Los cien días de Vicente Fox
Columna JFM

Los cien días de Vicente Fox

Vicente Fox cumple sus primeros cien días como presidente al mismo tiempo que la caravana del EZLN está llegando al Zócalo. Marcos le robó lo que tendría que haber sido un momento estelar para Fox. El error de origen fue, el mismo día de la inauguración de su periodo presidencial, colocar por delante las exigencias sociales el tema Chiapas. El dos de julio fue la culminación de casi 20 años de una transición lenta y tortuosa en cambios de forma y fondo y que legitimaban al propio, nuevo, sistema político. Otro punto clave para el proyecto económico del foxismo era, es la reforma legal que permita la generación de energía , la inversión privada en el sector.

Vicente Fox cumple sus primeros cien días como presidente al mismo tiempo que la caravana del EZLN está llegando al Zócalo capitalino. Marcos le robó, en ese sentido, la celebración al presidente: lo que tendría que haber sido un momento estelar para Fox se convertirá en una nota secundaria en la ola de información que ha generado la caravana zapatista.

Pero el problema va más allá. El zapatismo le ha hecho perder el eje de la agenda a Vicente Fox en estos primeros cien días de gobierno. El mal cálculo inicial de la administración Fox de soltar el tema Chiapas y colocarlo en la cima de la agenda política nacional, le han impedido al presidente gozar y capitalizar el enorme caudal de apoyo y expectativas con el que inició su administración y lo ha llevado a expresar, incluso, que si falla la estrategia que se adopto para Chiapas “está en riesgo la presidencia y mi capital político”.

En cualquier otro contexto ello sería absurdo: Vicente Fox inicio el primero de diciembre un gobierno con un muy amplio respaldo popular, con tasas de popularidad que rondaban en el 80 por ciento, con el beneplácito de la enorme mayoría de los sectores de poder económico e incluso hasta con la indulgencia política de sus adversarios. El otro error de origen fue, el mismo día de la inauguración de su periodo presidencial, el colocar por delante de las demás exigencias sociales el tema Chiapas y convertir, indirectamente, como su principal interlocutor (el ser definido como un adversario principal lo convierte también en interlocutor) a Marcos e iniciar una guerra de papel sin demasiado sentido.

En ninguna encuesta de diciembre o de los meses previos, aparecía el tema Chiapas como uno de los que preocupara principalmente a la ciudadanía: no apreció tampoco en la campaña. Es más, el dos de julio le había dado al zapatismo un golpe político descomunal, que se acrecentó con el triunfo de Pablo Salazar Mendiguchia en el propio estado de Chiapas: se había demostrado a nivel federal y estatal, que la vía democrática y la lucha legal eran el camino válido y viable para llegar al poder y para hacer reformas radicales, si así lo quería la ciudadanía, al sistema político. El dos de julio fue en muchos sentidos la culminación de casi 20 años de una transición lenta y tortuosa del sistema político que por primera vez culminaba en cambios de forma y de fondo y que legitimaban al propio, nuevo, sistema político.

El zapatismo tuvo el mérito den 1994 de colocar en la agenda nacional el tema indígena y, también de recordarnos que mientras en México iba hacia el desarrollo, la democracia y la consolidación de sus estructuras e instituciones, había otro México que no participaba de nada de ello: demostró, además, que la mítica capacidad del Estado mexicano de tener control sobre todo lo que sucedía en el territorio nacional, no era tal, que el Estado había derrumbado muchas de sus propias instituciones de control y no las había reemplazado por otras. A partir de allí, la tentación a desafiar a ese Estado, de saber que sus designios podían ser ignorados o modificados, fue una constante. Y eso, en buena medida se debe al zapatismo, pero el EZLN también implicó, e implica, un desafío, un desconocimiento a la vía democrática, al esfuerzo por construir alternativas políticas y partidarias desde el marco legal y pone de manifiesto que por la presión, la fuerza y la movilización de un grupo de poder (y el zapatismo lo es) independientemente de su representatividad política real, también se pueden obtener prerrogativas y posiciones de poder de las que no gozan sectores más importantes y significativos, social y políticamente.

El gran error del presidente Fox el primero de diciembre fue que en lugar de colocar su propia legitimidad y la de las nuevas instituciones en primer lugar y explotar ambas al máximo para obtener los cambios que el país requiere, despertó la tentación de que los cambios pueden realizarse por la fuerza de la movilización más rápido y más eficientemente que por la vía electoral. El presidente Fox dijó el miércoles 7 de marzo en una entrevista con Ciro Gómez Leyva lo que tendría que haber dicho el primero de diciembre para ser congruente con su propia legitimidad: si el EZLN pasa de la “arena militar” a la política, si está dispuesto a dejar las armas, el gobierno está dispuesto a cumplir con sus demandas. Lo que se hizo fue exactamente al revés: primero se comenzaron a cumplir demandas que todavía ni siquiera había sido presentadas al nuevo gobierno y luego se pidió el diálogo. Y el EZLN hizo lo que debía hacer, tomó lo que se le daba, pidió más y ahora el que aparece como que no quiere o no puede seguir haciendo concesiones es el gobierno y si acepta esas demandas, demuestra debilidad y pone en peligro su propia capacidad de gobernabilidad.

Se había dicho que en realidad éste no es un problema alguno, que lo importante es que se comprueba que en el país, al mismo tiempo, puede haber una carrera internacional de automovilismo, juegos de futbol, puede llegar Marcos al Zócalo y que no pasa nada. Y la bolsa de valores parece refrendar ese razonamiento. Pero cuando se analiza la agenda política y el margen de maniobra del presidente Fox en este contexto, las cosas se aprecian de otra manera. Preguntémonos cuáles eran, el primero de diciembre, las prioridades políticas y económicas de la nueva administración.

En el ámbito económico la prioridad era realizar una reforma hacendaria profunda que le permitiera al gobierno contar con los recursos suficientes para lanzar sus distintos programas de desarrollo social y productivo. Para eso se requería una ardua negociación parlamentaria que le permitiera gravar alimentos y medicinas y hacer modificaciones fiscales de diverso orden: se sabía que el PRD no aceptaría esa reforma y que en el PRI existían dudas al respecto, pero también que en el PRD había fisuras respecto a la necesidad de buscar mecanismos de cogobierno con el foxismo y que en el PRI coexistían diferentes corrientes que planteaban la necesidad de ese incremento fiscal desde hace tiempo, aunque muchos querían cobrarle al PAN el haberlos dejado solos cuando se aumento en 1995 el IVA a 15 por ciento. Pero las expectativas que generaba Fox estaban en el centro de ese debate y cualquiera que se opusiera a la propuesta gubernamental tendría que pagar un precio político por ello. Hoy estamos a cinco días de que comience el periodo ordinario de sesiones del Congreso y la iniciativa fiscal no se ha podido enviar ni discutir con los partidos políticos que están centrados en la ley de derechos y cultura indígenas o mejor dicho en las consecuencias políticas del zapatour y ni siquiera se han metido a fondo a analizar qué implica aprobar la ley indígena como la envió Fox al Congreso. Peor aún; si en diciembre, como se demostró con el presupuesto, PRD y PRI no querían darle pleno apoyo a Fox pero temían romper con él porque las expectativas y popularidad en torno al presidente los intimidaba, hoy la situación es completamente diferente: ya se comprobó que Marcos puede decir un día sí y el toro también un ataque al presidente Fox y que sus márgenes de polaridad aumenta, aunque no disminuyan significativamente los del propio presidente. En ese contexto y con los zapatistas en el Congreso de la Unión quisiera saber quién va a ser el valiente que se levantará para presentar una reforma que implique un aumento de los impuestos. Lo cierto es que la reforma hacendaria hoy parece mucho más lejana que hace cien días.

Otro punto clave para el proyecto económico del foxismo era, es, la reforma legal que permita la generación por particulares de energía, la inversión privada en el sector. La crisis energética de California fue una oportunidad de oro para demostrarle al país los costos de no invertir en el sector y las oportunidades que se abren para desarrollarlo eficientemente. Y para eso, como reconoció el propio Fox el primero de diciembre, no se necesita privatizar ni PEMEX, ni la CFE. Sin embargo, la presión que ha impuesto el zapatismo desde la izquierda, sumada a la percepción de que el gobierno es vulnerable a las presiones, han alejado, también, la posibilidad de esa reforma.

En el terreno político era fundamental garantizar lo que Santiago Creel ha llamado “gobernabilidad democrática”, demostrar que en un nuevo régimen, sin utilizar los mecanismos de antaño, se podía mantener la gobernabilidad del país. Y ésta sin duda se ha mantenido, pero las acechanzas han aumentado en forma geométrica y casos como el de Yucatán o antes del de Tabasco, han demostrado que el gobierno federal no tiene control adecuado de todos sus instrumentos para poder garantizar esa gobernabilidad, en buena medida porque la mayor parte de sus esfuerzos políticos están colocados en torno al zapatismo.

Nada era o es más importante para la ciudadanía que la seguridad. Una encuesta nacional que hicimos hace dos semanas con María de las Heras para el programa México Confidencia de MVS, era contundente al respecto. Al preguntarla a la gente, concretamente, en la ciudad donde usted vive, cuál es el principal problema, cuál es el que urge solucionar, el 41 por ciento dijo que la seguridad, muy lejos, con un 7 por ciento aparece el desempleo, y con tasa que están por debajo del cinco por ciento, el agua potable, la drogadicción, el transporte público, el drenaje o la corrupción, y por ciento, el tema Chiapas ni siquiera aparece en esa encuesta como principal preocupación de la ciudadanía.

En este sentido, el gobierno ese está enfrentando a un violento desafío del crimen organizado que ha aumentado la inseguridad en casi todas las ciudades importantes del país. Eso lo ha llevado, incluso, a declarar explícitamente la guerra al cártel de los Arellano Félix y al narcotráfico y ha comprobado, en estas semanas, que en esa guerra que si es de verdad, que sí ocasiona muertos, daños materiales, que pone en juego la vida de familias enteras no siempre se pude ganar. ¿ No hubiera preferido usted encontrar a miles en el Azteca o recolectar millones de firmas, para apoyar la guerra del Estado contra el crimen organizado, contra el narcotráfico, contra el consumo indiscriminado de drogas entre adolescentes, contra la violencia?¿No hubiera sido más importante movilizar a millones de mexicanos en esa cruzada por la paz en esa guerra de verdad que hoy se vive?

No fue así, pero además, hoy, las fuerzas de seguridad del estado, han tenido que destacar buena parte de esos escasos elementos, en proteger la marcha zapatista y cuidar que nada le pase a los comandantes insurgentes que llegan a la capital protegidos por las fuerzas federales que dicen combatir. Un ejemplo, la PFP cuenta con unos seis mil elementos: unos mil doscientos debieron destacarse para proteger a los zapatistas, y lo mismo se repite en la PJF, en las fuerzas del Cisen o de otras dependencias de seguridad. Los rivales reales del Estado, los grupos del crimen organizado deben estar muy agradecidos, ellos también, a tal despliegue de fuerzas para proteger a los integrantes de la caravana lo que, irremediablemente, deja desprotegidas total o parcialmente otros ámbitos geográficos y sociales, a buena parte de ese 41 por ciento de la población que cree que la inseguridad es su mayor problema.

En este contexto, sin duda la administración Fox ha tenido logros en estos cien días: ha impuesto programas, ha comenzado a modificar estructuras, está buscando cambiar no sólo de gobierno sino también la forma de hacer entender la política y el poder, pero ha perdido algo muy importante: el control sobre su propia agenda de gobierno.

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