El juego de las sucesiones no se detiene y en esta ocasión ha involucrado no sólo a encontrar candidatos idóneos para la presidencia de la república para 2006, el ganar los principales espacios de poder. El ministro Mariano Azuela como nuevo presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, se ha iniciado una lucha cada vez menos sorda entre los diferentes grupos en que se dividen los ministros de la Corte.
La PGR ha anunciado que investigaría el origen de la filtración de documentos que permitieron que saltara a la opinión pública la indagatoria que la propia procuraduría realizaba en torno a las hipotéticas actividades de lavado de dinero del cardenal Juan Sandoval Iñiguez y su círculo más cercano de allegados. La investigación "debía" reventarse en forma rápida porque se acumulaban datos que, ya articulados, podían resultar demasiado peligrosos para muchos personajes, más allá, incluso, del propio cardenal Sandoval. Y es que sumado a ello se había abierto una vertiente igual de peligrosa: la de José María Guardia, el empresario de casas de juego que, finalmente, luego de su entrevista con Milenio Semanal, terminó cayendo en desgracia por sus negocios y relaciones oscuras. Pero eso fue ahora, cuando incluso se ha descubierto que la Orden Ecuestre del Santísimo Salvador y Santa Brígida de Suecia, que Guardia y Fidel Castro exhibían, resultó ser balín, no existe ni está reconocida por el Vaticano.
Obviamente, resulta por lo menos extraño que ninguno de los prominentes compañeros de viaje de Guardia y el cardenal Sandoval cuando fueron a La Habana a que se le otorgara esa Orden a Fidel y cuando Guardia la exhibía un día sí y el otro también, haya tenido por lo menos el recato de advertirle a su anfitrión (y al que pagó el viaje) que sus condecoraciones no eran legítimas en el mundo de la Iglesia. Pero resulta que para esas fechas no sé si todos, pero sí muchos de los invitados, vivían o disfrutaban de los favores de Guardia.
El hecho es que en todo esto existe, sí, un conflicto serio con la justicia y la política, pero el mismo se extiende a la propia lucha por el poder en el terreno religioso. Sin ese componente no se entiendería, siquiera, que ha ocurrido con el debate sobre la investigación del asesinato del cardenal Posadas y mucho menos la reacción de los principales hombres de la iglesia católica en México.
Para comprender mejor la alineación de las fuerzas se debe recordar que, pese a lo que ahora se dice, en realidad el cardenal Posadas era un hombre muy cercano al nuncio apostólico Girolamo Prigione y, junto con éste, había tenido un papel protagónico en la negociación de la reforma en las relaciones Iglesia-Estado en 1992. Ese es un hecho comprobado, mientras que nadie recuerda, por ejemplo, al cardenal Posadas, como ahora también se lo quiere presentar, como un hombre preocupado por el crimen organizado o su penetración en la sociedad: no se recuerda que en su gestión como obispo de Tijuana y luego como cardenal en Guadalajara, tierras claves para el narcotráfico ambas, abordara jamás esos temas en forma pública. Es más, en la intensísima lucha que se libraba en aquellos años entre el arzobispo de la ciudad de México, Corripio Ahumada y el nuncio Prigione, Posadas no sólo era un partidario de éste sino que, además, se había convertido en el principal aspirante para reemplazar a don Corripio Ahumada en la ciudad de México. Su asesinato, obviamente, trastocó todo ese esquema y provocó movimientos que no estaban planeados. Pero eso se reflejaría después: en 1993, el nuncio Prigione y la cúpula del clero mexicano aceptaron la tesis de la confusión en el asesinato de Posadas e incluso, ella fue respaldada por el obispo Luis Reynoso, un hombre cercano al propio Posadas, encargado por la CEM de darle seguimiento al caso.
El cardenal Sandoval Iñiguez llegó a Guadalajara desde Ciudad Juárez con bajo perfil político y poca relación con Prigione. Su designación coincidió con la salida de éste y la llegada de alguien que se convertiría en su enemigo, el nuncio Justo Mullor, que planteaba una posición mucho más "militante" de la iglesia y que tenía como ejemplo, porque era lo que había vivido, la caída de la Unión Soviética y el papel jugado por la iglesia en las repúblicas bálticas (Lituania, Estonia y Letonia, donde Mullor había sido nuncio). Mullor identificaba al régimen priista con el soviético y fue determinante en buscar una distancia de la iglesia con el gobierno por una parte y un acercamiento con Vicente Fox por la otra. El entonces nuncio reflejaba en las mexicanas su visión de las instituciones soviéticas, incluyendo no sólo al PRI sino también, por ejemplo, al propio ejército (un dato que se debe recordar al analizar la actual crisis), un discurso que por origen e historia no le debe haber resultado nada extraño al propio papa polaco, Juan Pablo II. Ganó Fox, tuvo el apoyo explícito de ese sector de la iglesia pero el contexto después del dos de julio del 2000 era políticamente mucho más complejo de lo que los ganadores creían y se complicó aún más con la intención de alguno de estos grupos eclesiásticos de tratar de manejar la propia administración y también por los desencuentros personales que se dieron entre el presidente Fox y el Vaticano por su situación matrimonial. Al grupo del nuncio Mullor y del cardenal lo traicionó, en este sentido, su fundamentalismo, que colocaron por encima de su olfato político.
En ese contexto y con ese patrocinio creció el cardenal Sandoval y fue entonces cuando ese grupo comenzó a revivir la tesis del asesinato de Estado contra el cardenal Posadas. Y por eso mismo, su posición sólo formalmente obtuvo el respaldo de la CEM, y en general fue percibida, con simpatía o rechazo, como una jugada de un sector específico de la iglesia católica y de sectores de la derecha política, quizás pequeños en número pero influyentes en muchos ámbitos y estaba enfrentada, sobre todo, al ala que encabeza el arzobispo Norberto Rivera que sigue siendo mayoritaria entre los obispos mexicanos. Desde entonces los golpes bajos (y los públicos) entre ambos grupos de la cúpula de la iglesia católica han sido innumerables.
Cuando estalló el escándalo de la investigación de Sandoval, el cardenal Norberto Rivera hizo una declaración, una semana después de iniciado éste, en la que expresó su solidaridad, por supuesto, con el cardenal de Guadalajara pero recomendó que se investigará y que si no había nada, nada sucedería. Allí, recordó que meses atrás él mismo había sufrido la filtración de la información en la que se divulgó que la arquidiócesis había comercializado la figura de la Virgen de Guadalupe. El mensaje parecía claro: implícitamente don Norberto estaba dando a entender que esa filtración provenía de esos mismos grupos que ahora se quejaban de la nueva investigación y fue el primero en señalar que en lugar de rechazar siquiera la posibilidad de que se investigara era preferible que ésta llegara hasta el final… si no había nada que ocultar.
La investigación sobre Sandoval ocurre también en dos momentos muy particulares. Primero, cuando se está analizando quién presidirá la Conferencia del Episcopado Mexicano cuyas autoridades deberán renovarse en noviembre próximo. Y Sandoval era uno de los candidatos fuertes tras esa posición. Pero el cardenal no puede llegar a esa fecha con una investigación en su contra por lavado de dinero. Por eso exige que la misma concluya en "diez, quince días", másximo. Porque además, en dos semanas, alrededor del 15 de octubre, el cardenal deberá estar en Roma, donde es muy influyente, para participar en el XXV aniversario del inicio del papado de Juan Pablo II. La culminación de esas celebraciones será la beatificación de la madre Teresa de Calcuta (el proceso de beatificación más rápido de la historia contemporánea de la iglesia) y en ese contexto se reunirá el consejo cardenalicio para definir el futuro de la iglesia. Seis cardenales tendrán un papel protagónico en la definición de ese rol futuro y entre ellos, por supuesto, existe la posibilidad de que surja el sucesor de Juan Pablo II. El cardenal Sandoval, que tiene sus aspiraciones no puede llegar a ese evento trascendental para la iglesia de Roma como indiciado en una investigación por lavado de dinero. Es verdad que alegando un crimen de Estado puede transformar el asesinato, por las causas que fueran, de un hombre bueno como el cardenal Posadas en el de un mártir de la cristiandad, y su investigación penal puede ser presentada como una persecución religiosa, pero los tiempos, hoy, no lo ayudan. Por lo pronto, el cardenal ha sido tocado por el fuego amigo y difícilmente se recuperará en un lapso tan corto.