No fui ni vi el publicitado concierto por la paz, disfrute de un insuperable Joaquín Sabina que no necesita de falsa mercadotecnia, ni de dosis altísima de cursilería disfrazada de la ridícula transcendencia. En el Azteca se cantaba a la paz sin explicar dónde estaba la guerra.Lejos del Azteca, en la comunidad purépecha de Nurio, en Michocán, el zapatismo demostraba cómo comprende las causas indígenas y el verdadero contenido de su lucha.
“Dijo hola y adiós y el portazo
sonó como un signo de interrogación”
Joaquín Sabina
Por supuesto que no fui ni ví el publicitado concierto por la paz: el viernes, sí el viernes y también el sábado, preferí ver, escuchar y disfrutar de un insuperable Joaquín Sabina, que no necesita de falsa mercadotécnia, ni de dosis altísimas de cursilería disfrazadas de la ridícula trascendencia de Maná o Jaguares (por cierto, viendo a Cecilia Toussaint en el Azteca con Maná y Jaguares, nuestro admirado Jaime López se debe haber carcajeado o asqueado hasta el cansancio), para demostrar que no sólo es el mejor y más completo letrista de algo parecido a lo que realmente podría ser un rock en español, sino también que para ser liberal, iconoclasta y realmente progresista en esas lides se requiere ser, además, políticamente incorrecto, como el buen Sabina.
Afortunadamente, lejos del Azteca pero cerca de la realidad, Sabina fue un catalizador, una válvula de escape para un fin de semana marcado, en el terreno de la política, por la demagogia y la mentira. En el Azteca se cantaba a la paz sin explicar donde estaba la guerra, recuperando (plagiando) los iconos de los 70, hasta acabar cantando una versión de Denle una oportunidad a la paz, del pobre John Lennon que casualmente, pero sólo casualmente, es la frase con la que terminó el viernes su mensaje a la nación Vicente Fox, mismo que se publicó el sábado en todos los periódicos. Ni modo, para los publicistas oficiales parece que Chiapas es nuestro Vietnam. Olvidan, hablando de paz qué es la guerra: “en realidad la guerra es eso, dice en Territorio Comanche, Arturo Pérez Reverte, kilos y kilos y toneladas de fragmentos de metal volando por todas las partes. Balas, esquirlas, proyectiles con trayectorias tensas, curvas, lineales o caprichosas, trozos de acero y de hierro zigzagueando, rebotando aquí y allá, cruzándose en el aire, horadando la piel, arrancando trozos de carne, quebrando huesos, salpicando de sangre el suelo, las paredes”. Eso es la guerra, una guerra que en México no tenemos y que, dice Pérez Reverte, es la misma desde Troya hasta nuestro días, que consiste en “un par de desgraciados con distinto uniforme que se pegan tiros unos a otros, muertos de miedo en un agujero lleno de barro y un cabrón con pintas fumándose un puro en un despacho climatizado, muy lejos, que diseña banderas, himnos nacionales y monumentos mientras se forra con la sangre y con la mierda. La guerra es un negocio”. ¿Si no tenemos esa guerra, porqué se insiste en que tenemos que firmar entonces esa paz?.
Pero también lejos del Azteca, en la comunidad purépecha de Nurio, en Michoacán, el zapatismo demostraba cómo comprende las causas indígenas y el verdadero contenido de su lucha. En el Congreso Nacional Indígena, con miles de delegados llegados de todas partes del país, los dirigentes zapatistas demostraron cómo entienden la democracia interna: fuera de la agenda todos los temas que interesan realmente a los indígenas: nada de discutir la tenencia de la tierra, la situación de las mujeres en las comunidades indígenas (lejos, muy lejos, de cualquier síntoma de igualdad, pese a los discursos marquianos), nada de discutir sobre programas de control demográfico que ni a Marcos ni a los hombres de la iglesia les interesa impulsar pese a la miseria creciente de esas comunidades, tampoco se puede hablar de democracia o de participaciones electorales, ni siquiera de la correcta aplicación de los llamados usos y costumbres: en Nurio, hubo innumerables debates, pero un solo tema y una sola instancia con derecho de veto: los propios dirigentes zapatistas. En otras palabras, en Nurio se podía discutir sólo sobre los acuerdos de San Andrés y cuando los resolutivos de alguna mesa no le gustaban a los dirigentes del EZLN éstos eran los únicos con derecho de veto como para echar para atrás cualquier resolución: ¿entonces para qué tantos esfuerzos, para qué traer enviados de tantas comunidades tan lejanas?. Para ejercer la democracia como la entienden los dirigentes zapatistas, endurecidos con la presencia ahora pública del comandante Germán: para que los indígenas escuchen a los dirigentes, reciban la línea desde arriba y para que éstos puedan mostrar, por televisión, una escenografía con miles de indígenas que en esta ocasión quedó distorsionada porque había tantos invitados de la mal llamada “sociedad civil” (si Antonio Gramsci viera lo que han hecho con esas palabras que ideó para designar un fenómeno absolutamente contrario al que ahora están utiliziando los zapatistas, lo borraría de sus cuadernos de la cárcel), léase dirigentes estudiantiles cegehacheros con una multitud de observadores internacionales, o como diría una de las orgullosas mujeres indígenas de Juchitán cuando pasó la caravana por el istmo, “puro indígena gringo”, con derecho a voz, incluidos los “observadores internacionales”. Todo eso sazonado con un discurso de Marcos de corte “poético” del que los indígenas no deben haber entendido ni una palabra, por la sencilla razón de que no iba dirigido a ellos, sino a los medios y sus seguidores clasemedieros en el Distrito Federal.
En realidad para Germán, Marcos y demás acompañantes de la caravana, las medidas para evitar cualquier disidencia en Nurio eran indispensables. El Congreso Nacional Indígena, si bien está lejos de representar el pensamiento y la realidad de las 56 etnias y los diez millones de indígenas del país, sí representa el de las bases prozapatistas en esos sectores y esa es la legitimación que necesitaban los comandantes del EZLN para poder llegar al Distrito Federal el próximo domingo presentándose como lo que quieren ser pero no son: los representantes de todos los pueblos indígenas del país. Por eso, lo que importaba no era el congreso y ni los debates, sino que los resolutivos del CNI se adapten a las exigencias del libreto político previamente establecido por la comandancia zapatista.
Sin embargo, no deja ser significativo lo que sucedió, por lo menos hasta el momento de escribir estas líneas, en el congreso de Nurio. Primero, no estuvieron los diez mil delegados indígenas que se esperaban: llegaron exactamente la mitad. Segundo, allí están los ultras y los megaultras del CGH, junto con algunos personajes de la izquierda independiente, pero fuera del entusiasmo y deslumbramiento de algunos cuadros medios del PRD, resulta notable la distancia que muchos de los principales hombres y mujeres del perredismo comienzan a poner con el EZLN, comprendiendo, quizás, que ellos son vistos simplemente como aliados útiles en estos momentos pero que el zapatismo va por sus bases y sus posiciones políticas, aprovechando los vacíos e indefiniciones de un PRD que cree que se diferenciará y se convertirá en una alternativa debatiendo sobre el horario de verano: ¿qué es más atractivo para los sectores de izquierda, un subcomandante encapuchado y que sale de la selva, rodeado de la mitología guerrillera e indigenista, o un gobierno de la ciudad más grande del mundo que en lugar de la seguridad, el empleo y las libertades públicas se desvive porque no se retrasen una hora los relojes en la capital, aunque con ello haga el ridículo y se convierta en la comidilla de todos los círculos políticos, incluyendo los de su propio partido?. Si queda algún idealismo en todo esto, sin duda verán como una opción mucho más atractiva al subcomandante, aunque en el fondo su discurso sea tan intolerante y autoritario, como el de la vieja izquierda ultra.
Tercero, la estrategia oficial de “obligar” al EZLN a firmar “la paz” por la presión de la otra “sociedad civl” está a punto de naufragar, si es que no lo ha hecho ya: paradójicamente, ello ocurre cuando se demuestra que el zapatismo está lejos de tener la representatividad que sus propios impulsores y los hombres del gobierno consideraban que tenía y cuando se comienzan a amontonar en la agenda política y legislativa una enorme cantidad de pendientes urgentes que están y seguirán estando atorados por las indefiniciones respecto a la ley indígena y al futuro del EZLN. De un zapatismo cuyo futuro podrá estar en cualquier lado, pero que, sin duda, se encuentra muy lejos de la firma de cualquier documento de paz, como sea que se entienda ésta.