Al Gore y George Bush Jr., buscarán la presidencia estadunidense en un momento particular, en el cual, la economía vive su mayor expansión de toda la posguerra y donde Estados Unidos se ha convertido en la indiscutible super potencia mundial. Mientras Gore esta proponiendo que, para consolidar la prosperidad se siga avanzando en ciertas reformas del estado, Bush le esta diciendo a la gente que, al contrario, para mantener lo logrado y no arriesgarlo se deben dar algunos pasos hacia atrás. En la administración de Fox, la relación bilateral entre México y Estados Unidos, gane Bush o Gore, evolucionará favorablemente.
Cuenta el otrora famosísimo reportero y conductor (ya retirado) del noticiario nocturno de CBS, Walter Conkrite en su libro Memorias de un reportero, cómo a mediados de los años 30 mientras trabajaba en una estación de radio en Kansas City (una ciudad, dice, que tenía la costumbre de “votar a la derecha y a menudo”) que con motivo de unas elecciones federales estaba desayunando cuando se le acercaron dos agentes de policía y le preguntaron porque no había votado aún. En realidad, Conkrite no había votado porque no era originario de esa ciudad y, además, había mentido sobre su edad, aún no tenía los 21 años necesarios entonces para hacerlo, pero, para zafarse de problemas, le contestó a los policías que ya lo había hecho. Estos le dijeron que no, que aún no había votado. Lo invitaron a subir a su patrulla y amablemente lo trasladaron hasta una casilla electoral, ahí le dijeron que se llamaba Anthony Lombardo y que procediera a votar. La encargada de la casilla se limitó a preguntarle su nombre y entregarle sus boletas. Los policías lo regresaron al restaurante de donde lo habían recogido minutos antes. A media tarde, pasaron por la redacción de la estación de radio (que estaba asociada al candidato oficialista y que impulsaba en aquellos momentos a Harry Truman) y lo llevaron nuevamente a votar, esta vez con un tercer nombre. Y dice el famoso reportero: “las leyes electorales y la democracia habían sido groseramente violadas, por supuesto, pero si en todo el proceso podía encontrarse el más mínimo atisbo de legalidad, este radicaba en que los policías no me habían dicho por quién votar”, aunque reconoce que, por la emisora en la que trabajaba, los policías debían suponer que votaría por el candidato asociado con su propietario.Es indudable que las cosas han cambiado mucho en Estados Unidos en los últimos 60 años, pero tampoco lo han hecho tanto. En todo caso se trata de procesos electorales donde la norma puede ser el que los dos grandes partidos no se apegen estrictamente a la plena legalidad (y el tema del dinero sucio en las campañas es hoy quizás el más grave de los desafíos en ese sentido) pero sí a legitimidad y al respeto recíproco a sus propias reglas del juego, que no siempre son las mismas que la ley establece.En ese ambiente hoy se realizarán las elecciones más reñidas de Estados Unidos desde que en noviembre de 1959, John Kennedy derrotara por un puñado de votos (proporcionados generosamente por la mafia de Chicago a favor del candidato demócrata) a Richard Nixon, y también las más caras de la historia de ese país. Las cifras oficiales hablan de tres mil millones de dólares: la cifra real, todos lo saben, es mucho mayor. El vicepresidente Al Gore y el gobernador de Texas, George Bush Jr., buscarán la presidencia estadunidense en un momento particular, en el cual, la economía vive su mayor expansión de toda la posguerra y donde Estados Unidos se ha convertido en la indiscutible superpotencia mundial. En ese contexto se pensaría que habría una competencia con la mira puesta en el futuro, en la cual los aspirantes a residir en la Casa Blanca estarían tratando de convencer al electorado de la forma en la cual esa prosperidad puede canalizarse positivamente, incluso que esa sería la exigencia de los propios electores. No es así. En parte el vicepresidente Al Gore, un hombre culto y cultivado pero terriblemente aburrido para el electorado medio estadunidense, ha tratado de canalizar su campaña sobre esos ejes y por ello no ha podido levantar en las encuestas: al electorado eso no parece importarle demasiado y para reposicionarse ha tenido que recurrir al tradicional golpe bajo y campaña de contrapropaganda: su acierto mayor en este sentido, ha sido descubrir, luego de que su contendiente lo hubiera negado innumerables veces, que cuando tenía 30 años de edad Bush había sido detenido conduciendo en estado de ebriedad y que se le había revocado la licencia de conducir por ello. Una pecata minuta para alguien que fue un reconocido adicto a la cocaína hasta hace unos pocos años. Bush, un hombre con todas las limitaciones y casi ninguna de las virtudes de su padre, es un político carismático, que se refleja muy bien con esa clase media conservadora de Estados Unidos, es un hombre de pocas ideas, de mucho pragmatismo y que está tratando de aprovechar la era de prosperidad para darle un giro a la derecha a la política económica. No deja de ser paradójico que si de alguna forma, el éxito económico de Clinton, sobre todo en sus primeros años, se debió a la reformas económicas que en su momento introdujo Bush padre y que no llegaron a cuajar a tiempo para evitar su derrota electoral, ahora la prosperidad económica que consolidó Clinton, sea utilizada por Bush hijo para derrotar al vicepresidente Gore. En otras palabras, mientras Gore está proponiendo que, para consolidar la prosperidad, se siga avanzando en ciertas reformas del Estado, Bush le está diciendo a la gente que, al contrario, para mantener lo logrado y no arriesgarlo se deben dar algunos pasos hacia atrás. Y por lo menos la mitad de los electores estadunidenses parecieran estar tomando en cuenta su propuesta.¿Será diferente la relación de México y de la administración Fox de acuerdo a que gane Gore o Bush?. Los cambios serán menores con uno u otro, la relación bilateral es demasiado extensa y consolidada como para pensar en un alejamiento. Tampoco Fox es un hombre que tenga prejuicio alguno, al contrario, respecto a Estados Unidos y todo indica que, gane Bush o Gore, la relación evolucionará favorablemente. En el terreno económico ambos son partidarios de profundizar el TLC y el intercambio bilateral, en el político no se avizoran problemas graves y los desafíos siguen estando en dos puntos: migración y narcotráfico.Y en ambos viene una etapa de indefiniciones bilaterales. Evidentemente, la administración Fox no ha especificado en absoluto cuál será su política antinarcóticos, no ha mostrado aún quién será el fiscal antidrogas ni ha dicho con claridad dónde quedará adscripta la propia fiscalía. La participación del ejército en la lucha antinarcóticos tampoco queda clara hasta dónde se llevará y tomará varios meses a la gente de Fox tener claridad sobre este tema, en el cual no cuenta con demasiados especialistas. En Estados Unidos se vive una situación similar: existe un debate sobre cómo perfilar la lucha antinarcóticos, qué peso darle a la coorperación internacional, cuál a la represión interna, cuál a las medidas de prevención, qué hacer con la certificación y con las nuevas leyes antinarcóticos, qué papel y dimensión tendrán las distintas agencias gubernamentales que participan en la lucha contra las drogas y por el presupuesto, desde la DEA hasta el FBI, desde la dirección de Aduanas hasta la CIA y las distintas agencias de inteligencia. Para colmo, ya se ha anunciado que el 22 de enero, dos días después de que asuma el nuevo gobierno, el general Barry Mac Caffrey dejará el cargo de encargado de la lucha antidrogas de la Casa Blanca y sea quien sea el ganador de los comicios de hoy, tendrá que designar alguien nuevo para ese cargo que, lógicamente, será el encargado de redimensionar toda la política antidrogas. No será un proceso rápido y sencillo. En el tema de la migración, también se está en un momento de definiciones. No sólo por el cambio de poderes, sino porque el 20 de noviembre ya se ha anunciado que la comisionada del SIN, Doris Meissner, dejará ese cargo. Una vez más de la mano con la elección presidencial se deberá nombrar al encargado del área y con ello redifinir la política sectorial. A ver qué deparan los resultados del día de mañana.