El presidente Vicente Fox se decidió por lanzar la propuesta de reconstruir la Constitución que ha sufrido, desde su promulgación, más de 400 cambios. Básicamente de lo que se trata es de modificar el sentido del sistema político, de salir de un sistema netamente presidencialista. Entre las principales propuestas está el derecho de los pueblos indígenas y el de una nueva reforma electoral.
Finalmente, ratificando lo que decíamos ayer en este espacio, el presidente Vicente Fox se decidió por lanzar la propuesta de reconstruir la Constitución. No convocó a un congreso constituyente y propuso que esa labor la realizara la actual legislatura del congreso de la Unión, pero sí llamó a establecer un cuerpo constitucional coherente con los tiempos que vivimos y que le otorgue a la constitución la modernidad y coherencia que tantos cambios, algunos de fondo, otros meramente coyunturales, le han quitado.
El argumento formal utilizado por Fox es impecable: en 1916, Venustiano Carranza, convocó a promulgar una nueva constitución porque la carta magna de los liberales de 1857 había sufrido más de 40 modificaciones que le habían cambiado el sentido original. La constitución del 17, ha sufrido, desde su promulgación, más de 400 cambios, incluyendo los realizados para contentar alguna negociación política, como la modificación de la edad mínima para ser senador, de forma tal que el hijo de Jorge González Torres, el actual senador Jorge González Martínez, pudiera llegar a la cámara alta a cambio de que el partido verde apoyara la votación sobre el Fobaproa. Ha habido de todo, pero lo cierto es que el cuerpo constitucional debe ser revisado, actualizado y puesto en concordancia con los tiempos.
La forma va en este caso de la mano con el fondo. Al proponer que esa reforma se realice desde el congreso, se garantiza que nadie pueda sacar solo esa reforma, que se requiera, prácticamente para todo, de la votación de las diferentes bancadas partidarias. Tampoco, de esa forma, se trasciende a los partidos, ni se opta, siguiendo el ejemplo Chávez, por dar un golpe de mano que garantice un constituyente a la medida. Se acepta, además, que esa “nueva arquitectura constitucional”, no puede partir de revisar los principios básicos sobre los que se construyó el México moderno, como la no reelección presidencial, la división de poderes, la vigencia del Estado laico, la educación laica y gratuita, el respeto a la diversidad cultural y la defensa de los derechos sociales e individuales.
¿Cuál sería entonces, el sentido de esa reforma de raíz a la que se convocó ayer?. Básicamente de lo que se trata es de modificar el sentido del sistema político, de salir de un sistema netamente presidencialista que, aún sin las atribuciones metaconstitucionales de las que gozaban los mandatarios en el pasado, siguen otorgando un peso excesivo al poder ejecutivo en demérito del legislativo y el judicial, al mismo tiempo que se establecen mecanismos que permitan una mayor representatividad a diferentes organismos sociales. Muchas de las propuestas que presentó ayer Fox, devienen de las mesas de reforma del Estado que coordinó en el periodo de transición, Porfirio Muñoz Ledo.
Muchas de ellas, retomadas ayer mismo por Fox, merecen ser analizadas con profundidad, pero no están exentas de controversias. Por ejemplo, entre las principales propuestas está el derecho de los pueblos indígenas: ayer, Fox llamó a consagrar en la constitución las autonomías indígenas para terminar con “la discriminación y las estériles confrontaciones”. Buena parte de nosotros estamos de acuerdo con ello pero ¿qué se quiere decir por autonomías indígenas?¿cuáles son los límites de la misma, cómo se complementa la autonomía indígena con los derechos de los pueblos no indígenas que conviven con ellos en una misma comunidad?
También propuso Fox una nueva reforma electoral que mejore el sistema actual. En ese sentido, es poco lo que se puede hacer: en este momento, los espacios para el fraude electoral son francamente estrechos y sí pudiera trabajarse en un sistema que evite mayores dispendios y facilite acuerdos y coaliciones entre partidos, pero para ello se requiere, sobre todo, que los propios partidos tengan mayor confianza en el sistema y levanten los múltiples candados que le han colocado al sistema electoral y que son los que lo hacen tan oneroso y complejo: ¿están los partidos dispuestos a ello? ¿tienen la suficiente confianza entre sí para hacerlo?
Hay un párrafo del discurso que habla del derecho a informar y se enfoca exclusivamente en la obligación que tienen de ello las autoridades: ¿se trata sólo de eso o de avanzar en la propuesta tantas veces postergada de reglamentar el derecho a la información incluyendo la regulación (o no) de los medios?
Un punto puede ser plenamente compartible: la ratificación de los secretarios de despacho por el Congreso, pero evidentemente debe haber un marco legal determinado para rechazar el nombramiento de un secretario de Estado, no puede ello quedar, simplemente, a la discrecionalidad de los legisladores, porque de esa forma se podría paralizar cualquier administración que no tuviera mayoría propia. Por supuesto que el presidente de la república debería poder ser objeto de juicio político, pero una vez más la reglamentación para ello debería ser muy clara. Por supuesto que se puede y debe mejorar la integración del poder legislativo pero, ¿estarán los partidos dispuestos a modificar la actual fórmula para eliminar a los diputados plurinominales y tener un congreso de 300 diputados uninominales, electos por distritos y no por listas? Se debe fortalecer al poder judicial pero lo cierto es que la tesis predominante hasta ahora ha sido castigarlo y reducirle el presupuesto, desde el propio poder legislativo, porque su importancia es subestimada.
Se plantea el establecimiento de reformas para permitir el referéndum y el plebiscito y por supuesto ello es viable y deseable pero, cuál, debemos preguntarnos, es el límite para ello y en qué medida las formas de democracia directa no trastocan las formas reales de ejercer el poder: hoy lo estamos viendo en el DF, se convoca a consultas para saber si se reglamentan o no las marchas, si se modifica o no el horario de verano, y buena parte de esas decisiones deben ser responsabilidad del gobierno en turno, son decisiones políticas que no se deberían poner a consideración popular. Un referéndum o un plebiscito no son instrumentos para evitar tomar decisiones o para actuar con populismo, sino para que la ciudadanía decida sobre aspectos clave del futuro nacional o local.
Otro tema ¿de qué se habla cuando se dice que se debe lograr un nuevo equilibrio federalista? Porque la mayoría estamos de acuerdo con ello, pero en qué medida se deben fortalecer los estados y no necesariamente los gobernadores, en qué medida el poder se debe concentrar en los municipios, cómo hacerle para evitar que atrapados entre un gobierno federal fuerte y un municipal con muchos recursos, los gobernadores queden como figuras simbólicas: la palabra es, evidentemente, el equilibrio entre los tres niveles de gobierno, la pregunta es con base en qué establecer ese nuevo equilibrio.
Hay acuerdo muy amplio, también, para redefinir las responsabilidades de México en el mundo. Pero, ¿hasta dónde debe llegar ese “protagonismo inteligente” de México en el orden internacional? Porque de la extradición de Cavallo a intervenir en Bosnia la distancia es muy amplia. Se propone que los mexicanos en el extranjero puedan votar y ser votados y en principio también ello puede ser compartible, pero ¿quiénes tendrán ese derecho?, porque evidentemente una cosa es decir que podrán votar en el extranjero quienes cuenten con credencial de elector emitida en México y otra, que lo puedan hacer en forma indiscriminada los millones de mexicanos por nacimiento y por descendencia que viven en el exterior.
Como esos hay muchos otros temas que son objeto de polémica y que deberán ser parte del debate y la negociación entre los partidos y actores políticos. Queda, sin embargo, pendiente definir si de lo que se trata es de crear una nueva constitución o de reconstruir la actual, dándole plena coherencia. Y la opción parecería ser ésta última. Hoy no pareciera, más aún si esa reforma se realizará en el congreso con sus actuales equilibrios partidarios, que hubiera la capacidad para establecer mayorías tan amplias que permitan crear una nueva constitución. El sentido que parece llevar la propuesta de Fox no se aparta de ello. Si es así, puede ser un avance sustancial para el futuro institucional del país.
Una pregunta al margen: ¿qué tiene que ver el Fox que escuchamos ayer lunes, en palacio Nacional, con el presidente que parodió su propia imagen el sábado pasado con Ponchito?