Los dos informes de Fox
Columna JFM

Los dos informes de Fox

Hasta las 20.17 el informe de Vicente Fox parecía, salvo un inicio interesante, dedicado a lo que más puede presumir el gobierno, o sea la existencia de un sistema democrático imperfecto pero que garantiza la pluralidad y la tolerancia, parecía decíamos, un regreso a Foxilandia o a la república priista: una larga hora de cifras, algunas muy desafortunadamente elegidas (como esa que afirma que los salarios reales aumentaron el 10 por ciento), otras reales y sustentadas, pero ubicadas fuera de contexto. No se diferenció en nada esa parte del informe de alguno que hubiera podido decir desde un Díaz Ordaz hasta un Miguel de la Madrid.

Hasta las 20.17 el informe de Vicente Fox parecía, salvo un inicio interesante, dedicado a lo que más puede presumir el gobierno, o sea la existencia de un sistema democrático imperfecto pero que garantiza la pluralidad y la tolerancia, parecía decíamos, un regreso a Foxilandia o a la república priista: una larga hora de cifras, algunas muy desafortunadamente elegidas (como esa que afirma que los salarios reales aumentaron el 10 por ciento), otras reales y sustentadas, pero ubicadas fuera de contexto. No se diferenció en nada esa parte del informe de alguno que hubiera podido decir desde un Díaz Ordaz hasta un Miguel de la Madrid.

La intención obviamente era mostrar lo que se había hecho y compararlo con lo que falta por hacer, pero siendo concientes de que existe un profundo descontento sobre todo por la situación económica y social, el presidente llegó a una suerte de pacto interno entre su tradicional visión del vaso medio lleno (a veces lleno a rebosar) y las insistencia de muchos de sus asesores de que debía primar el realismo. Por eso, primero, ofreció un discurso optimista recordando aquello de que el país marcha y marcha bien. Pero luego, la última media hora del informe, la dedicó a un diagnóstico que en buena medida desmiente lo dicho en la primera parte del discurso. Si esos logros se colocaran en el contexto correcto, o sea en el propio diagnóstico que presentó el presidente Fox, se vería que su alcance es mucho menor al manifestado, porque evidentemente no se puede ser un gobierno eficiente y con múltiples logros y al mismo tiempo aceptar que la gente reclama mayor eficiencia y experiencia en el gobierno; no se puede ofrecer una catarata de cifras de crecimiento económico y apoyo social y al mismo tiempo asegurar que el desempleo y la falta de opciones generan desaliento y que la dimensión e intensidad de la pobreza resulta indignante; que el campo está teniendo apoyos como nunca en la historia y que existe un rezago histórico en el sector o que existe un avance histórico en la educación y que la mismo tiempo se reconozca la desesperanza de los jóvenes por la falta de opciones. No es lo más afortunado haber colocado el país y su situación como en un juego de blancos y negros, de contrapuntos que, en realidad, obstaculizan la visión real de los grises.

Lo importante en todo caso parece ser precisamente el diagnóstico. Es muy compartible. Es verdad que existe un reclamo generalizado por el cambio en el país, un cambio que, no se dijo ayer pero que la gente considera que el gobierno que se comprometió con él, no ha generado. Es bueno, es importante que el presidente asuma que le falta eficacia a su equipo, que existen evidentes desencuentros entre sus miembros y que se debe realizar una mucho mejor gestión pública. Y por supuesto que se coloque, como se dijo en varias oportunidades, en un lugar privilegiado la política (¿podría gobernarse de otra forma?). Pero entonces, para ser consecuente, el presidente Fox tendrá que hacer varios cambios en su equipo de trabajo: hay miembros que no son eficientes, que están enfrentados con otros funcionarios del propio gabinete y lo hacen público, y que, sobre todo, ignoran la política.

Porque es correcto, es importante, que el presidente haya realizado un llamado intenso, sincero, al congreso para trabajar juntos, que ponga de manifiesto los problemas graves a los que se está enfrentando el país y que reconozca que lo que no se pueda hacer en la lógica de los acuerdos y la negociación significará un retroceso para todos, independientemente del partido que esté gobernando. Eso refleja un cambio en la lógica presidencial importante y una forma de tender la mano hacia el congreso, donde el presidente no sólo asume los resultados electorales del seis de julio pasado, sino la realidad de la política: se deben construir mayorías, se debe apostar por la negociación comprendiendo que ella no implica debilidad, sino al contrario fortaleza. Y también se pueden compartir la mayoría de las reformas propuestas: la energética (reiterando que no se plantea la privatización de la CFE o Pemex), la hacendaria y fiscal, la laboral, la reforma del Estado, para avanzar hacia lo que ayer Vicente Fox denominó como un régimen presidencial democrático, que fortalezca el sistema de partidos, que regule las precampañas, las campañas y el gasto electoral, que mejore claramente el proceso de procuración e impartición de justicia.

Está bien que el presidente Fox llame al congreso a que trabajen en construir acuerdos que materialicen el cambio, a que exista un real clima de entendimiento entre las fuerzas políticas, a tomar decisiones que den certeza hacia el futuro. Pero la pregunta es a qué se comprometió el gobierno federal por sí mismo, independientemente de que haya o no acuerdos: en toda la primera parte, la que el propio presidente calificó como de logros, el gobierno habló de sí mismo. Son logros, en su óptica, que obtuvo el propio gobierno. Cuando se abordó el diagnóstico y lo que se debe hacer a futuro, el presidente Fox habló todo el tiempo en la primera persona del plural: en nosotros, en la responsabilidad compartida del gobierno, el congreso, el poder judicial, los gobernadores y hasta la sociedad. Y por supuesto que en muchos planos todos esos actores tienen responsabilidades comunes. Pero no es lógico que el único llamado que hace el presidente a su propio equipo se limite a privilegiar la política para convertirla en el eje rector de la gestión pública y a que desarrollen un buen trabajo de equipo. ¿Cuáles son los compromisos en desarrollo social, en economía, en educación, en seguridad?¿Qué es lo que el gobierno federal, como un actor principalísimo coloca sobre la mesa para avanzar en esa política de concertaciones, acuerdos y nuevas mayorías que correctamente ofreció?¿o se limitará en esos temas a operar a través de los consensos o pactos a los que lleguen los partidos en el congreso?. Ese, junto con la división tan tajante entre los supuestos logros y el diagnóstico real del país, es el mayor déficit del informe: sabemos que considera el gobierno que ha hecho, conocemos el diagnóstico que hace de la situación, conocemos cuáles son las reformas que quisiera que se sacaran adelante en el congreso, sabemos que está dispuesto a trabajar con las otras fuerzas, pero no sabemos qué hará el gobierno federal independientemente de ello: cuáles son sus metas, sus objetivos, sus propuestas en todos estos ámbitos.

Existen dos respuestas posibles para ello: una es francamente descorazonadora y es que el presidente o el gobierno no tienen esas metas, esos objetivos, esas propuestas. Otra, que esperemos sea la que se está aplicando ahora, es que con tal de sacar acuerdos, el gobierno no quiere publicitar demasiado sus propuestas, para colocarlas en la mesa de negociación y tratar de que sus propias posiciones no polaricen los debates como ocurrió en el pasado con el IVA o la reforma energética. En esa lógica, se dejaría el terreno al congreso para que saque los acuerdos o las políticas que considere conveniente. Lo preocupante de ello es que, entonces, de alguna forma, el gobierno podría olvidarse de gobernar y deja esa tarea a los legisladores o simplemente asumirla en corresponsabilidad con ellos.

¿Qué se esperaba y que no hubo en el informe presidencial?. Se esperaba y existió, un llamado sensato y bien intencionado al congreso, a los gobernadores y al poder judicial a asumir sus corresponsabilidades ante los delicados problemas que afronta el país, incluso aunque se vuelva a caer en el error de colocar en una misma agenda demasiados temas sin especificar cuál es, no en general, sino para este periodo ordinario, el prioritario. Pero faltó algo clave: las responsabilidades específicas, no divisibles, propias, del gobierno federal, sus compromisos. Sin ello, el equilibrio podría volver a romperse necesariamente (porque las oposiciones podrían entender que el gobierno no quiere asumir costos) y la transición seguiría estando, como se la calificó ayer, inacabada.

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