Fox y la tentación del constituyente
Columna JFM

Fox y la tentación del constituyente

Hoy Vicente Fox deberá anunciar cuál será su posición sobre nuestro actual ordenamiento constitucional. La constitución del 17 es la expresión legal del movimiento revolucionario, del ordenamiento que le dio marco legal a una revolución que era popular, agrarista y en buena medida liberal. En el pasado, Fox ha dicho que no vería mal una reforma profunda. Si Fox quiere darle un contenido estratégico de inicio de un nuevo periodo histórico a su gobierno, tendrá que lanzar esa iniciativa.

EHoy, cuando se cumpla un nuevo aniversario de la promulgación de la Constitición de 1917, Vicente Fox deberá anunciar, en el acto que se realizará por primera vez en Palacio Nacional y no en la ciudad de Querétaro, cuál será su posición sobre nuestro actual ordenamiento constitucional.

No es, de ninguna forma, un tema menor: la constitución del 17 es la expresión legal del movimiento revolucionario, el ordenamiento que le dio marco legal a una revolución que era popular, agrarista y en buena medida liberal, pero también bastante autoritaria y fuertemente presidencialista. Desde entonces, la carta magna ha sufrido innumerables modificaciones que pudieran haberle trastocado, incluso, su sentido original, sea por los cambios lógicos que provoca el paso el tiempo y la transformación de la sociedad como para darle cauce a acuerdos políticos tanto coyunturales como de largo plazo. Pero la constitución y el sistema de gobierno presidencialista que ella plantea, aún con muchas contradicciones, sigue ahí.

Desde hace tiempo muchos especialistas en el tema y algunos políticos han insistido en la tesis de convocar a un nuevo congreso constituyente. Esa idea rondó en la cabeza del propio Carlos Salinas de Gortari, durante su sexenio y, también en las antípodas del salinismo, en los integrantes del Grupo San Angel que, con excepciones pero con Vicente Fox a la cabeza, hoy están en el poder. El propio Fox en el pasado ha dicho que no vería mal una reforma profunda, de esas características y, pasado el dos de julio, colocó al frente de las mesas para el estudio de la reforma del Estado a Porfirio Muñoz Ledo, el político que más ha insistido en la necesidad de una nueva constitución que proyecte, en los hechos, una nueva república, para seguir con el paradigma político y constitucional francés, y que cree un nuevo sistema político que trascienda del presidencialismo, así sea acotado como en la actualidad, hacia un sistema semipresidencial, con mayor presencia constitucional de los poderes legislativo y judicial.

Las mesas que presidió el ahora próximo embajador ante la Unión Europea dejaron una serie de documentos con innumerables reformas que implican, en los hechos, la creación de un nuevo cuerpo constitucional. Ahora le toca a Fox decidir si es el momento de lanzar una iniciativa de esas características.

La pregunta es obvia: ¿se requiere una nueva constitución?¿es aconsejable o conveniente trabajar en estas circunstancias en un congreso constituyente? ¿se puede avanzar en una reforma del Estado tan profunda como la planteada en esas mesas durante el periodo de transición?. Las respuestas pueden ser varias y ello depende, en buena medida, de la estrategia que quiera imprimir Fox a su administración.

En principio, parecería que, independientemente de los ánimos revisionistas que siempre han animado a Fox y a algunos de sus seguidores, éste no es el momento adecuado para lanzar una iniciativa de reformas constitucionales de fondo. Primero, por un hecho obvio: Fox no tiene mayorías propias en la cámara de diputados ni de senadores, y lograr los dos tercios de votos para cualquier reforma constitucional sería casi imposible. Se podrá argumentar, como algunos de los hombres partidarios de la idea de una nueva constitución sostienen, que por eso mismo éste sería el momento adecuado de lanzar una iniciativa para convocar a un debate nacional y un congreso constituyente que, basándose en los índices de popularidad con los que cuenta Fox en este momento, que son muy superiores al porcentaje electoral que logró el dos de julio, pudieran otorgarle un amplio respaldo a esa iniciativa, sumado al hecho de que, simultáneamente, el PRI y el PRD están en medio de profundas crisis internas y no podrían establecer una oposición seria a un proyecto que no rompiera con las bases tradicionales del Estado mexicano, pero que modificara, en esencia, el sistema político.

En última instancia, argumentan, no sería una estrategia demasiado diferente, por ejemplo, de la que llevó adelante Hugo Chávez en Venezuela, para lograr un espacio de mayor poder y para adecuar el marco legal a las necesidades de su gobierno. Sin llegar a los extremos de Chávez, recuerdan, también fue uno de los mecanismos que utilizó César Gaviria cuando llegó al poder en Colombia para abrir nuevos cauces políticos al sistema, incorporando, en aquella época, al mismo a fuerzas guerrilleras como el M-19. Definitivamente, si Fox quiere darle un contenido estratégico de inicio de un nuevo periodo histórico a su gobierno, más temprano que tarde (cuanto más tiempo pase el desgaste natural del ejercicio del poder le hará más difícil adoptar reformas tan radicales), tendría que lanzar esa iniciativa.

Pero ¿es el momento oportuno?. En este sentido, Fox ha abierto dos o tres frentes tan importantes en el debate coyuntural que pueden hacer muy complejo el lanzar simultáneamente la convocatoria a un constituyente: está el tema Chiapas, la necesidad de una profunda reforma fiscal que le otorge al propio gobierno los recursos que necesita para cumplimentar sus proyectos estratégicos en el terreno social y económico, las reformas al sector energético y de petroquímica que resultan imprescindible para avanzar en la captación de capitales y varios otros. Sin embargo, habría que prestarle atención a un punto: ¿qué sucedería si en las próximas semanas el Congreso, donde el foxismo no tiene mayorías propias, rechaza la iniciativa de ley de derechos y cultura indígenas, rechaza la reforma fiscal, incluyendo el gravar las medicinas y alimentos, y rechaza, también, las reformas para permitir la inversión privada en los sectores eléctrico y petroquímico?.

Si se diera ese escenario ¿no estaría más que tentado el foxismo, en lugar de esperar hasta el 2003 a ver cómo deja las cosas la elección intermedia, a presionar para sacar un nuevo constituyente, un nuevo orden legal que, por una parte, le permita dar luz verde a alguno de sus proyectos más ambiciosos, y que por la otra le permita (insistimos, en una situación de debilidad del PRI y el PRD), modificar el equilibrio de fuerzas en el propio Congreso y renovar, de paso muchas otras instituciones federales?.

Esa tentación ya está presente en muchos hombres del primer círculo en el poder y el único punto que los condiciona para decidir si avanzan o no con esa propuesta es saber si tendrán fuerza política para lanzarla, aguantar el vendaval que generará y pagar los costos para luego cosechar los posibles logros, todo en un plazo que no puede pasar de este 2001, o si, engolosinados con el poder, no terminarán haciéndole de aprendices de brujo, desencadenando fuerzas que después no podrán controlar.

Por lo pronto, no descarte usted que hoy Fox pueda anunciar el estudio de ciertas reformas de fondo que puedan dejar preparado el escenario para cualquiera de las dos alternativas. La respuesta sobre cuál será el camino que adoptará al final probablemente esté en las decisiones que tome el congreso en los inicios de la próxima legislatura: si la situación es de estancamiento, si no hay acuerdos y si Fox siente que conserva su fuerza y popularidad (y quizás por eso para el foxismo es tan importante el tema Chiapas, para demostrar que puede poner en línea al propio Marcos) no descarte usted en absoluto que haya una nueva constitución en nuestro horizonte político.

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