No deja de sorprender la capacidad del PRD para convertirse en su peor enemigo, ahora pareciera que todo se magnifica cuando la distancia entre su principal figura pública, Andrés Manuel López Obrador, y sui partido, crece hasta convertirse, en insalvable. La fortaleza de Andrés Manuel se pone en peligro cuando se asume que la popularidad personal debe, trascender para apoyarse en su partido.
No deja de sorprender la capacidad del PRD para convertirse (sí, es una frase dicha mil veces pero no por ello menos exacta) en su peor enemigo. Pero si eso casi siempre ha sido así en el partido del sol azteca, ahora pareciera que todo se magnifica cuando la distancia entre su principal figura pública, Andrés Manuel López Obrador, y su partido, crece hasta convertirse, casi, en insalvable.
Según la última encuesta de Consulta Mitovsky, el efecto López Obrador continúa viento en popa: 88 por ciento de aceptación entre los capitalinos, un 53 por ciento que considera que tiene una buena capacidad de gobierno; sus movimientos, su triangulación con Vicente Fox y Carlos Slim le han permitido acercarse a un auditorio, a unos electores, que hasta hace muy poco no lo tomaban en cuenta e incluso en Estados Unidos, en parte por la labor de cabildeo que realizan distintas figuras, entre ellas Juan Enríquez Cabot, es comenzado a ver, también, como una alternativa viable de gobierno para el 2006.
Pero la fortaleza de Andrés Manuel se pone en peligro cuando se asume que esa popularidad personal debe, para trascender, apoyarse en su partido, un PRD que está viviendo momentos muy difíciles. El incidente respecto al anuncio de López Obrador grabado en 1997 y rescatado ahora, demuestra, primero, un grado de falta de comunicación grave si efectivamente el jefe de gobierno no fue avisado, como él lo declaró, de que se utilizaría en la campaña proselitista del PRD, pero aunque no haya sido así, la utilización de ese recurso tan controvertido lo que está mostrando es que el perredismo, sin colgarse del efecto López Obrador no está en condiciones de alcanzar su meta original de 25 por ciento de los votos el 6 de julio e incluso quizás tampoco, la más cercana de 20 por ciento anunciada días atrás.
No es una visión catastrofista, es un hecho. Analicemos las seis elecciones estatales que se realizarán el primer domingo de julio. En Campeche donde tiempo atrás, vía Layda Sansores, el PRD generó muchas expectativas, hoy, con la controvertida hija del ex líder priísta Carlos Sansores en Convergencia, la más alta de las estimaciones le da al PRD un 18 por ciento de votos. En Colima donde el PRD hizo una apuesta política muy alta que incluyó la incorporación de otra ex dirigente priísta como Socorro Díaz en los primeros lugares de su lista de diputados federales, la estimación de la mayoría de las encuestas también lo deja en aproximadamente un 15 por ciento. En Nuevo León, sin duda la elección más importante que se realizará el 6 de julio, la posición perredista es terriblemente endeble: la estimación más alta le otorga apenas el 4 por ciento de los votos. En Querétaro no está mucho mejor, oscilará entre el 5 y el 6 por ciento. En San Luis Potosí, donde hizo otra apuesta muy alta, desplazando casi hasta la ruptura a perredistas históricos como Salvador Nava para abrirle el paso al controvertido empresario priista Elías Dip Rame (¿qué tiene que ver, ideológicamente, Dip con el PRD?), las cosas no le han funcionado y las expectativas de voto no sobrepasan el 15 por ciento. En Sonora, Jesús Zambrano ha logrado subir un poco las tendencias pero de todas formas apenas si alcanzará, como máximo, un ocho por ciento de los votos.
Es verdad que en el DF el PRD superará el 40 por ciento de la votación (pero incluso así la distancia entre el partido y sus candidatos con el jefe de gobierno es muy amplia), pero de todas formas nadie debería confiarse en algo que comparado con otras regiones del país puede convertirse en una suerte de espejismo electoral. Escondido tras el mismo, asoman las serias contradicciones del partido: el secretario general, Carlos Navarrete augura que difícilmente obtendrán más que 19 por ciento de la votación; Javier Hidalgo, el secretario de comunicaciones dice que no, que será un 27 por ciento. Rosario Robles, la presidenta del partido estima que será un 22 por ciento pero con un caudal de más de 100 diputados (se ve difícil que con ese porcentaje de votación se puedan obtener tantos escaños). Y no sólo los números no cuadran, sino que la situación interna se ha tornado tan compleja que la propia Rosario jugó una carta incomprensible en una situación de normalidad, al asegurar que si no obtenía por lo menos 20 por ciento de los votos renunciaría a su cargo.
Eso es el reflejo de una añeja debilidad estructural del perredismo en más de la mitad del país, pero también de diferencias profundas que, sobre todo, la presencia de Cuauhtémoc Cárdenas, de regreso en México luego de unos meses en la Universidad de Chicago (tareas académicas que lo ayudaron a poner distancia con una campaña electoral con cuyo diseño obviamente no está de acuerdo) han ayudado a recordar. Nadie puede acusar a Cárdenas de estar boicoteando la campaña de su partido. Al contrario. Lo que sucede es que la distancia del fundador del PRD simplemente deja de manifiesto que ha decidido dejar que sean sus propios adversarios internos los que lleven las cosas y enfrenten, luego, los resultados. Antes de irse a Chicago platicamos con el ingeniero Cárdenas y entonces nos dijo que sí, que podía considerar volver a contender en el 2006. Esa fue la frase más atendida por los medios, pero creo que hubo otra definición mucho más importante cuando hablábamos de alianzas, candidatos y acuerdos: allí Cárdenas nos dijo, en otras palabras, que él no se concebía, que no tenía lugar en un partido con candidatos o acuerdos con el salinismo. Le pregunté entonces si se refería a Manuel Camacho (que acababa de ser designado candidato a diputado por el PRD) y dijo que no, que consideraba que Camacho se había deslindado de Salinas. No dijo de quiénes hablaba, pero quienes saben leer el lenguaje de Cárdenas están seguros que se refiere a la virtual alianza que han establecido López Obrador y Carlos Slim. Allí está la principal diferencia del líder histórico del PRD con la principal figura del perredismo actual.
Poco importa, en este momento, analizar cuál de los dos tiene la razón, cuál de ellos tiene una estrategia más acertada. Lo importante es comprobar que si no hay algún tipo de operación política de fondo, ahí está el diferendo central sobre el futuro del PRD que va más allá de la popularidad de sus dirigentes y de las candidaturas del 2006. López Obrador está operando en la construcción de su candidatura con una suerte de triángulo donde sólo uno de sus vértices es netamente perredista, pero no incluye a todo el partido: sectores muy influyentes como los que siguen a Cárdenas, o los llamados Chuchos, que encabeza Jesús Ortega, o gobernadores importantes como Ricardo Monreal o Lázaro Cárdenas, están jugando sus propias cartas. Los otros dos vértices del lopezobradorismo se relacionan con empresarios que pueden ser representados por Slim y con los contactos que en diversos sectores le han proporcionado los restos del camachismo, en sus distintas vertientes. De esa amalgama es de la que desconfía Cárdenas.
Con un agregado: si el PRD efectivamente no alcanza el 20 por ciento de los votos el 6 de julio, la opción de abrirse hacia un verdadero frente amplio (que tendrá como objetivo tentar una ruptura real del priísmo para que una parte de ese partido se sume a esa alianza) será casi inevitable. Y no todos la aceptarán en esa lógica: hace unos años quien lo propuso con insistencia fue Porfirio Muñoz Ledo y ya sabemos cuál fue se destino. Quizás ahora los tiempos y las circunstancias han cambiado, pero en el perredismo la situación interna, a pesar de que nunca antes desde el FDN de 1988 había tenido una perspectiva tan propicia, sigue tan confusa como siempre.