Una semana muy intensa, ha sido ésta para la diplomacia mexicana: primero el voto de la comisión de derechos humanos en las Naciones Unidas en Ginebra, sobre la violación de los derechos humanos en Cuba. Se sumaron la visita del presidente Vicente Fox a Canadá y la Cumbre de las Américas que comenzará hoy, mientras que en México estaban de visita el senador republicano Jesé Helms y el nuevo director de la DEA, Donnie Marshall.
Una semana muy intensa, quizás demasiado, ha sido ésta para la diplomacia mexicana. Al voto en la comisión de derechos humanos en las Naciones Unidas en Ginebra sobre la violación de los derechos humanos en Cuba, se sumaron la visita del presidente Vicente Fox a Canadá y luego la Cumbre de las Américas que comenzará hoy, mientras que en México estaban de visita el senador republicano Jesé Helms, cabeza de la comisión de asuntos externos del congreso estadunidense, y el nuevo director de la DEA, Donnie Marshall.
Por lo menos, en apariencia, los resultados parecen haber sido satisfactorios: se superó con los menores traumatismos posibles el voto de Ginebra, aunque nadie ha quedado realmente satisfecho con lo sucedido, con la abstención y el discurso de Mariclaire Acosta, la embajadora especial para los derechos humanos, que representó a nuestro país en Ginebra; al presidente Fox le fue bien en Canadá y sin duda le irá bien en la Cumbre, donde tiene más y mejores cartas que jugar que las demás naciones del continente; y, para sorpresa de muchos, Helms y Marshall decidieron mostrar sus caras más amables en su visita a nuestro país.
Pero la realidad siempre es más compleja de lo que aparenta y en todos estos temas aparece una gama de grises que deben ser atendidos. Respecto a lo sucedido en Ginebra, decíamos que nadie, ni los propios hombres y mujeres de la cancillería, quedaron plenamente satisfechos. El propio texto que leyó Mariclare Acosta, muestra las contradicciones que se presentaron para llegar a la solución salomónica de la abstención en el voto con la condena verbal: si el gobierno mexicano pudo tener información de tal cúmulo de violaciones a los derechos humanos como los aceptados, si el gobierno cubano nunca le permitió comprobar cuál era la situación que al respecto se vivía en la isla, si las organizaciones internacionales también coinciden con ese punto de vista ¿por qué abstenerse?. Como se dice en la declaración por lo politizada y dirigida de la condena. Pero en un organismo como las Naciones Unidas, es casi imposible que las tomas de posición, todas, no tengan ese carácter. Y el propio gobierno mexicano, como todos los otros, orientan, con esos principios, sus votos: por eso, en la misma sesión de Ginebra, México no votó en contra de China, pero sí condenó a Israel, a la intervención en Chechenia o a los talibanes de Afganistán y, la verdad, no creemos que en ninguno de esos países, salvo quizás en el caso de Israel, las autoridades de nuestro país hayan podido ingresar para verificar en forma directa y personal la violación o no de los derechos humanos. La respuesta quizás esté en otro lado: en la búsqueda de una posición en el Consejo de Seguridad de las propias Naciones Unidas y ahí los votos de China y Cuba, por ejemplo, tienen mucha más influencia que otros. Y en ese sentido, la doble vía de la abstención en el voto y la condena verbal, era una salida adecuada.
Paralelamente a este debate, se ha generado otro en el Congreso (donde no olvidemos que la mayoría estaba ya no sólo por la abstención en el caso cubano sino por votar en contra de la resolución y apoyar al gobierno cubano) en el cual se le busca cobrar a Mariclaire Acosta su participación, argumentando que como no ha sido ratificada por el senado, la embajadora no es tal sino una simple representante de uno de los poderes de la Unión, del poder ejecutivo y que ella no representa la posición del país como tal. Lo cierto es que la labor que durante años ha desarrollado Mariclaire Acosta es inobjetable, como lo es su designación para ese cargo pero, por eso mismo, cabría preguntarse porqué no hacerla pasar por el senado para ser ratificada en esa condición y elevar, de esa forma, su status diplomático.
Respecto a la visita a Canadá y la Cumbre de las Américas, las perspectivas son buenas para el presidente Fox, aunque tendrá que prestar atención a los juegos tradicionales entre los principales países de la región que, en lo personal, el presidente Fox aún no termina de conocer a fondo. En la cumbre que inicia hoy en Québec hay que prestarle atención a varias cosas: primero, a la actitud que adoptará y los compromisos que asumirá el presidente George Bush. El mandatario estadunidense ha dedicado una insólita atención a América Latina en sus primeros 90 días de gobierno, se ha reunido antes de la cumbre con siete presidentes de la región y ha visitado México en su primera gira internacional. Sin duda, Bush parece decidido a establecer una política diferente con América Latina respecto a su antecesor, William Clinton que apenas visitó la región cuando ya tenía cinco años como presidente, al inicio de su segundo mandato (si hubiera perdido las elecciones de 1996, hubiera sido el primer presidente estadunidense en décadas en no haber visitado el subcontinente durante su mandato) pero eso no permite suponer que su estrategia regional esté clara ni sus compromisos sean muy sólidos. Bush llega a la Cumbre de Québec sin mandato legislativo para negociar fast track el muy pregonado acuerdo de libre comercio de las Américas, lo que implica que todo lo que se esté negociando quedará en manos del propio congreso estadunidense y nadie puede garantizar que será aprobado: en este sentido, pensar que el ALCA podrá entrar en vigor en el 2005 no es más que una expresión de buena voluntad.
En este contexto, México está presionando (y en ese sentido aparentemente le fue muy bien a Fox en Canadá) por fortalecer, antes que se defina qué pasará con el ALCA, un mecanismo de integración trilateral que consolide las relaciones de todo tipo con Canadá y Estados Unidos, al mismo tiempo que Brasil ve con desconfianza tanto al TLC como al ALCA porque no percibe cuáles serán sus beneficios concretos y prefiere hacerse fuerte en el Cono Sur, y la otra economía importante de la región, Argentina, quiere apostar todas sus cartas a ese acuerdo continental, pensando que así podrá romper un poco la hegemonía que ha impuesto Brasil sobre su economía (y algo más que su economía) en el MERCOSUR, atada como está la economía argentina a la paridad peso-dólar. Esa situación le da a México y al presidente Fox un espectro de posibilidades de operación muy amplio en la región, y particularmente en esta reunión, que lo pueden convertir en articulador de una serie de acuerdos regionales.
Pero todo esto va, también, de la mano de otras cosas, por ejemplo, de los objetivos de las visitas de Helms y Marshall a México. El senador ya es conocido: sus diatribas antimexicanas (que ahora trata de presentar como exclusivamente antipriístas) no podrán ser fácilmente olvidadas pese a que aseguró que hasta rezaba por todos nosotros. Sin embargo, la visita no puede ser subestimada: Helms es un hombre con enorme poder en el Congreso y su votación puede inclinar al Capitolio en uno u otro sentido y es preferible tenerlo como amigo (decir como aliado sería, en verdad, un exceso) que como enemigo. Marshall sucedió al frente de la DEA a Thomas Constantine, el más férreo adversario de México en la lucha antinarcóticos, a un grado tal que durante el periodo de Constantine la colaboración bilateral de la PGR con la DEA se vio reducida a su mínima expresión. Desde que llegó Marshall a esa posición la relación ha mejorado mucho, éste se ha mostrado como un hombre mucho más sensible a las necesidades de una colaboración real en la lucha contra el narcotráfico y ahora, con su visita a México, parece estar confirmando esa percepción…sin olvidar que la administración Fox parece haber abierto mucho más que en el pasado su disposición a permitir que la DEA y otras agencias estadunidenses participen del combate al narcotráfico. Con Helms y Marshall la pregunta inevitable es qué piden detrás de sus rostros amables.
Algo queda claro de lo sucedido la semana pasada: la política exterior mexicana está atravesando un periodo de transición. Lo que no termina de quedar claro es, finalmente, cuál será el rumbo que tomará. Pero todo indicaría que, en última instancia, será hacia una mucho mayor integración con Estados Unidos y Canadá.