Ahora Carlos Salinas parece estar en todos lados: en el PRI, en el PAN, en el PRD, en la presidencia de la república, entre los empresarios, en los medios. Según algunos analistas, Salinas de Gortari tiene completamente dominado el PRI. Uno podría pensar que en el PRD estarían vacunados contra el contagio del salinismo, pero allí, Andrés Manuel López Obrador le ha dado por hablar. En el PAN, la acusación contra Diego Fernández de Cevallos de ser parte del salinismo, se extiende a Barrio Terrazas, entre otros.
Ahora Carlos Salinas de Gortari parece estar en todos lados: en el PRI, en el PAN, en el PRD, en la presidencia de la república, entre los empresarios, en los medios. Uno no puede más que preguntarse, ante tamaño despliegue de supuesta fuerza como es que el ex presidente estuvo en un exilio virtual desde 1995 hasta bien entrada la administración Fox, mientras su hermano Raúl estaba detenido en las peores condiciones en Almoloya (véase sino el texto de Raúl Salinas publicado esta semana en Milenio Semanal).
Según algunos analistas, Salinas de Gortari tiene completamente dominado el PRI. Roberto Madrazo, por supuesto es una pieza suya, tanto como Elba Esther Gordillo y Manlio Fabio Beltrones. Pero también terminan jugando en el equipo del villano favorito desde el gobernador el estado de México, Arturo Montiel hasta el de Hidalgo, Manuel Angel Núñez, pasando por prácticamente todos los demás aspirantes presidenciales del priísmo y gobernadores de corrientes tan antagónicas como José Murat y Miguel Alemán.
Uno podría pensar que en el PRD estarían vacunados contra el contagio del salinismo, pero allí, a Andrés Manuel López Obrador le ha dado por hablar, sin pregunta de por medio, un día sí y el otro también de la influencia de Salinas: ha dicho que Salinas controla al PRI y que él es el verdadero enemigo, que tendrá en la cámara de diputados "dos coordinadores suyos" (se supone que uno es Elba Esther, me imagino que el otro es Jorge Kawaghi, del partido Verde, ¿o se referirá al panista Francisco Barrio?¿tendrá en esta lógica Salinas nada menos que tres coordinadores suyos en la cámara de diputados y por lo menos otros dos, en la lógica de Andrés Manuel, en la de senadores?. Si así fuera, Salinas tendría lo que no tienen ni Fox ni el propio López Obrador: una mayoría propia en el congreso, incluyendo ambas cámaras. Pero mientras Andrés Manuel denuncia el peligro del salinismo, el ex procurador capitalino Samuel del Villar denuncia que el salinismo sí está presente… pero dentro del propio PRD. En una entrevista con La Jornada no da nombres pero advierte del control del salinismo sobre el PRD como una de las mayores amenazas para su partido: habla de políticos de esa filiación y de empresarios relacionados con Salinas que son parte hoy, del perredismo. Podría pasar como una nueva obsesión política de don Samuel, pero no es muy diferente a lo que sostiene un político de tanto peso como Cuauhtémoc Cárdenas.
En el PAN, está, por supuesto, la acusación contra Diego Fernández de Cevallos de ser parte del salinismo y eso se extiende a Barrio Terrazas, entre otros. Incluso, algunos aseguran que existe un pacto entre el presidente Fox y el ex presidente Salinas para que el primero no moleste al segundo a cambio de asesoría y apoyo político. Los nexos de Salinas se ampliarían al Partido Verde, a Convergencia, vía Dante Delgado, y al PT, creado, como el Verde, bajo su influjo (o el de su hermano Raúl). Ayer escuché a un diputado del PRD asegurando que Salinas ya tiene candidato para el 2006: nada menos que Jorge Castañeda (sic). En el plano empresarial sus relaciones irían desde Slim hasta Azcárraga, pasando, por supuesto, tanto por Ricardo Salinas Pliego (que todavía le debe a Raúl Salinas los 29 millones de dólares que le prestó para comprar Imevisión hace diez años) como por Javier Moreno Valle y todos los banqueros, sin distingos.
Es verdad que Carlos Salinas tiene todas esas relaciones y contactos. Que su influencia aún pesa lo demostró el poder de convocatoria en la boda de su hija Cecilia o su presencia en la inauguración del centro de noticias de Televisa. Pero es entrar en el terreno de las leyendas urbanas, en este caso políticas, el pensar que Salinas puede mover al PRI, a una parte sustancial del PAN y del propio PRD, al presidente de la república y a los principales empresarios del país, a su antojo. Pensar de esa forma es desconocer algunas de las bases mismas del ejercicio del poder: ¿alguien puede creer que la mayoría de esos políticos, algunos de los cuales aspiran a la presidencia de la república o la ejercen en el caso de Fox, que esos empresarios, que se cuentan entre los más ricos del país y del continente, van a subordinarse simplemente a la voluntad de un ex presidente por más poderoso que haya sido en su sexenio, por más generaciones políticas y empresariales que haya promovido?
En México no hubo un ex presidente más poderoso e influyente que el general Lázaro Cárdenas: no sólo envió a Plutarco Elías Calles al destierro, acabando con el maximato y estableciendo las bases de un sistema político que se mantuvo durante décadas y que aún, en buena medida, perdura. Y por supuesto que Cárdenas era influyente (e incluso de muchas formas lo sigue siendo) pero ni le impuso condiciones a sus sucesores, ni éstos lo hubieran permitido. Lo mismo ocurrió con otro presidente poderoso, por distintas razones que Cárdenas, Miguel Alemán: el primer presidente civil de la post revolución dejó toda una clase política y empresarial en la que tuvo enorme influencia. Pero sería absurdo pensar que sus sucesores se rigieron por la voluntad de Alemán. Salinas de Gortari también fue un presidente poderoso, pero ese poder se resquebrajó con el levantamiento de Chiapas y con los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu, y terminó de romperse con la crisis de diciembre del 94 y el enfrentamiento posterior con su sucesor, Ernesto Zedillo. Ha pasado un sexenio, el PRI fue derrotado, Zedillo no parece ni está interesado en tener una fuerte inserción política y se han dado la condiciones, finalmente, para el regreso físico, y también político, de Salinas a México. Pero no subestimemos a los demás actores políticos y empresariales del país pensando que serán simples títeres de un ex presidente que no cuenta hoy con demasiadas armas para imponer su voluntad.
Por supuesto que Salinas opera y operará, por supuesto que tiene influencia política y tratará de usarla, pero su papel (o el papel que intentará jugar) será diferente al del estereotipo que se ha creado. Salinas parece querer, básicamente, dos cosas. Por una parte su reivindicación pública, aunque sea parcial (y ese fue el eje, si se las lee con atención, de sus declaraciones a Ginger Thompson en el New York Times). Para eso, la imagen que se utiliza es la de otro presidente poderosísimo que terminó cayendo por una suma de pequeños errores que se convirtieron en catástrofe: Richard Nixon. El único presidente de la época moderna en los Estados Unidos que se vio obligado a renunciar a su cargo por el escándalo Watergate, y que logró, tiempo después, regresar políticamente (no a cargos públicos, por supuesto) y ser reconocido incluso por quien fue uno de sus grandes adversarios ideológicos, el propio William Clinton. Ese es el modelo, con tiempos mucho más cortos, que parece estar siguiendo Salinas.
Y por la otra parte, cuando dice que está mirando los toros desde la barrera, tampoco está mintiendo del todo. Salinas no es el gran operador del PRI: el papel que quiere (y podría) jugar es el de árbitro. Por eso, sus contactos con todos (con Madrazo y con Paredes, con Elba y con Manlio, con Montiel y con Núñez Soto), porque ante la falta de ese árbitro histórico que ha tenido el PRI en el presidente de la república quiere jugar ese papel como ex mandatario, utilizando la información y los contactos que le dieron el ejercicio del poder. Habrá que ver hasta qué medida esos hombres y mujeres de las primeras líneas del priismo se lo permiten. Se debe recordar que el poder que transfieran a Salinas es poder que ellos mismos están perdiendo o delegando. Y de pocas cosas les cuesta más desprenderse a los políticos, de todos los colores, que del propio poder.