Cuando se dé a conocer en estos días el programa contra el crimen organizado y el narcotráfico, la norma será la renovación de las estructuras de seguridad. El punto, en buena medida, está en lograr, en esa estrategia un compromiso único y coordinado de los distintos cuerpos policiales y en atacar los puntos neurálgicos del crimen. En una plática, William Bratton, ex comisionado de la policía de Nueva York, nos dijo que la tesis original es que para enfrentar los grandes crímenes deben enfrentarse también, con la misma firmeza, los pequeños. Pero una idea recurrente en Bratton es el tema de recuperar las calles y los barrios que están en poder de los delincuentes.
En estos días se anunciará el programa que no se presentó la semana pasada en Culiacán, cuando inició la llamada cruzada contra el crimen organizado y el narcotráfico, por la sencilla razón de que aún no existía tal programa. Pero cuando se dé a conocer en estos días la norma será la renovación de las estructuras de seguridad. Es un acierto pero también un desafío para la administración del que debe evitar salir mal librada. En estos ámbitos el secreto está en los tiempos, en desarticular ciertas estructuras y permitir que sean reemplazadas por otros: lo que no se puede es dejar vacíos y, por otra parte, entregarle a la delincuencia organizada a elementos policiales o de seguridad que puedan colaborar con ella sin tenerlos previamente bajo control.
En este camino, la PGR se está reconstruyendo, entre otras cosas porque se ha quedado con apenas un poco más de un millar de agentes judiciales, porque la Unidad Especializada de Lucha contra el Crimen Organizado está en revisión y mucho más aún la fiscalía antidrogas; la SSP en los hechos está basada en la policía federal preventiva, pero ésta también está en revisión, además de que sus principales mandos fueron removidos junto con Wilfrido Robledo e incluso aún no se aprueba la ley orgánica de la nueva secretaría; las fuerzas armadas y particularmente la defensa que en los últimos años concentraron buena parte de la coordinación y las responsabilidades de seguridad no sólo nacional sino también pública, aún no tienen un papel definido porque la administración Fox no ha acertado todavía en su trato con los cuerpos armados. El Sistema de Seguridad Pública sigue funcionando pero para que éste realmente sea eficiente se tiene que definir la estrategia al servicio de la cual estará. Lo mismo ocurre con otras instancia, como el Cisen, mientras que las policías y los cuerpos de seguridad estatales y municipales, salvo honrosas excepciones, se sienten rebasados por la inseguridad y son coptados por el crimen organizado.
Se requiere de una revisión profunda, rápida y de una visión de largo plazo que no puede estar separada de la entrega de recursos importantes con ese fin…y por lo menos para este 2001, los legisladores han decidido recortar las partidas presupuestales para las áreas de seguridad y justicia. Pero quizás lo más importante es establecer una estrategia que rompa, simultáneamente, con las grandes manifestaciones del crimen organizado, pero también con sus estructuras de base, con ese crimen desorganizado, de pequeñas bandas que es tan dañino en términos de seguridad pública como el anterior.
El punto, en buena medida, está en lograr, en esa estrategia un compromiso único y coordinado de los distintos cuerpos policiales y en atacar los puntos neurálgicos del crimen. Y en ello las experiencias internacionales muestran como un caso notable en ese sentido, lo ocurrido en Nueva York que, de ser la ciudad más insegura de Estados Unidos, en el curso de menos de una década pasó a ser una de las cuatro grandes ciudades más seguras de la Unión Américana, con una una reducción de los delitos graves de más del 50 por ciento en siete años y de 68 por ciento en el número de homicidios. La reducción del robo de automóviles (en 1993 llegaron a robarse 112 mil automóviles sólo en Queens) fue del 61 por ciento. Como efecto de esa estrategia el descenso del crimen en Nueva York provocó, al romperse redes y fuentes del crimen organizado y desorganizado, una reducción a la mitad del crimen en buena parte del resto de los Estados Unidos. Y como dicen los hombres que estuvieron encargados de esa estrategia, sobre todo William Bratton, ex comisionado de policía de Nueva York, eso se pudo hacer utilizando los recursos locales e independientemente de la tesis que planteaban muchos especialistas de que una derrota de las tasas de criminalidad sólo podría lograrse mediante un desarrollo social arrollador en las zonas marginadas.
Platicamos con Bratton, este hombe al que no le gusta que a su estrategia se la llame de “tolerancia cero”, porque dice que ese es un término inventado por otros y su visión está lejos de ser, como se ha querido inducir, la de la búsqueda de Robocops que vigilen la ciudad contra los criminales. Al contrario, tiene una lógica cartesiana que en muchos casos parece incontrovertible. La tesis original es que para enfrentar los grandes crímenes deben enfrentarse también, con la misma firmeza, los pequeños, al tiempo que se desarrollan opciones educativas y económicas y se dan oportunidades pero se controlan internamente los cuerpos policiales.
Para Bratton, el debate entre la utilización, la medida de la combinación de fuerza o inteligencia, depende de los factores locales. En Nueva York, dice, los índices de criminalidad eran muy altos y hubo que utilizar mucha más policía para recuperar las calles que estaban en poder de criminales y narcotraficantes. En México, dice, “cuando uno ve la situación debe determinar en diferentes barrios de la ciudad o en diferentes ciudades del interior si es mejor usar una presencia más enérgica de la policía o usar más servicios de inteligencia”. Pero una idea es recurrente en Bratton: el tema es recuperar las calles y los barrios que están en poder de los delincuentes.
Respecto a la corrupción, no se hace ilusiones: “siempre habrá corrupción en la policía…lo que se puede hacer es reducirla notablemente para que no sea algo sistemático y generalizado, para que no parezca que se está tolerando y condonando tanto a los líderes como a la tropa”. Para ello, dice no se necesita automáticamente a nuevos policías pero sí a unidades especializadas, con integridad, autoridad y recursos, para enfrentarse a la corrupción, “porque eliminar a la corrupción llevará años, no es algo que se logre de la noche a la mañana”. El mensaje para los policías es que “necesitan entender claramente que se acabaron los días de la corrupción y que o cambian o los van a reformar y el mensaje debe ser articulado de forma clara y fuerte” e insiste: “en Estados Unidos nos tardamos muchos años y se requirió de muchos recursos, pero el punto es que no se puede tener una democracia efectiva con una policía corrupta, por eso la primera obligación de un gobierno democrático es la seguridad pública y no va a haber seguridad con una policía corrupta. La gente, continúa Bratton, no coopera con una policía en la que no confía y que no es efectiva”.
Respecto a la relación entre las policías locales y las nacionales, Bratton tiene las cosas muy claras: los crímenes que afectan al ciudadano común y corriente, dice, son los crímenes callejeros, los robos en casas, no son los cárteles de las drogas o las mafias. Lo que hay que comprender para reducir, por ejemplo el temor que siente la gente en México, tal como nosotros los vivimos en nuestro país, es este concepto de evitar “las ventanas rotas”. En Estados Unidos por años nos concentramos en combatir a las grandes organizaciones delictivas, los grandes robos, las violaciones y no luchamos contra esas otras actividades delictivas menores que le tocan a las policías locales.
Eso se dio en dos niveles: mejorando la calidad de vida de las colonias con mayor índice de crímenes, combatiendo directamente esos delitos pequeños que las afectan y, al mismo tiempo dedicándose, en lugar de “resolver crímenes, demantelando las empresas criminales y los sistemas de apoyo. El departamenteo de policía de Nueva York ha eliminado lo que los criminales necesitan para operar: sus pistolas, sus vendedores de artículos ilegales, sus talleres de desmantelamiento y exportadores de autos robados, sus clientes para la prostitución y compra de drogas, sus edificios y departamentos”.
Es esencial trabajar con las policías estatales y nacionales cuando uno se enfrenta al crimen organizado porque uno puede ser mucho más efectivo, pero, explica, el trabajo policiaco es por naturaleza descentralizado y discrecional. “El agente que está en las calles, el supervisor de primera línea y el comandnate de distrito son los que en realidad toman las decisiones en el trabajo policiaco cotidiano”. Por eso, agrega, “la reforma más importante que realizamos fue descentralizar el departamento, devolviendo el poder a los comandantes y creando la posibilidad de ascenso en la carrera”. Todo ello sazonado con un equipo de contraloría interna con más de 700 personas y colocando en las delegaciones a personal con experiencia de por lo menos 15 años, estudios universitarios y buenos ingresos y prestaciones.
Finalmente, le pregunté a Bratton qué opinaba de la tesis de los jueces sin rostro. No cree en ello. No cree en la tesis de esconderse: dice que en esos casos especiales, lo que se debe hacer es darles protección policiaca a los jueces las 24 horas. Dice que lo fundamental es demostrarles a los delincuentes que no pueden intimidar al poder judicial, a las fiscalías, a las policías o a la prensa, porque si lo hacen y son aprehendidos entonces serán juzgados aún con mayor severidad. E insiste en que otorgarle esa protección pública a los jueces, a los fiscales, a los policías y a los medios debe ser una función tan importante para los propios departamentos de policía como otorgarla a cualquier ciudadano que atestigua contra un delincuente. “En la democracia, concluye, debemos proteger a los testigos”.