La caravana zapatista y los múltiples discursos que sobre el tema ha pronunciado Marcos, así como la reunión regional del Foro Económico Mundial, y la presión de los grupos cegehacheros ha puesto en el debate nacional algo que estaba desde hace tiempo, en la controversia internacional: la globalización, sus efectos , beneficios y daños para la sociedad contemporánea.
La caravana zapatista y los múltiples discursos que sobre el tema ha pronunciado Marcos, así como la reunión regional del Foro Económico Mundial, con la presión de los grupos cegehacheros que terminaron apaleados en la zona turística de Cancún, han puesto en el debate nacional algo que está, desde hace tiempo, en la controversia internacional: la globalización, sus efectos, beneficios y daños para la sociedad contemporánea.
Pero nuestros globalifóbicos, que hablan constantemente de apertura, de democracia, de combatir al totalitarismo, son, en la mayor parte de los casos, intolerantes, totalitarios y han tomado la globalización como una simple bandera para seguir enarbolando las viejas tesis de la más burda ultraizquierda. Y es que, como dice Jean Francois Revel en La Gran Mascarada, parten de un equívoco: “se figuran que el liberalismo es una ideología. Y mediante una sumisión mimética los liberales se han dejado inculcar esta visión groseramente errónea de sí mismos. Mientras que los socialistas, educados en la ideología, no pueden concebir otras formas de actividad intelectual y arrojan por doquier esta sistematización abstracta y moralizadora que les habita y sostiene. Creen que todas las doctrinas que les critican copian la suya, limitándose a invertirla y que, como la suya, prometen la perfección absoluta pero por vías diferentes”.
Pero afortunadamente hay otros globalifóbicos, hay otros personajes que pueden dar una lucha inteligente y coherente, respetando una visión humanista y tolerante, contra la tendencia dominante en nuestra época. Uno de esos hombres es José Saramago. Este escritor portugués, premio Nóbel de literatura en 1998, que estuvo en México presentando en estos días su magnífica y más reciente novela: La caverna.
Pudimos platicar esta semana con Saramago, este viejo comunista que sigue pensando en un mundo mejor y que, se compartan o no sus ideas, sigue demostrando que para poder debatir se requiere del diálogo y ese diálogo debe estar basado en la tolerancia y la inteligencia.
Hablamos primero de su libro La Caverna. Allí como En todos los nombres o en Ensayo sobre la ceguera lo que se muestra es una civilización que está acabando con el individuo y en muchos casos también con la propia civilización y le preguntábamos si así de pesimista veía la situación. Para Saramago, no se trata de pesimismo: hay una buena o una mala situación. “Sin embargo creo, dice, que no vale mucho la pena entrar en ese debate sobre si es buena o si mala: en primer lugar es lo que es. Por lo tanto la apreciación que cada uno tenga de la del carácter optimista o pesimista de una situación determinada resulta evidentemente de su propio punto de vista. Lo que parece estar claro y es algo que prácticamente ya no discuto porque es un dato, es la evidencia de que estamos llegando al final de una civilización”.
Pero eso no puede ser entendido como un corte histórico. Saramago lo ve así: “todavía queda algo y mucho de lo que podíamos llamar la civilización que surgió en el siglo 18 y empiezan a aparecer los elementos de una nueva civilización: vamos a tener otro tipo de ser humano, que no tiene mucho que ver ya con lo que hemos sido nosotros”. Ni ello implica el planteamiento de la deshumanización del futuro: “vamos a seguir siendo humanos, dice, pero seremos otros humanos, otro tipo de ser humano. Claro, afirma, esto es futurología, entonces lo que a mi me importa es lo que está pasando ahora mismo, en este puente que une algo que esta terminando con algo que esta empezando”.
En ese mundo que está empezando, dice Saramago, hasta lo mejor de la civilización que termina se convierte en mercancía, es la dinámica de los nuevos tiempos. Le pregunté si eso mismo se podría aplicar al hecho de transformar una marcha indígena en un concierto de rock en el estadio azteca.
Se ríe y quiere ser diplomático: “tengo que buscar una palabra que no sea demasiado fuerte, pero me parece un despropósito, porque durante los siete años en que los zapatistas estuvieron allá, los llamaron de todo, los calumniaron con todas las palabras que puedan servir para calumniar a alguien y ahora ante el hecho consumado, cuando la sociedad mexicana puede mirarlos, proponen ahora un concierto en el azteca. Entonces no entiendo: he tenido el derecho de preguntar ¿y después del concierto qué es lo que pasa? ¿van a hacer otro concierto?. Esto no es mas que lo de siempre, con los objetivos de siempre que es no permitir que el tren se vaya sin mi y por lo tanto yo voy detrás”.
La tesis del mundo viejo y del mundo nuevo puede aplicarse como una analogía, también a Marcos y a Fox. Saramago asegura que eso sería simplificar las cosas pero agrega que no sabe quién sería el nuevo o el viejo, pero “si yo me pongo del lado de las ideas, evidentemente que para mi lo nuevo sólo puede ser Marcos, sólo puede ser Marcos aunque las ideas de Marcos tengan una relación mas estrecha con la civilización que esta terminando”.
Siendo yo, continúa Saramago, en el fondo una persona del otro tiempo, “porque de alguna forma seguimos siendo como yo a veces digo, hijos del siglo 18, de la enciclopedia, de la razón como orientadora, como disciplinadora, con todo eso, sabemos que lo que está terminando en el fondo esta terminando en todos los aspectos, en todos lo sentidos y en todos los planos de la vida social, mental, e intelectual. Y viene un mundo globalizador, al que Saramago califica como el nuevo totalitarismo, marcado por la falta de solidaridad.
Le digo que evidentemente el modelo globalizador no alcanza para tener un mundo homogéneo, solidario y con niveles de crecimiento similares, pero que tampoco pareciera haber otro modelo alternativo: los modelos cerrados incluso los modelos de desarrollo socialista que se intentaron, fracasaron.
En parte está de acuerdo, pero recuerda que el capitalismo no se proponía como alternativa al socialismo: el capitalismo era lo que estaba y el socialismo era lo que se proponía como alternativa. Eso, acepta, fracasó, quedo esto y a la hora de quedar solo con todo en su mano, el capitalismo ha perdido lo que le quedaba de esa razón organizadora, respetuosa. La razón que no respeta al otro no es una razón o si lo es, pero pervertida totalmente. Ese es el efecto, dice, de la globalización.
Sin embargo, a lo largo de toda su obra, Saramago apuesta a lo social pero también en su libro, en todos sus libros, le pregunté, hay una búsqueda de reafirmar eso que proviene de, como él dice, de los que somos los hijos del siglo 18: el individuo, la libertades individuales, el respeto. ¿Se puede compaginar lo social con lo individual? porque hay otros autores, dije, estoy pensando en alguien que en buena medida es su antitesis, como Mario Vargas Llosa, que sostiene que la solución es el individuo y que en este mundo el apostar a lo social no se puede combinar con la apuesta al individuo.
“Yo no sé, dice Saramago, porqué Vargas LLosa hace esas afirmaciones. ¿De qué individuo está hablando?, Porque lo que en este momento domina al mundo no son los individuos son corporaciones, son multinacionales y no vamos ahora a decir que los individuos son todos los que se quedan fuera del sistema. Es decir los que no son ni accionistas, ni administradores de las multinacionales, entonces yo soy un individuo, usted es un individuo. Muy bien entonces Vargas esta diciendo que dejemos que los individuos manifiesten su propia capacidad creativa, su iniciativa y todo lo demás, pero a mi no me dice cuál es mi margen de iniciativa delante de Coca Cola o Mitsubishi, yo lo agradecería mucho que me lo explicara”.
Pero volvemos al principio, cuál es la alternativa entonces al modelo globalizador que no implique regresar al pasado. Y Saramago asegura que “hay algo que debería unirnos que es exactamente el cumplimiento y el respeto cotidiano de la declaración de los derechos del hombre, no sólo de los dos o tres que siempre usan por motivos políticos. Los derechos humanos no son tres o cuatro son 32 o 33 y ahí está todo cuando yo digo que deberíamos reivindicar”.
¿Sería la declaración de los derechos del hombre una suerte de norma para las relaciones individuales y sociales, sería la carta de las corrientes progresistas internacionales?.
“Yo creo que si, yo creo que si, afirma el autor de La Caverna. Porque en este momento el movimiento revolucionario mundial, suponiendo que algo tan trascendente pudiera existir, sería exactamente la reivindicación sistemática de los derechos humanos. Cada ser humano tiene derecho a ser respetado en sus convicciones, en sus creencias, en su idioma. Al contrario de como lo mira Vargas Llosa eso si sería la posibilidad de compaginar, por el hecho mismo del respeto a los seres humanos sin distinción de razas, creencias, situaciones sociales, eso sí acabaría por compaginar los derechos individuales con lo social”.
¿Cuya ausencia quizás está en el centro del fracaso de la izquierda?, le dije a este hombre que fue activo militante del partido comunista portugués.
Es verdad, me dice sin dudarlo. “Ese ha sido el gran fracaso de la vieja izquierda, creer que se podría organizar la felicidad colectiva sin tomar en cuenta al individuo”. ¿No podrán escuchar, leer, nuestros globalifóbicos a José Saramago?