Mientras Vicente Fox visita Europa y el PAN empieza a comprender la capacidad cohesionadora que da el poder, en el PRI y el PRD se viven horas difíciles, complejas, de definiciones que tendrán repercusión no sólo en sus equilibrios internos, sino también en la configuración que mostrará en el futuro el sistema de partidos. En una plática para el programa México Confidencial, la presidenta nacional del tricolor, Dulce María Sauri, adelantó que en la próxima reunión del CPN presentará su renuncia. Por otro lado, Cuauhtémoc Cárdenas y Rosario Robles buscarán en abril, la presidencia del PRD y, sobre todo, imponer una lógica partidaria que choca con la de Andrés Manuel López Obrador.
Mientras Vicente Fox visita Europa y el PAN, a pesar de sus divergencias internas y de alguno de sus principales grupos con la política presidencial, empieza a comprender la capacidad cohesionadora que da el poder, comenzando una reforma interna y a asumir el método de elección directa de candidatos (que llevará, inevitablemente, a un fortalecimiento de los sectores foxistas del partido en detrimento de los considerados históricos o doctrinarios), en las oposiciones, particularmente en el PRI y el PRD, se viven horas difíciles, complejas, de definiciones que tendrán repercusión no sólo en sus equilibrios internos, sino también en la configuración que mostrará en el futuro el sistema de partidos.
Afortunadamente para ambos, ese proceso se está viviendo en un momento en el que la opinión pública está más interesada en lo que sucede en Chiapas, o en el norte del país en la lucha contra el crimen organizado, o por el conflicto legal en Yucatán acerca de la integración del consejo electoral local, que en la vida interna de los partidos. Eso les da un margen para tratar de evitar que las divergencias que ambos sufren en su interior, estallen a la luz pública. Pero ahí están y nadie puede negarlas o subestimarlas.
En el PRI, los momentos de definición están más cercanos. En una plática con María Elena Cantú para el programa México Confidencial, la presidenta nacional del tricolor, Dulce María Sauri, le adelantó que en la próxima reunión del Consejo Político Nacional, que se espera se realice entre el 11 y 12 de febrero próximo (aunque algunos consideran que podría adelantarse una semana) presentará su renuncia a la presidencia del partido y, además, que no buscará la candidatura a la gubernatura de Yucatán. Evidentemente, no se trata, por lo menos eso pareció entenderse, de una renuncia irrevocable, quedaría la posibilidad de que el CPN la rechazara, pero todo indica que no será así y que se buscará que, a partir de febrero, el PRI tenga una nueva dirección.
Una vez presentada la renuncia de Dulce María, si ésta es aceptada, quedarían sólo dos caminos por delante para los priístas: elegir en el mismo CPN una nueva dirección partidaria “definitiva”, concebida para el largo plazo, que se encargaría de organizar en el futuro, en el mediano plazo, por ahí del 2002, una asamblea nacional buscando ser refrendado por la misma, u optar por una dirección de transición, que se encarge de organizar esa asamblea de donde saldría, entonces sí, un nuevo equipo dirigente para el partido. Ambas opciones son más semánticas que reales: una dirección considerada permanente si fracasa terminaría cayendo en la asamblea, una de transición si tiene éxito en su cometido podría quedarse en el liderazgo priísta.
En las actuales circunstancias del PRI, la segunda opción, como concepto parecería más viable, aunque en realidad habría que hablar de una opción de compromiso entre las distintas corrientes o una decisión que termine con el triunfo de alguna de ellas sobre las otras. Si hay una dirección de compromiso, habría que asumir, entonces, que las principales y más poderosas corrientes internas del prisímo estarían guardando sus cartas para el futuro, para cuando se realice su asamblea interna y se tomen definiciones, de cara ya a las elecciones del 2003.
Hay que tomar en cuenta, también, que el año electoral no será muy favorable para el priísmo: habrá elecciones en Yucatán, en Baja California, en Michoacán y en Tabasco para gobernador y una decena de procesos locales para elegir legisladores y presidentes municipales. Y en las actuales circunstancias bien podría el PRI ganar por estrecho margen la mayoría de los estados, pero también existe la fuerte posibilidad, quizás mayor que la anterior, de que, finalmente no gane en todos e incluso ni una sola de ellas.
Pero, por eso mismo, para evaluar cómo quedan las cosas en el tricolor, no sólo se debe prestar atención a quién llegará a la presidencia del partido y a tratar de comprender si se trata de un liderazgo de transición o de uno que buscará consolidarse en el largo plazo, sino también, primero, en ver cómo quedará integrado el Consejo Político Nacional que deberá asumir una función cada vez de mayor peso en la gobernabilidad interna de ese partido, y segundo, quiénes estarán en el Comité Ejecutivo Nacional, al que, independientemente de que se opte por una salida de transición o de compromiso, se le buscará otorgar un peso político y una dimensión mayor a la actual.
Otro punto importante en el PRI es saber cómo jugarán sus cartas los sectores considerados más duros, por una parte Roberto Madrazo y por la otra, de priístas de peso que están obviamente disconformes, como Manuel Bartlett o Fernando Ortiz Arana. Madrazo debe haber divisado algo en el camino porque cuando regresó a Villahermosa, hace un par de semanas, declaró y así quedó grabado y fue divulgado, que en febrero, cuando se reuniera el CPN de su partido tomaría la decisión de quedarse o irse del PRI y que en su corriente las opiniones estaban divididas al respecto. No descartó, tampoco, la creación de una nueva fuerza política o corriente llamada Patria Nueva, como la que construyó su padre en los 60. Pero algo ocurrió, porque olvidando esas declaraciones, la semana pasada, Madrazo ofreció una entrevista a El Universal, donde sostuvo lo contrario y dijo que la versión de que podría romper con el PRI o formar una nueva corriente o partido eran simples “habladurías”. Esa declaración de Madrazo, podría hacer suponer que ya hubo contactos internos en el PRI, en los cuales se podría haber acordado la búsqueda de una salida de transición que no catalizará la división interna. O que esté jugando dos cartas simultáneamente y anunciado que se queda mientras prepara la ruptura, si es que no gana la presidencia del partido. Habrá que ver cuál es la verdadera. Lo cierto es que sí ha habido reuniones entre distintos sectores, incluyendo a Madrazo y que este mismo fin de semana se deben haber reunido los principales dirigentes priístas para tomar una decisión sobre el futuro inmediato, mismo que está marcado, sobre todo, por decidir si van a seguir unidos o no.
En el PRD las cosas no están menos enredadas, más bien al contrario, aunque sus tiempos son unas semanas más largos que los priístas. El fin de semana pasado, Cuauhtémoc Cárdenas y Rosario Robles ratificaron su alianza en búsqueda de la dirección nacional de su partido. Ni Cárdenas ni Robles quisieron admitir que se trata de una corriente interna más del perredismo, pero sin duda lo es y probablemente resulta la más poderosa. Buscarán en abril, la presidencia del PRD y, sobre todo, imponer una lógica partidaria que choca, desde ya, con la de Andrés Manuel López Obrador y las corrientes que lo apoyan, particularmente la encabezada por René Bejarano y Dolores Padierna, hegemónicas en la capital del país, pero mucho más débil en los estados. Ambos grupos, crudamente enfrentados por el control del partido, comparten, sin embargo un punto de vista: son partidarios de un dura y directa confrontación con el gobierno de Vicente Fox que los muestre como la “verdadera” oposición y les permita ser opción en el 2003 y el 2006. Tienen a su favor que podrían lograr en Michoacán, vía Lázaro Cárdenas Batel, el único triunfo electoral perredista del 2001.
Pero no todos en el PRD piensan igual. La actual presidenta del partido, Amalia García, aparentemente abandonada por muchos de los que fueron sus apoyos para llegar a esa posición, es de la idea sí de mantener un perfil opositor, pero de tratar de establecer una serie de pactos con el gobierno. La poderosa corriente que encabezan Jesús Ortega y Jesús Zambrano, los llamados Chuchos, con poca presencia en el DF pero con muchos hilos en las organizaciones perredistas en los estados, mantienen una lógica similar, pero tendrán que decidir cómo juegan sus cartas porque ya les demostraron en dos oportunidades, en las útimas elecciones internas, que los otros grupos de poder, por las buenas o por las malas, no les permitirán, por sí solos, llegar a la presidencia nacional de su partido.
Por otra parte, Ricardo Monreal, sigue moviendo sus propias opciones. Partidario de una vía dialoguista, menos radical, buscando interlocución con el gobierno federal y otros gobernadores, de distintos partidos, Monreal trata de hacer girar su peso político en torno a sectores de poder ya establecidos (gobernadores, presidentes municipales) que pudieran quedar fuera de los distintos acuerdos partidarios. Mientras tanto, tiene una carta en el PRD, una mirada en el nuevo partido que podrían formar Convergencia Democrática y el PDS, de Dante Delgado y Gilberto Rincón Gallardo, repsectivamente (si es que ambos logran trascender sus actuales límites partidarios) y no olvida la posibilidad de que pudieran darse rupturas, sobre todo en el PRI, con las cuales conjuntar fuerzas.
El peligro, tanto en el PRD como en el PRI, no está en el debate interno y la confrontación entre distintas corrientes: está, sobre todo, en la convicción que parecen tener muchos de sus actores internos, de que la respectiva ruptura resultará inevitable.