con su propio partido. Ernesto Zedillo, además, incorporó a este último informe un reconocimiento de que tenía parte de la responsabilidad en la derrota del 2 de julio y que no cumplió los objetivos que la sociedad exigía en torno a la seguridad pública, aunque hizo una férrea defensa de la política social, en una visión no compartida por muchos sectores de la sociedad. Pero no sólo fue un informe mesurado, y que terminó con un llamado implícito a los partidos para que apoyen al próximo gobierno para que éste pueda cumplir con sus objetivos en el ámbito legislativo, sino que demostró, c on todo lo que ello implica, cómo percibe el propio presidente su labor y su desempeño.

Ahora bien ¿por qué entonces fue anticlimático? Porque se esperaba otra cosa: porque el viernes fue el final oficial de un periodo de 71 años de gobiernos priistas, el fin de un ciclo histórico y muchos esperábamos que el presidente Zedillo diera su visión personal pero también institucional, de cómo habían sucedido las cosas en su sexenio, pero que hiciera una reflexión de mucha mayor amplitud: allí concluía el periodo revolucionario y se irá, siquiera, un réquiem de sus representantes en el poder. Es verdad que la revolución como tal ha concluido hace ya muchos años (décadas dirán algunos) atrás, pero lo cierto es que Zedillo le entregará el poder el próximo primero de diciembre a un hombre que representa, en muchos sentidos, para bien o para mal, la antitésis, de muchos, la mayoría de los objetivos ideológicos que los hombres y mujeres que creyeron, equivocados o no, en la Revolución Mexicana.

No estamos ante un simple cambio de administración, ante un simple ejercicio de alternancia democrática como el que puede ocurrir en cualquier otro país en el que exista verdadera “normalidad democrática”. En nuestro caso, este proceso de alternancia se ha dado con tersura, con civilidad, con madurez de parte de todos los actores, pero no deja de ser inédito y, al mismo tiempo, constituye un salto al futuro en muchos sentidos impredecible.

Que en ese contexto, el presidente Zedillo haya optado por otorgar una visión personal y personalizada de este proceso, en un tono casi pedagógico, refleja, también, como comprende el propio Presidente este periodo, mismo que, si retrocedemos a su mensaje de toma de posesión aquel primero de diciembre del 94, ya se había cerrado. Desde aquella oportunidad, el presidente Zedillo habló que el periodo de la Revolución Mexicana ya se había cerrado y que había que darle paso a una verdadera democracia liberal. Y en eso fue consecuente: gobernó y llevó adelante su gobierno partiendo de esa base y así concluye su mandato.

¿Se puede hacer desde esta perspectiva una evaluación general de su administración? Sí y se podría llegar entonces a conclusiones similares a la que presentó el viernes Ernesto Zedillo, pero sería una evaluación incompleta. En la misma faltaron entre los blancos y los negros, la amplia gama de grises que configuran el cuadro real. Difícilmente se podrá rechazar cualquiera de los párrafos del informe del viernes por faltar a la verdad, pero en su conjunto no es toda la verdad. La política económica es en buena medida un éxito durante los últimos años y sí se recibió el país en condiciones muy difíciles, pero también es verdad que la impericia en el manejo de la crisis profundizó ésta en un grado inimaginable a principios del sexenio y ello no sólo ha opacado los resultados finales, sino que ha impedido al presidente Zedillo cumplir con sus principales objetivos de campaña: mejorar la vida de las familias mexicanas. En todo caso, gracias a los fuertes avances que se han dado en los últimos años hoy estamos, económicamente y hablando de las condiciones de vida de la gente, prácticamente en las mismas condiciones que en 1994. En los últimos cinco años hemos logrado recuperar lo que se perdió en un año de crisis en términos de bienestar. Se nos dirá, con razón, que las bases macroeconómicas para el futuro son mucho más sólidas que hace seis años y es verdad, pero también lo es que falta realmente mucho para lograr que la base de la pirámide social se beneficie de esos avances.

Se puede argumentar que el Progresa ha logrado imponerse con éxito en muchas comunidades asoladas por la pobreza más extrema y es verdad, pero la política social estuvo marcada por muchos vacíos: el propio presidente decía el viernes que é cree que debe ser el estado, el que conscientemente, debe operar para disminuir en un país como el nuestro, las desigualdades sociales y regionales. pues entonces no fue suficiente esa intervención. Sí se dio respecto a apoyos asistenciales en muchos sectores extremadamente empobrecidos; pero las obras de vivienda, salud, educación, infraestructura que permitiera mejorar las condiciones vida muy lejos de la magnitud de las necesidades sociales. Quizá donde mayores diferencias se puedan asentar con el mensaje presidencial del viernes sea, precisamente, en este capítulo.

El Presidente Zedillo sí reconoció las carencias en el ámbito de seguridad pública o los avances realizados en el ámbito de las instituciones electorales. Pero no hubo reflexiones sobre Chiapas, no sobre el desafío del crimen organizado, incluyendo las detenciones de Jesús Gutiérrez Rebollo en 1997, o las de apenas unos días antes de Acosta Chaparro y Quiróz Hermosillo, o la fuga de Mario Villanueva, o el desafío de los grupos armados o la situación en que dejó a la Universidad Nacional luego de la agresión sufrida por la huelga del CGH, faltó una reflexión sobre los fracasos de las investigaciones de los casos Ruiz Massieu y Colosio, sobre todo en el periodo de Chapa Bezanilla, e incluso sobre las formas que adopta la actual relación internacional con Estados Unidos y nuestros demás competidores y socios comerciales.

Quizá, Ernesto Zedillo buscará que eso y más, que todo lo ocurrido en su sexenio, sea puesto en la balanza de forma más objetiva en el futuro próximo y por eso mismo, optó por la vía de la reflexión personal. En todo esto, lo que no se puede negar al presidente Zedillo es su íntima coherencia y honestidad consigo mismo. Que se compartan o no sus convicciones y visiones de la realidad, es otro tema.

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