El caso de Janet Bouchet es una de esas historias que ocurren muchas en la frontera y que demuestra porqué la llamada guerra contra el narcotráfico está muy lejos de ser ganada por las autoridades. La lucha contra los cárteles está enfocada en ciertos puntos específicos pero estos amenazan con desbordarse: un frente está en Tijuana y toda la zona de Baja California; otro en Ciudad Juárez; y un tercero en Culiacán, Sinaloa.
Ayer estuvimos en Ciudad Juárez y nos enteramos de una historia de esas que ocurren muchas en la frontera pero que, también y en muy buena medida, demuestra porqué la llamada guerra contra el narcotráfico está muy lejos de ser ganada por las autoridades.
Se trata del caso de Janet Bouchet, una niña de cinco años que ha perdido la vista. No se trató de un accidente: Janet y su hermana Adriana, de 17 años, fueron secuestradas, torturadas y se intentó abusar sexualmente de ellas. Adriana, logró escapar, porque sus captores estaban drogados, pero la niña Janet corrió peor suerte. Fue encontrada, un día más tarde, abandonada en el desierto, inconsciente y al borde de la muerte. Salvó la vida pero perderá la vista por las agresiones sufridas.
¿Se trató de un capítulo más de la tristemente célebre historia de la muertas de Juárez?. No, el pecado que cometieron fue que sus padres denunciaron a un narcotraficante de poca monta, apodado El Chato, que tenía en la casa de junto a la familia Bouchet-Rodríguez, uno de los cientos de picaderos que pululan en los pauperizados suburbios de Ciudad Juárez. ¿Qué es un picadero?. Un expendio de drogas que, en algunos casos, son como una suerte de tienda de abarrotes, con su correspondiente ventana, donde los adictos literalmente meten sus brazos y allí son inyectados con alguna droga por la que pagan un dólar por cada dosis.
El Chato, el dueño de ese picadero, ingresó, una vez más a la cárcel a la que ha entrado y salido en innumerables oportunidades, por esa denuncia. Como venganza, pagó con droga a dos adictos para secuestraran a las hijas del matrimonio Bouchet-Rodríguez. El resto de la historia ya la conocemos. El Chato reconoce públicamente que sí, que él mando a sus amigos a que tomaran venganza, los agresores están en libertad, el crimen quedó impune, las autoridades no pueden o no quieren hacer nada y Janet perdió la vista. ¿Alguien puede creer que la comunidad participará activamente en la lucha contra el narcotráfico cuando casos como éste se repiten cotidinamente en distintos puntos de la frontera castigados por el narcotráfico?.
El desafío que debe enfrentar la lucha contra el narcotráfico se escenifica en estos dos niveles: por una parte la lucha y la violencia que se genera en las comunidades, con un crecimiento impresionante en los últimos años del consumo y tráfico de drogas (el consumo en Juárez, según la última encuenta sobre adicciones demuestra que 12.3 por ciento de la población ha consumido drogas) con acciones desestabilizadoras de alto nivel como el atentado contra el gobernador Patricio Martínez que cada vez parece más claro (y hacia allí se están dirigiendo las investigaciones) que no fue una acción solitaria de Victoria Loya.
Si partimos del supuesto de que la lucha contra el crimen organizado tiene tres vías: la lucha por el control de las comunidades, la lucha policial contra el tráfico y la que se da para cortar las vías que permiten el flujo y lavado de dinero, tenemos un problema grave: la lucha en las comunidades está lejos de ser ganada, tanto por la complicidad conciente o inconsciente que se da entre los grupos del narcotráficos y las comunidades en las que éstos se asientan, como por el miedo que éstos logran imponer en ellas sin que las comunidades tengan defensa, como lo demuestra el caso de Janet Bouchet.
La lucha contra los cárteles está enfocada en ciertos puntos específicos pero estos amenazan con desbordarse: un frente está en Tijuana y toda la zona de Baja California; otro en Ciudad Juárez; un tercero en Culiacán, Sinaloa. Pero también se debe atender el área del Golfo y particularmente Tamaulipas, hegemonizadas por los grupos de Osiel Cárdenas aliados al cártel de Juárez, por donde están penetrando enormes cantidades de drogas a Estados Unidos; se debe atender lo que sucede en Guadalajara; en el Distrito Federal, donde la guerra de los grupos de narcotraficantes ya no puede ser ocultada por las autoridades (apenas ayer aparecieron otros tres cadáveres calcinados como consecuencia de ajustes de cuentas entre grupos criminales); se debe atender toda la costa del Pacífico, donde los enfrentamientos ya son cotidianos; se debe atender el Caribe y la península de Yucatán, que ya sirvieron en el pasado como lanzadera de drogas para todo el territorio nacional.
Y sobre todo se debe atender la frontera de Chiapas con Guatemala, que cada vez más aparece como el próximo punto neurálgico del narcotráfico en México, sobre todo después de la fuga de Joaquín El Chapo Guzmán, un hombre con fuertes intereses y redes en esa zona de la frontera. Si a eso le sumamos la presencia creciente de los cárteles guatemaltecos en la región, la fortaleza del llamado cártel de Sayachex, sus vías de penetración en la selva, los grupos que operan en la costa, desde el puerto de Ocos, cerca de la frontera, desde donde parten lanchas rápidas con drogas que llegan a las costas de Oaxaca e incluso hasta Guerrero o Michoacán. Todo ello combinado con un fuerte tráfico de migrantes ilegales y armas. Y el diagnóstico se torna más complejo aún porque, como se publicó este fin de semana, es precisamente en esa zona donde se desplegarán, del lado guatemalteco de la frontera, 12 mil soldados estadunidenses que no van a cumplir labores antisubversivas, como suponen algunos legisladores guatemaltecos, sino a cumplir con ese capítulo de la llamada guerra contra la drogas.
¿Hay fuerzas policiales para cubrir tamaña geografía del combate a las drogas?. Hoy parece ser que no es así e incluso con la participación del ejército y la armada, éstas parecen ser insuficientes. Como tampoco puede avanzarse claramente, hoy, en el combate al lavado de dinero. Los informes oficiales de la asociación de banqueros, señalan que en las instituciones bancarias quedan, en promedio, cada año, unos seis mil millones de dólares extras que provienen, de una u otra forma del lavado de dinero, de recursos que vienen de fuera e ingresan al sistema financiero nacional. Y si bien se han tomado medidas para frenar ese flujo, también es verdad que los éxitos han sido por lo menos pocos y las posibilidades de cortarlo en el futuro parecen, viendo los paupérrimos resultados que han tenido otros países como Estados Unidos en el tema, poco menos que imposible.
Ese es el panorama de una guerra (por cierto, dice el alcalde de Palermo, Leoluca Orlando, uno de los hombres que puede decir que derrotó a la mafia, que es un error “declararle la guerra” al crimen organizado, porque a la gente le debe quedar muy claro que es el crimen organizado el que le declaró la guerra a la sociedad y el que la está agrediendo) que no parece tener fin. Mientras tanto, los casos como Janet Bouchet se siguen sucediendo en buena parte del territorio nacional.
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Marcos ya les dijo que no. Víctor Cervera Pacheco ya les dijo que no. ¿Cuándo dirán no -o basta- el presidente Vicente Fox y sus principales hombres?.