En el equipo de Andrés Manuel López Obrador están convencidos de que la coyuntura para el 2006 esta dada por los fenómenos: el fracaso político del PAN y el muy posible regreso del poder del PRI. A partir de ese escenario, consideran, la posibilidad de que las elecciones sean ganadas por un candidato de centroizquierda son amplias.
En el equipo de Andrés Manuel López Obrador están convencidos de que la coyuntura para el 2006 estará dada por dos fenómenos: el fracaso político del PAN, marcado por el desaliento generado por el gobierno de Vicente Fox, y el temor de muchos sectores por el muy posible regreso al poder del PRI.
A partir de ese escenario, consideran, no sin razón, que la posibilidad de que las elecciones sean ganadas por un candidato de centroizquierda son amplias. Es el escenario, por otra parte, que muchos se hacen pero que leen de forma diferente: en él los panistas están buscando fórmulas que les permitan reposicionarse, volver a generar ese voto útil que logró Fox en el 2000 y que fue el que los llevó a la presidencia; los priistas saben que tendrán que trabajar y mucho, elegir con cuidado sus candidatos y alianzas para evitar que se los perciba como una apuesta por la restauración, y que el temor por el regreso al pasado anule sus posibilidades, altas, de poder ganar la elección presidencial del 2006. Otros quieren aprovechar también esa coyuntura: Jorge Castañeda, aún sin partido, se quiere presentar como la cuarta opción, pensando en colarse a la carrera presidencial, encabezando una coalición de fuerzas menores, más sociales que político-partidarias que aún no termina de dar a luz. Alguno de los partidos pequeños con mayores posibilidades también están apostando a esa posibilidad o, por lo menos, a aliarse con otros, mayores, en busca de ella.
Lo que sucede es que al anterior diagnóstico, le falta algo: si bien el PAN puede fracasar en esta administración y el regreso del PRI puede generar temor entre un sector de la ciudadanía, el hecho es que en torno a la candidatura de Andrés Manuel López Obrador se abre un agujero negro: la poca inserción social que ha logrado el PRD en buena parte del país. Sin duda el perredismo es fuerte en la ciudad de México y toda el área metropolitana, en Michoacán, en Zacatecas (si no se rompe, como están amenazando algunos de sus precandidatos, por la lucha interna que se está escenificando en torno a la candidatura para reemplazar a Ricardo Monreal el año próximo), en zonas del estado de México, de Guerrero, de Oaxaca, o en Baja California Sur. En casi todo el resto del país su fuerza ha ido menguando y sus recientes resultados electorales, que lo dejaron en un 18 por ciento de los votos, demuestran que muy difícilmente el PRD podría luchar seriamente por la presidencia de la república a partir, exclusivamente, de esa estructura.
Por eso, cuando en privado, López Obrador reflexiona de su posible candidatura siempre habla de encabezar un frente progresista, que vaya mucho más allá del PRD. Prácticamente, se trata de reeditar, desde el centroizquierda, lo hecho por Fox, en el 2000, desde el centro derecha, donde terminó incorporando al voto útil a sectores hasta ideológicamente incompatibles con el propio Fox. En el caso de López Obrador ello es más urgente y necesario porque mientras el PAN era un partido sólido que ya estaba por encima del 30 por ciento de los votos y tenía evidentes relaciones (y muy estrechas) con distintos sectores de poder político, económico y religioso, el PRD está hoy prácticamente en la mitad de la votación panista de entonces, y si bien ha avanzado en forma notable en esas relaciones con distintos grupos de poder, aún para muchos es un partido que genera, con razón o sin ella, desconfianza. Por eso Andrés Manuel necesita y quiere aliados para su proyecto.
En los primeros días de noviembre (el 4 y 5) habrá una suerte de experimento que puede ser muy útil en esta lógica. Los restos de lo que ha quedado de México Posible y antes de Democracia Social (el partido por el que contendió Gilberto Rincón Gallardo en el 2000) están convocando a una reunión de dos días para analizar la posibilidad de una alianza de izquierda para el 2006. En el primer día se analizarán los candidatos y hablarán muchas de las principales personalidades consideradas de ese espectro: estará Cuauhtémoc Cárdenas; en representación de López Obrador irá el secretario de gobierno del DF, Alejandro Encinas; se invitó a Jesús Ortega, al propio Jorge Castañeda, a priistas como Beatriz Paredes, entre otros. La idea es que en encuentros sucesivos vayan dando su punto de vista sobre el tema para luego, en el segundo día de sesiones, trabajar con representantes de sectores y partidos en una suerte de programa político potencial para el 2006.
La idea no es mala y las especulaciones comenzarán a estar a la orden del día porque ahí podría estar el embrión del frente que busca Andrés Manuel. Porque este encuentro se sumará a la labor que está desarrollando René Bejarano construyendo comités de Amigos de López Obrador, que funcionan ya en quince estados (y siguiendo el modelo de Amigos de Fox, lo hacen hasta ahora sin contacto con la estructura formal del PRD), se sumará a los acuerdos que está tejiendo el propio López Obrador con sectores poderosos de la iniciativa privada, como el ya muy conocido con Carlos Slim (pese a que el principal accionista del grupo Carso ha dejado trascender que se ha abusado en la presentación de esa relación y ha hecho declaraciones en las últimas semanas donde, por ejemplo, ha dicho que se podría llevar tan bien con Andrés Manuel como con cualquier candidato priista, incluyendo a Roberto Madrazo para no quedar identificado con un sola opción), con sectores de alguna forma relacionados con el PRI, con lo que queda del camachismo, con grupos de intelectuales (ahí está el ex director del canal 22, ex embajador en Portugal y uno de los más destacados miembros del grupo Nexos, José María Pérez Gay como coordinador de asesores de López Obrador). Y ahora este acercamiento, que así hay que entenderlo, con ese sector de la izquierda que casi desde su creación fue reacia, o terminó siendo alejada del PRD a partir del crecimiento de las llamadas tribus, de las corrientes internas perredistas que desplazaron a muchos de los que participaron originalmente en el proyecto del Frente Democrático Nacional.
Claro que cuando habla de estos temas, López Obrador siempre termina diciendo que eso es lo que hizo Luis Inácio Da Silva, Lula, el presidente de Brasil para ganar las elecciones de este año. Pero eso, sin alterar ni una coma, es lo que quiere construir López Obrador. No es el único, son varios los que quieren jugar con esa posibilidad, incluyendo el propio Cuauhtémoc Cárdenas, pero, con base en los resultados, es de todos ellos, sin duda, el que más ha avanzado hasta ahora…aunque a veces se considere indestructible, o ignore los mandatos judiciales o exagere en sus declaraciones matutinas. El hecho es que, sin embargo, se mueve.
La apuesta por la parálisis
Los priistas que se oponen a las reformas no parecen ser, ni remotamente la mayoría, salvo que se entienda por ello a los que hacen declaraciones todos los días. Ahora se presenta como una novedad algo que ya existe desde hace meses: una estrategia donde participan los senadores Manuel Bartlett, Oscar Cantón Zetina, Dulce María Sauri y los diputados de Oaxaca, que, como su gobernador, José Murat, participan de ese grupo y están apostando a frenar las reformas y jugar con la idea de un PRI restaurado y por esa misma causa aliado, de alguna forma con ese frente del que hablábamos en el caso del PRD. Lo que sucede es que si alguien en el PRD, y mucho menos López Obrador, apuesta a una alianza con algunos de esos personajes que están lejos de ser el sector más moderno del tricolor, logrará el efecto contrario: confirmará aquella percepción de que el PRD y el PRI son lo mismo y eso es quizás lo que menos quisiera, por ejemplo, López Obrador.