Fox y Pastrana, entre la paz y la guerra
Columna JFM

Fox y Pastrana, entre la paz y la guerra

El presidente colombiano, Andrés Pastrana concedió todo lo que los grupos armados, particularmente las FARC le solicitaron, hasta que llegó a un punto en el que no pudo conceder más y el diálogo, que hasta ese momento había sido una suerte de monólogo compartido, se estancó. La relación Fox-Pastrana es sólida y antigua, y desde el momento en que Fox fue declarado presidente electo, la misma se ha profundizado. El contacto México-Colombia es clave para un tema que los dos países por separado siempre han debido confrontar con Estados Unidos: el narcotráfico. En estos días el presidente Pastrana deberá tomar una decisión y el presidente Fox deberá tomar, de la mano con ella, otra.

El presidente que había sido electo por una mayoría no absoluta de votos, inició su mandato prometiendo la paz con la guerrilla: siendo un hombre agradable, con carisma y con altos índices de popularidad, que sucedía a un mandatario que había estado acogotado por la crisis desde el inicio de su mandato, apostó, sobre todo, al apoyo de la gente, a convencer a la guerrilla de que el respaldo electoral que había recibido y los números que mostraban las encuestas, sumadas a su evidente buena voluntad, eran suficientes para que se avanzara significativamente en la paz, una paz que desde hacia años no se conocía.

Propuso un diálogo directo para alcanzar acuerdos rápidos. Pero los grupos armados le pusieron varias condiciones al nuevo presidente que éste, en principio, aceptó: el retiro de las fuerzas militares en su zona de influencia, creando un territorio que llamaron zona de distensión, de miles de kilómetros cuadrados de la cual se retiraron no sólo las fuerzas armadas sino también todo tipo de policías, convirtiéndola en una virtual zona liberada bajo control del grupo armado; la liberación de presos relacionados con esta organización y diversas modificaciones constitucionales. Desde entonces han pasado dos años y no ha habido avance alguno, más bien al contrario, la situación se ha deteriorado, la guerrilla se ha radicalizado y ha alcanzado un protagonismo que no tenía, mientras que el presidente se ha desgastado, todo en un marco de creciente violencia y de fuertes presiones nacionales e internacionales por buscar una salida militar al conflicto.

Por fin, el lunes pasado el presidente amplió por cinco días más la tregua, buscando dijo, una reunión directa y personal con el mítico líder de la guerrilla y este mismo fin de semana decidirá si se sigue el camino de la paz o el de la guerra. La respuesta fue, el jueves, un bombazo contra un tren de pasajeros.

No se trata de una visión futurista y muy pesimista de lo que puede ocurrir en Chiapas con la estrategia que allí han seguido el presidente Fox y los dirigentes del EZLN, aunque pudiera serlo, sino la historia real de los dos últimos años vividas en Colombia, desde que el presidente Andrés Pastrana ganó las elecciones prometiendo la pacificación del país y acuerdos con la guerrilla de las FARC y el ELN, que les permitieran incorporarse a la vida política. Todo estuvo muy bien, el presidente Pastrana concedió todo lo que los grupos armados, particularmente las FARC le solicitaron, hasta que llegó a un punto en el que no pudo conceder más y el diálogo, que hasta ese momento había sido una suerte de monólogo compartido, se estancó y hoy, en este mismo fin de semana, Pastrana deberá decidir si recupera o no ese enorme territorio de 42 mil kilómetros cuadrados llamado zona de distensión o despeje (una extensión territorial mayor que Suiza) y opta por seguir con un diálogo sin interlocutores o por la guerra.

Las dos decisiones son, las dos, malas y en ambas, México tiene un grado de involucramiento. La relación Fox-Pastrana es sólida y antigua, tanto como la de la corriente que encabeza Pastrana en el partido conservador de Colombia (cercana a la democracia cristiana internacional) con el PAN, y desde el momento en que Fox fue declarado presidente electo, la misma se ha profundizado, con la abierta intención de establecer un eje político que incluya a México y Colombia e indirectamente al presidente Ricardo Lagos de Chile.Pero el contacto México-Colombia es clave para un tema que, los dos países por separado, siempre han debido confrontar con Estados Unidos: el narcotráfico.

Como hemos señalado en otra oportunidad, entre los halcones que rodean al partido republicano y al nuevo presidente George Bush, existe la tentación de lanzar, con una fuerza supranacional, una suerte de guerra en los Andes que acabe con el narcotráfico de raíz: acabando con los enormes sembradíos de coca que crecen desde Bolivia hasta Colombia en toda la región andina y que han encontrado en la nación que gobierna Pastrana, paradójicamente a través del proceso de paz y la zona de distensión, un territorio mas fértil que nunca no sólo para cultivar coca sino también para procesarla en cocaína pura.

Pero la preocupación por esa posible intervención estadunidense (¿quién quiere un Vietnam en los Andes?) y por las evidentes relaciones que existen entre los cárteles colombianos y mexicanos (y también entre algunos de sus grupos armados, particularmente entre el EZLN y el ELN) acercaron aún más a Fox y Pastrana y, desde la visita que hizo Fox como presidente electo a la nación sudamericana, se comenzó a organizar un mecanismo en el cual México pudiera actuar como intermediario con las FARC para facilitar el diálogo de paz que ya desde entonces estaba estancado. Simultáneamente, en una vertiente distinta del conflicto (que tiene ritmos y características diferentes) el gobierno cubano comenzó a actuar como una suerte de interlocutor oficioso con el ELN colombiano.

Para el gobierno mexicano establecer relaciones con las FARC no era difícil: en nuestro país incluso existe una representación oficial de esa organización, incluida en la estructura de la COPPAL, la confederación de partidos políticos de américa latina y el caribe. Pero la situación se torno muy compleja porque se pusieron de manifiesto las relaciones de las FARC, o de un sector de ellas, el comandado por el llamado Mono Jojoy, Jorge Briceño, uno de sus principales líderes militares, con el cártel de Tijuana, de los Arellano Félix, para establecer un intercambio de armas por drogas.

Sin embargo, después de la visita de Pastrana durante la toma de posesión de Vicente Fox y concientes de que la situación en Colombia continuaba deteriorándose, se decidió hacer un esfuerzo adicional para retomar el contacto. Ello se logró, aparentemente, con nuevas reglas del juego para la permanencia de una representación de las FARC en México y con la exigencia de establecer un canal de comunicación directo con la comandancia de ese grupo guerrillero, el más antiguo de América Latina, que encabeza Manuel Marulanda, conocido como Tirofijo.

Para realizar esa interlocución directa viajó a Colombia, Andrés Rozenthal y se reunió con Marulanda. Allí se establecieron compromisos concretos relacionados con la legalidad en la que se moverían los representantes de las FARC en México, con la ruptura de los lazos que pudiera tener esa organización armada con el narcotráfico en México y sobre la situación de un joven ingeniero mexicano que está secuestrado desde hace meses en Colombia. Desde entonces, México ha servido como un intermediario oficioso entre el gobierno colombiano y las FARC, pero la crisis en la que ha entrado la relación gobierno-guerrilla en las últimas horas podrían poner literalmente contra la pared esa posibilidad.

Lo cierto es que mientras las FARC no muestren voluntad política para negociar, las opciones militares crecen. Y muchos sectores no parecen estar en desacuerdo con esa carta que el presidente Pastrana no quiere jugar porque sabe cómo comienza pero no cómo y cuándo puede concluir una espiral de violencia de esas características. En los hechos, nadie dice públicamente que quiere la guerra, pero las actitudes que han tomado algunos grupos de poder, dentro y fuera de Colombia, demuestran que ellos sí están apostando a ello.

Un ejemplo de ello es una grabación que data de hace año y medio y que la seguridad nacional de Colombia encontró en un campamento de las FARC en agosto pasado y que reprodujo la revista colombiana Cambio.

Allí se escuchan las instrucciones del comandante Mono Jojoy, el mismo que está acusado de haber establecido relaciones con los Arellano Félix, en el cual el jefe militar de la guerrilla no sólo asegura que no se avanzará en las negociaciones de paz sino que consideran la zona de distensión como una zona liberada que protegerán con las armas y cómo se estaban preparando, desde hace año y medio, para ello. Dice el dirigente guerrillero en esa cinta dirigida a sus principales mandos que “lo que ustedes tienen que tener claro es que aquí va a haber una guerra prolongada, con diez, veinte, con mil, con dos mil guerrilleros, con los que sean. Con minas, con trampas, con tiros, con rampas, con morteros, con el armamento que sea…esta zona (la zona de distensión) no se puede perder, hay que venderle al enemigo bien caro toda la infraestructura que hay. Ellos pueden coger esta zona por un tiempo, pero no pueden vivir siempre aquí. Si se quedan dejamos una tropa peleando y nos vamos a las ciudades a combatir”.

Lo cierto es que los fotos de satélite tomadas sobre la zona de distensión han mostrado que se han construido grandes fortificaciones de concreto que funcionan como refugios antiaéreos, así como rampas de lanzamiento de cohetes (incluyendo misiles antiaéreos) y trincheras a lo largo de decenas de kilómetros.

Y concluye el comandante de las FARC, diciendo que “es necesario que quede bien claro en todos los estados mayores de los frentes y demás comandos y unidades, para no hacerse ilusiones con estas conversaciones. Es un avance de orden militar el hecho de que el gobierno, permita el despeje de cinco municipios…pero nosotros no luchamos por esa área de cinco municipios. Luchamos por el poder nacional para arrancárselo a la oligarquía y ponerlos a ustedes a gobernar…nosotros no negociamos…sólo hablamos con los gobiernos transitorios que haya, hablamos con éste y seguramente vendrán otros…entonces queda claro que nosotros no vamos a pactar ninguna paz, porque no existe”.

A ver qué sucede. Por lo pronto en estos días el presidente Pastrana deberá tomar una decisión y el presidente Fox deberá tomar, de la mano con ella, otra: deberá decidir hasta qué punto puede cumplirse lo solicitado por Pastrana, la posibilidad de ser interlocutores de paz con las FARC, porque si lo que prevalece es la guerra, indirectamente el propio gobierno foxista (y otras administraciones latinoamericanas) podría verse arrastrado a ella. Mientras tanto, hay que registrar que el presidente Fox le declaró, con esas palabras, la guerra al narcotráfico.

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