Para Roberto Madrzo y su búsqueda de la candidatura presidencial priísta en el 2006, la jornada electoral del domingo en su estado, Tabasco, deberá ser recordada como el momento en que esa candidatura comenzó a ponerse en riesgo. El domingo, salvo Villahermosa, el PRI perdió en Tabasco ante el PRD o sea ante Andrés Manuel López Obrador.
Para Roberto Madrazo y su búsqueda de la candidatura presidencial priista en el 2006, la jornada electoral del domingo en su estado, Tabasco, deberá ser recordada como el momento en que esa candidatura comenzó a ponerse en riesgo quizás en forma definitiva.
El domingo, salvo Villahermosa, el PRI perdió en Tabasco ante el PRD, o sea en la contienda Roberto Madrazo ante Andrés Manuel López Obrador, casi todo: por lo menos diez de 17 municipios (aunque Teonosique podría convertirse en el onceavo municipio perredista), y la mayoría en el congreso donde el PRD se quedará con, por lo menos, once curules de mayoría de los 20 en disputa, y uno será para el PAN, que jamás había ganado un distrito en el estado. Nadie pensó en una diferencia tan importante: incluso en los momentos más difíciles de Madrazo, como cuando fue anulada la primera elección de Manuel Andrade en diciembre del 2000 por decisión del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, nunca antes, electoralmente, la situación había sido tan grave para el PRI en términos electorales. Paradójicamente, la derrota se da cuando Roberto Madrazo que ha encabezado el priismo tabasqueño durante más de diez años, es presidente nacional de su partido y cuando, visiblemente, es precandidato de su partido a la presidencia de la república.
La única explicación lógica para lo ocurrido es constatar que los tabasqueños, en última instancia, ven a un paisano suyo cerca de la presidencia de la república, pero al que parecen ver en esa situación, más que a Madrazo es a López Obrador. Ese es un primer acercamiento: ambos están manejando, aunque sea a distancia, a sus respectivas huestes en esa batalla electoral y ambos saben lo que representaba esta elección como experimento hacia el 2006: en ningún lugar del país conocen a Madrazo y López Obrador mejor que en su estado, allí forjaron carreras políticas, filias y fobias, allí mostraron sus mejores y peores rostros políticos. Y el resultado electoral del domingo tiene que haber encendido luces rojas en el edificio priista de Insurgentes Norte.
Es verdad que también se han conjugado otras cosas en la elección: mientras López Obrador es una estrella en ascenso en el firmamento político nacional, Madrazo, por lo menos en Tabasco, sufre del desgaste del ejercicio directo de una década en el poder, personal o de su equipo; es verdad también que de alguna forma Madrazo está sufriendo ahora un estilo de ejercer el poder en el estado que lo llevó a cambiar trece presidentes del partido en diez años y a dotar a la oposición, de todos los partidos, incluyendo el PAN pero sobre todo al PRD, de disidentes priistas. Seguramente hay mucho más en juego: un gobierno, el de Manuel Andrade que, simplemente, no ha dado color, que es excesivamente autocomplaciente, que no ha podido mantener las tasas de crecimiento en el estado, y que apostó todo a la confrontación y obviamente, en esas condiciones, perdió.
No es verdad como dijo ayer el vocero priista, Carlos Jiménez Macías, que la gestión de Madrazo no fue calificada en la elección del domingo en Tabasco, sino en la federal del 6 de julio, donde obtuvo la mayoría en el congreso. Es al revés de lo que dijo Carlos: el 6 de julio se trató de una elección federal intermedia, dividida en realidad en 300 distritos, donde se realizaron 300 campañas y en las cuales el factor determinante estuvo, sí en el partido, pero sobre todo en los gobernadores y las estructuras estatales. Aunque tuvieran diferencias importantes con Madrazo por la confección de las listas plurinominales, todos los gobernadores priistas hicieron su mejor esfuerzo por tratar de ganar todos los distritos posibles porque sabían que, de esa forma, es como se fortalecían ellos mismo, habida cuenta, además, de que varios de ellos son (o pretenden ser) precandidatos presidenciales, también, para el 2006. Fue un triunfo, el del seis de juilio, con muchos padres.
En el caso de Tabasco, el gobernador Manuel Andrade es una criatura política tan ligada en forma indisoluble a Madrazo (sin el apoyo de su antecesor Andrade no hubiera llegada nunca a la candidatura: había muchos políticos locales y nacionales con mayores merecimientos, como Arturo Núñez, entre varios otros, para ocupar esa posición) y el peso hegemónico de Roberto en el priismo estatal es tan fuerte que la derrota del domingo es y será solo suya, ni siquiera de su ahijado político, el gobernador Andrade, aunque haya sido el principal responsable. Ese es el dato que debería ser tomado en cuenta en el priismo para comenzar a reflexionar en el entorno del presidente del partido respecto a si realmente Madrazo es el político idóneo para tratar de recuperar el poder para el PRI en el 2006.
No se trata de merecimientos ni de simpatías o antipatías personales, sino de la frialdad de los números. A pocos le quedaría alguna duda de que si hoy fuera la elección interna del PRI para elegir a su candidato, el triunfador sería Roberto Madrazo, pero también si nos basamos en las encuestas de todo tipo existentes, tampoco quedarían muchas dudas de que con Madrazo como candidato hoy difícilmente el PRI podría ganar la elección federal. ¿Por qué? Porque con Madrazo ocurre lo que sucede con muchos políticos: suscitan adhesiones y rechazos tan marcados que su universo político, siendo muy amplio, termina acotándose, porque no puede crecer más allá de un límite, el de las animadversiones. Entonces, en cuanto alguno de sus adversarios comienza a erosionar su voto, esos dirigentes terminan siendo irremediablemente derrotados, porque pierden base pero no la puede recuperar: y eso es parte de lo que ocurrió con el madracismo en Tabasco este domingo.
Cuando, al mejor y más tradicional estilo priista del pasado, el presidente del gobierno español, José María Aznar eligió por dedazo como el candidato de su partido, el PP, para las elecciones del año próximo a Mariano Rajoy, el cálculo que se hizo fue muy sencillo: Rajoy no era de los tres precandidatos existentes el más popular: estaba en una posición intermedia, pero comparado con sus otros dos contendientes internos, las encuestas mostraban que era el que menos animadversión generaba entre los no miembros del PP. Y por eso apostaron por Rajoy: porque podía crecer por encima de la votación dura de su propio partido y no generaba altas cuotas de rechazo fuera del partido. Algo similar había hecho el PSOE el año anterior al elegir como su secretario general al joven José Luis Rodríguez Zapatero.
Y algo así están intentando hacer otros postulantes. Apenas ayer hablábamos del intento de frente progresista (que termina incluyendo desde empresarios hasta dignatarios religiosos) que está en la base de la estrategia de López Obrador (¿cuántos disidentes priistas abonaron las candidaturas perredistas, e incluso panistas, el domingo pasado en Tabasco?); esa es la lógica que intentan aplicar Santiago Creel, Marta Sahagún e incluso, aunque en forma menos pública, Felipe Calderón, en el oficialismo. En el PRI es más difícil jugar esas cartas por historias, por las presiones de sus sectores duros, por la decisión de no abrirse a las candidaturas externas y por una lógica interna de poder que suele restar más que sumar. No creo que Madrazo sea el responsable directo de una política que evidentemente lo trasciende: pero hoy es su representante. Si la lógica de lo sucedido en Tabasco se extiende, Madrazo podrá confirmarse como un líder de su partido, pero muy posiblemente no como el candidato idóneo de su partido para el 2006.
Porque, para colmo, es verdad que el año próximo habrá diez elecciones para gobernador y en la mayoría de ellas habrá triunfos priistas, pero el hecho es que prácticamente cada una de esas victorias tendrá la marca de un gobernador, de un precandidato, de una padrino político, que en pocas ocasiones será, en forma directa, el presidente del partido. El estado paradigmático de Roberto Madrazo no es otro que Tabasco, y allí fue donde el PRI perdió el domingo. Y, declaraciones aparte, ese resultado debe ser un factor de reflexión seria del priismo a nivel nacional que no se podrá ocultar con declaraciones fáciles.