En esta ocasión hay que darle la razón al ex presidente Ernesto Zedillo: la Cumbre de Cancún fracasará, antes de su inauguración ha fracasado. El canciller Luis Ernesto Derbez insiste en que la reunión de la Organización Mundial de Comercio va por buen camino. Fuera de ser el país anfitrión, México no es el responsable de que Estados Unidos, la Unión Europea y los países en desarrollo, se tengan que poner de acuerdo en el tema agrícola.
En esta ocasión hay que darle la razón al ex presidente Ernesto Zedillo: la cumbre de Cancún fracasará, es más ya, antes de su inauguración ha fracasado. El canciller Luis Ernesto Derbez insiste en que la reunión de la Organización Mundial de Comercio va por buen camino y dice estar optimista sobre su capítulo principal: el futuro del tema agrícola, algo en lo que nadie coincide con nuestro secretario de relaciones exteriores.
La verdad resulta tan incomprensible como gratuito el optimismo de Derbez. Fuera de ser el país anfitrión, México no es el responsable de que Estados Unidos, la Unión Europea y los países en desarrollo, sobre todo en el tema agrícola, el llamado grupo de Cairns, se tengan que poner de acuerdo en esta reunión. Quizás hubiera sido un magnífico espectáculo lograr en Cancún un amplio acuerdo sobre el futuro del comercio mundial, pero nada indica que ello vaya a ser así. Por el contrario, muchos de los principales involucrados en la negociación, han decidido no participar en la reunión e incluso la propia dirección de la OMC especificó que éste es considerado un encuentro de medio camino, o sea un espacio en donde no habrá acuerdos especiales, sobre todo respecto a los dos temas que generan mayor controversia: los subsidios agrícolas de la Unión Europea y de Estados Unidos y la protección del medio ambiente.
Y lo que dijo Zedillo es cierto: ni en los gobiernos de la Unión Europea ni en la administración Bush existe voluntad política alguna para retirar los subsidios agrícolas. No se trata de ser o no partidario de la globalización (a la que personalmente le percibo más beneficios que daños) sino de un dato objetivo de la realidad: y mientras no se resuelva el tema de los subsidios agrícolas no habrá salida en el debate sobre el comercio internacional. Por supuesto que hay una multitud de temas más en los que podrían encontrarse algunos avances, pero allí en el proteccionismo del sector agropecuario es donde se topa cualquier ambición de realmente terminar de globalizar el comercio mundial. Estados Unidos argumenta que no puede liberalizar su sector porque no lo hace la Unión Europea, y éstos porque aducen que todo su sector sería aniquilado por la competencia externa y eso desequilibraría la integración de la propia Unión Europea, y ambos tienen, en parte, la razón: lo absurdo es que otros países, como México, procedieron a esa liberalización del sector aceptando las exigencias de sus contrapartes comerciales y poco han obtenido en reciprocidad. De poco sirve, por ejemplo, que las tasas arancelarias estén en cero o casi con la Unión Europea o con Estados Unidos vía los respectivos tratados de libre comercio, si la producción de sus productos agropecuarios, en ambas regiones, están gozando de subsidios que, ni remotamente, podría otorgar el gobierno de México a nuestros productores. En eso, con o sin el optimismo de Derbez, no habrá acuerdo.
Tampoco lo habrá en el tema del medio ambiente y los costos de su preservación. Durante la administración Clinton, uno de los pasos más importantes que se dieron en este sentido fueron los acuerdos plasmados en el llamado protocolo de Kyoto. El propio Clinton firmó el tratado comprometiéndose a una serie de medidas restrictivas para las industrias contaminantes, equivalentes a las que aplican las naciones de la Unión Europea y otras naciones del mundo. Pues bien, una de las primeras acciones de la administración Bush fue desconocer y negarse a ratificar el protocolo de Kyoto y hace apenas un par de semanas, como respuesta al apagón que azotó a Nueva York y varias ciudades de Estados Unidos y Canadá, el presidente Bush en lugar de endurecer las medidas de control, lo que hizo fue flexibilizar aún más las normas respecto a las restricciones ecológicas de las empresas, permitiendo mucho mayores niveles de contaminación con el fin de que la industria estadounidense, sobre todo aquella relacionada con la energía, empresas que tantos compromisos signaron con Bush y Dick Cheney durante la pasada campaña electoral, pudieran ser más competitivas a nivel internacional reduciendo, claro está, sus inversiones en preservación del ambiente. Es un tímido pero firme regreso a los tiempos del capitalismo salvaje. Estados Unidos no se moverá un ápice de ese tema, y de ese acuerdo con sus propias empresas, derivado en buena medida de la crisis económica en que la administración Bush ha metido a su país. Si Bush recibió la economía estadounidense con superávit fiscal, en apenas tres años está ya con el mayor déficit de su historia: superior a los 500 mil millones de dólares. El domingo Bush pidió un endeudamiento adicional de 87 mil millones de dólares, lo que dejará el déficit público de EU para fin de año en unos 600 mil millones de dólares. Eso no sólo estanca el crecimiento económico de su país sino también el internacional y restringe seriamente la oferta de capitales porque Estados Unidos está funcionando como una aspiradora de las inversiones internacionales, acentuando la crisis en otros países.
Se podrá argumentar que la cumbre de Cancún podrá ser recordada en todo caso por el movimiento antiglobalización. Pero tampoco será así: fuera de algunas acciones simpáticas y legítimamente provocadoras (como los desnudos en las playas y algunas de las otras acciones emprendidas en estos días) lo cierto es que los llamados globalifóbicos, tampoco tienen muchas respuestas más que su oposición: no hay un proyecto alternativo a la globalización. Cualquiera que haya escuchado el mensaje enviado por Marcos ayer a los grupos antiglobalización lo pudo comprobar: simplemente puede resultar muy poético, pero no contiene propuesta alternativa alguna. Puede el dirigente campesino de origen hondureño, Rafael Alegría, segundo del francés José Bové en la organización internacional Vía Campesina, pedir que la OMC se salga del tema de la agricultura y la alimentación, pero en realidad, uno y otro, Bové y Alegría (y con ellos Marcos) lo que están haciendo es respaldando las posiciones más conservadores de Estados Unidos y la Unión Europea: el comercio del sector no se debe abrir y se deben mantener los subsidios agrícolas en esos países, aunque ello sea el verdadero factor desestabilizador del comercio sectorial y no permite el desarrollo del sector en los países como el nuestro: no es que los campesinos mexicanos, o de cualquiera de los países representados, por ejemplo, en el grupo de Cairns, no puedan competir con los productores agropecuarios de Estados Unidos o la Unión Europea, con lo que no pueden competir es con los subsidios que sus estados le otorgan a esos campesinos. Lo progresista, lo justo, sería pedir la eliminación de los subsidios, no pedir que se mantenga la injusta situación actual que favorece a unos pocos, como los medianos y pequeños (y por supuesto también a los grandes) productores agrícolas europeos o estadounidense, y afecta a cientos de millones de productores de los países en desarrollo. Pero Bové y su gente jamás reclamarán eso porque va en contra de sus propios intereses.
Existen, sí otros motivos de beneplácito con algunos de los movimientos antiglobalización: es importante el ejercicio de la disidencia en un sistema que no quiere aceptar, incluso en el propio (y para mi inalterable) proceso de la globalización, más que una sola vía, un pensamiento único, como lo definió Joaquín Estefanía: existen diversas opciones y pueden y deben ser aplicadas. También es muy rescatable la insistencia de muchas organizaciones en exigir la compaginación del cuidado al medio ambiente con las necesidades del desarrollo: ojalá esa exigencia, siempre, se canalizará con la misma intensidad respecto a las economías desarrolladas que respecto a las que están en vías de desarrollo. Porque lo único que sería inaceptable es que la opción contra la globalización sea el estancamiento y el retroceso de sociedades completas. Y eso no está en vías de resolverse en Cancún: ni en el campo de la OMC ni en el de los activistas antiglobalización.
Barrio y Castro: agenda personal
Quedan pocas dudas, por lo menos en el discurso oficial: la responsabilidad de lanzar el proceso de desafuero de Ricardo Aldana en la forma tan torpe y poco política como se hizo el jueves pasado, es de Francisco Barrio y Juan de Dios Castro. Eso aseguran tanto en el gobierno como en el PAN. Para ser congruentes habrá que ver si el gobierno y su partido se deslindan de ambos legisladores o los apoyan. Si hacen esto último nadie tendrá porqué creer en esa versión.