Hace seis años se comenzó a engendrar la crisis que azotaría al país exactamente un mes después y de la cual la sociedad no ha logrado recuperarse. La administración entrante demandaba que se realizará una devaluación controlada del peso para frenar la salida de divisas. Salinas cuenta, en su libro, que Aspe, Mancera y Farell sostenían que no se podía hacer una devaluación del 15% como proponía el equipo zedillista. La ruptura entre la administración entrante y la saliente en el ámbito económico estaba decidida. Las divergencias políticas entre Zedillo y Salinas tienen origen en un punto muy sencillo: Zedillo no era el candidato de Salinas por lo que el presidente electo no se sentía con compromisos adquiridos con el presidente en funciones. Hoy a pesar de que evidentemente no tenemos la transición de terciopelo que muchos quisieran ver, estamos asistiendo a una transición diferente, donde esta privando más que el enfrentamiento personal, la visión de estado.
El debate estaba planteado desde tiempo atrás. La administración entrante demandaba que se realizara una devaluación controlada del peso para frenar la salida de divisas que era constante desde inicios del año. Las reservas apenas si superaban los 6 mil millones de dólares y sobre la economía, sin que la enorme mayoría de los mexicanos lo supiéramos, pendía como una espada de Damocles el vencimiento de 60 mil millones de dólares en Tesobonos, que el gobierno había librado en los meses anteriores para financiar el crecimiento de los últimos años.En esa reunión cuenta Salinas en su libro, se planteó con claridad el tema de devaluar o no. No hubo ningún acuerdo. Aspe sostenía que no se podía hacer una devaluación del 15 por ciento como proponía el equipo zedillista, que sólo se podía aumentar el deslizamiento gradual de la banda de flotación. Dice Salinas y en ello coincidió Aspe en un artículo publicado en Wall Street Journal, que si ese deslizamiento era de un 15 por ciento como lo planteaba Serra Puche (y como finalmente se trató de implementar un mes después) se transformaría en una macrodevaluación. Según el mismo texto de Salinas, Mancera planteó que con un deslizamiento del 15 por ciento, habría un ataque contra el peso, se tendría que abandonar el pacto económico que se mantenía de una u otra forma desde 1987 y se tendría que entrar en una libre flotación del peso. Farell también defendió en su intervención al pacto y por lo tanto el deslizamiento del peso en la banda de flotación entonces vigente. Además, Farell dijo que en pleno puente del 20 de noviembre no se podría localizar a los dirigentes obreros para una reunión del Pacto que ampliara la banda de flotación, al mismo tiempo que Aspe agregaba que a diez días de entregar el poder, el gobierno no podía hacer ninguna modificación en la política cambiaria y que tampoco había tiempo suficiente para establecer acuerdos con el departamento del Tesoro de los Estados Unidos.Reconoce Salinas que ni Zedillo ni Serra estaban de acuerdo con esa política y que ambos opinaban que había que hacer una corrección mayor, pero que en la reunión, ante la posición de Aspe, Mancera y Farell no hicieron, dice, objeciones. El punto central del debate era pasar del deslizamiento a la libre flotación y la administración saliente, en síntesis, concluyó que no había condiciones para ello. Dice Salinas en su libro que la reunión duró dos días, y por lo tanto, el debate debe haber sido mucho más intenso de lo que sostienen Aspe y Salinas de Gortari en sus textos. Desde entonces trascendió que en esa reunión Salinas habría ofrecido que Aspe se quedara por lo menos un año para operar la política de deslizamiento y pasar la amenaza de febrero (hay que dejar constancia que en el libro de Salinas, por lo menos en el apartado en el que trata esa reunión, jamás se habla de la deuda pendiente de los Tesobonos). Pero eso era imposible, la distancia que separaba a Ernesto Zedillo de Pedro Aspe en la visión económica era muy amplia y se había puesto de manifiesto desde el inicio de ese sexenio, cuando el primero era secretario de programación y presupuesto y el segundo de hacienda. A mitad del sexenio, Aspe Armella ganó la batalla por completo y Zedillo dejó la SPP que fue absorbida por Hacienda y quedó fuera del gabinete económico al ser designado secretario de Educación Pública. Evidentemente Zedillo estaba dispuesto a tomar él mismo las riendas de la política económica y no las compartiría con Aspe. Se le ofreció a éste la secretaría de Comunicaciones y Transportes y Aspe la rechazó. Para esos mismos días, dice Salinas que Zedillo le propuso conformar una coordinación económica encabezada por Serra Puche que evidentemente serviría para en los diez días que quedaban, el titular de Comercio fuera mostrado como sucesor de Aspe y para presentarlo ante los mercados y los inversionistas. Pero Aspe se opuso, porque, dijo, ello sería como tener dos cabezas en la política económica (lo cual era cierto pero de lo que se trataba era de darle cierta tersura a la transición económica) y dijo que mejor renunciaba y que Serra se transformara en secretario de Hacienda de una vez. “Me negué, dice Salinas, a cambiar a Aspe y la propuesta de Zedillo no prosperó”. La ruptura entre la administración entrante y la saliente en el ámbito económico, estaba decidida.No es lo más importante en este sentido, comprender cuál de las posiciones era la correcta: probablemente ambas tenían parte de razón, pero no podían tenerla en su totalidad porque el debate era parte de un enfrentamiento personal, político y marcado por dos visiones diferentes de cómo debía ser la estrategia económica. Estaban hablando de cosas diferentes y nunca pudieron ponerse de acuerdo, unos en desmontar la política económica vigente con gradualismo y sin estridencias, y los otros en colaborar con la administración entrante para que pudiera establecer la política que consideraba correcta.Pero esas divergencias eran parte de una historia que se cristalizó en esos desencuentros del 19 y 20 de noviembre. Estaba por una parte, el enfrentamiento Zedillo-Aspe, que era muy antiguo. Siguió con las divergencias políticas entre el propio Zedillo y el presidente saliente, Carlos Salinas. Divergencias que tienen origen en un punto muy sencillo: Ernesto Zedillo no era el candidato de Salinas y el entonces presidente electo no se sentía en ese sentido, con compromisos adquiridos con el presidente en funciones. Por el contrario, la falta de solución al conflicto chiapaneco, la no resolución del asesinato de Colosio, la crisis que se había vivido con el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu y la posterior actuación de Mario Ruiz Massieu que no sólo destruyó la investigación en torno a la muerte de su hermano, sino que entró en una espiral de depresión y euforia, peleando con sus propios demonios que lo terminaron llevando primero a la cárcel y luego al suicidio, le habían descompuesto en forma brutal el ambiente político a Zedillo, había generado una crisis en el priísmo e incluso, lo había dejado sin uno de sus operadores privilegiados (de su equipo quizás el único que conocía realmente las entrañas del salinismo) el propio José Francisco.Recordemos que apenas diez días antes, Zedillo había tenido su primer encuentro en la Casa Blanca con William Clinton y que allí, según se pudo inferir después por las declaraciones que hizo el presidente electo en el avión presidencial de regreso de ese viaje, fue cuando recibió la información que demostraba que Mario estaba lavando millones de dólares en el Texas Commerce Bank de Houston, que sólo podían provenir de la corrupción. El que la administración en funciones -que se suponía que contaba con la misma información- no hubiera actuado contra el entonces ya ex subprocurador de la república, era un motivo más de enfrentamiento. Lo cierto es que todo estalló un mes después, de regreso de una gira del ya presidente Zedillo a Sonora, el mismo día que el EZLN anunció que había avanzado sobre numerosos municipios chiapanecos, una noticia que recorrió el mundo y que demasiado tarde se supo que era, simplemente, una mentira. Esa noche, Serra Puche había convocado a una reunión del pacto. Allí fue cuando anunció que se incrementaría la banda de deslizamiento un quince por ciento y dejó en la reunión a varios de los hombres más ricos del país con esa información y con sus celulares encendidos. Antes de que se anunciara oficialmente la decisión, ya había comenzado la fuga de dólares y la devaluación del 15 por ciento alcanzó niveles astronómicos.Lo cierto es que hoy, a pesar de que evidentemente no tenemos la transición de terciopelo que muchos quisieran ver, estamos asistiendo a una transición diferente, donde está privando más que el enfrentamiento personal, la visión de Estado. Pero la estabilidad siempre está en la cuerda floja: un día sí y el otro también estallan pequeñas bombas en el ámbito político, económico y social que requieren ser apagadas con prontitud para que el fuego no se propague. Existen acuerdos en el ámbito económico entre la administración entrante y la saliente, pero también varias diferencias: un hombre de primer nivel en el foxismo lo dijo ayer con claridad: ellos consideran que tienen que apretar la economía, fortalecer el ajuste y nosotros creemos que tiene que generarse riqueza. Es más, en esta transición se estarían enfrentando, de una u otra forma, los mismos protagonistas que seis años atrás: por una parte, Zedillo y su equipo económico (que Guillermo Ortiz, el gobernador del Banco de México, que permanecerá en su cargo por lo menos hasta el año 2003, representa quizás mejor que nadie), por la otra, el equipo que viene con Fox, al que no es ajeno el propio Aspe Armella y donde todas las filtraciones indican que quien quedará en la secretaría de Hacienda será Francisco Gil Díaz, ex subsecretario de ingresos con Aspe y actual presidente de Avantel, con el cual Zedillo tuvo, también, fuertes divergencias.¿Cuál puede ser entonces la diferencia en esta sucesión, la que impida la maldición de la crisis sexenal?. Es difícil de decir, pero quizás la primera razón es que, evidentemente, las bases económicas actuales son más sanas que la de hace seis o doce años. Pero en el plano político hay dos elementos centrales: primero, que Zedillo no tiene ambiciones postsexenales de poder personal y eso le da una dimensión completamente diferente a las cosas; segundo, que quien asumirá el poder no sólo es un hombre de la oposición sino también alguien que llega a ese cargo con una enorme carga de legitimidad, como ningún otro mandatario en el pasado cercano y eso obliga, también, a permitirle un mayor margen de maniobra. Quizás hay una tercera razón: que como sociedad y país, con enormes costos, algo hemos madurado en los últimos años. A ver qué sucede en los próximos días.