Extrañaremos a Woldenberg
Columna JFM

Extrañaremos a Woldenberg

¡Seguirá siendo el IFE la instancia que hoy conocemos? Por encima de debates y conflictos internos, credibilidad social en las elecciones? Los partidos tendrán que elegir en la semana que comienza los nuevos consejeros electorales. Este consejo general del IFE que concluye formalmente sus labores con el último día de octubre, fue el primero completamente ciudadanizado y sus resultados han sido tan exitosos.

¿Seguirá siendo el IFE la instancia que hoy conocemos?¿la que ha generado, por encima de debates y conflictos internos, credibilidad social en las elecciones?¿seguiremos teniendo un árbitro imparcial en los comicios?. No son preguntas ociosas: los partidos tendrán que elegir en la semana que comienza los nuevos consejeros electorales y nadie podría asegurar que no terminen tentados por tratar de construir un IFE a modo, que terminaría siendo una regresión, un regreso a las primeras estructuras del IFE partidizado que se creó como respuesta a los escandalosos resultados electorales de 1988.

Este consejo general del IFE que concluye formalmente sus labores con el último día de octubre, fue el primero completamente ciudadanizado y sus resultados han sido tan exitosos que, precisamente por ello, puede generarse la tentación de la regresión. Este IFE organizó con éxito tres elecciones federales muy complejas (las de 1997, el año 2000 y las de este 2003); erradicó la sospecha de fraude electoral; sancionó, y lo hizo duramente, a todos los partidos en algún momento, pero fue especialmente severo con el PRI y el PAN, ante el financiamiento irregular de sus campañas, a pesar de que, sin duda, una de las carencias que tiene la actual legislación electoral es, precisamente, las limitadas armas que les da a los consejeros del IFE para investigar los cada vez más complejos mecanismos de financiamiento de los partidos y las campañas electorales. Pero sobre todo el IFE logró una conexión de la política con la sociedad como muy pocas, o ninguna otra, institución en el país ha obtenido. Para ello sirvieron las leyes y las diferentes reformas electorales que se fueron realizando, pero también un equipo de consejeros que, por encima de sus diferencias, terminaron generando esa certidumbre, incluso, en algunos casos a través de sus propios excesos.

Y en ese sentido, no podría explicarse el éxito del IFE sin el papel que jugó en él su presidente, José Woldenberg. Sin el sentido político, la ecuanimidad y el talento de Woldenberg, el IFE no hubiera sido lo que es: supo organizar el trabajo del Instituto, cuando en algún momento quedó en minoría respecto a la mayoría de los consejeros (varios de los cuales se vieron tentados por la apuesta a la partidización), Woldenberg, se mantuvo en su línea, no recurrió ni al principio de autoridad ni a la ruptura, no cayó en ese juego y eso permitió que el IFE saliera del fuerte bache en el que cayó después de las elecciones del 97, sobre todo en 1998 y 99, para terminar organizando unas elecciones ejemplares en el 2000. En el camino, Woldenberg terminó soportando presiones de todos los actores políticos los que, sin embargo, no lograron ni apartarlo de su línea de trabajo ni tampoco de un sentido casi didáctico, pedagógico, para explicar el porqué de las cosas, un estilo que en medio de la estridencia renunció a lo espectacular para adentrarse en un camino de certidumbre que, sin duda, terminó dándole muchos más frutos. Woldenberg regresará ahora a la academia, a la facultad de ciencias políticas y sociales de la UNAM, pero muy pocos personajes del mundo de la política tendría en estos momentos horizontes tan amplios (no necesariamente partidarios) como los que pueden abrirse para Woldenberg. Será muy difícil reemplazarlo.

Quizás la antítesis de Woldenberg haya sido en este consejo general, Jaime Cárdenas Gracia que se convirtió en una suerte de caja de resonancia del propio IFE, en un hombre que estuvo en la búsqueda no sólo de un papel de árbitro en el proceso electoral sino también de actor del mismo. Cárdenas se equivocó en muchas cosas, pero, a pesar de lo que sostienen muchos de sus críticos, también sirvió en muchos momentos, con sus propios excesos y protagonismo, en una suerte de revulsivo que obligó al propio IFE a agudizar sus sentidos y dar respuestas más complejas a los problemas que se le presentaban. Eso ocurrió en muchas oportunidades pero en pocas fue tan notorio como en todo lo relacionado con el caso Amigos de Fox.

Quizás dentro del IFE la posición más alejada de Cárdenas fue la de Alonso Lujambio. El PRD y sobre todo el PRI, han sido injustos con Lujambio. Es verdad, todo mundo lo sabe, que la suya fue una propuesta original del PAN, pero pocos consejeros tuvieron un trabajo tan intenso, tomaron cursos y se apoyaron en especialistas de primer nivel como lo hizo Lujambio para encabezar la comisión de fiscalización del IFE. Se puede o no estar de acuerdo con algunas de sus decisiones, pero decir, como se ha dicho, que Lujambio actuó conscientemente en este proceso para apoyar al PAN, es simplemente una mentira imposible de demostrar con hechos. Por el contrario, realizó uno de los trabajos más profesionales, en el mejor sentido de la palabra, que realizaron los consejeros en su conjunto.

Si efectivamente, como lo ha dicho el PRI y lo habría aceptado el PAN, finalmente se decide que ninguno de los consejeros sea reelegido, se estará perdiendo la oportunidad de dejar avanzar aún más el trabajo de Jacqueline Peschard, la única mujer del Consejo y que jugó, en estos siete años, un papel clave para comprender los verdaderos equilibrios internos del Instituto, alejada de todo protagonismo pero participando en prácticamente todos los temas claves del proceso electoral. En lo personal no tendría dudas, si estuviera en mis manos elegir a alguien para continuar en el IFE y para presidirlo, en optar por Peschard para esa posición. No sólo por su experiencia previa sino también porque sería el tipo de especialista (y de mujer) que ayudaría a avanzar tanto en los temas de fiscalización, como en los de equidad de género y podría hacerlo con discreción y sentido político, dos cosas que necesitará con urgencia el nuevo IFE.

Con Mauricio Merino sucedió algo extraño en el IFE. De la misma forma que en su momento, cuando se eligieron los consejeros electorales, Lujambio, por ejemplo, fue una propuesta del PAN, Mauricio lo fue del PRI. Académico muy destacado, cercano a Enrique González Pedrero, los priistas no le perdonaron las reiteradas muestras de independencia que tuvo Merino. Es verdad que en algún momento, sobre todo en los turbulentos años del 97 y el 98, Mauricio tomó algunas decisiones erróneas (quizás una de ellas fue no apoyar, por ejemplo, en su momento, la designación de Alberto Begné como secretario ejecutivo), pero el PRI, sobre todo, terminó considerando, injustamente, a Merino como un adversario simplemente porque no actuó como una pieza propia. Que era exactamente lo que Mauricio no debía hacer: los castigaron por actuar correctamente.

Los demás consejeros tuvieron papeles menores: Jesús Cantú tuvo mucha movilidad en estos años y adoptó diferentes posiciones, pero luego de un inicio excesivamente protagónico (que para él tuvo, también, un costo mediático) fue bajando su perfil y demostró mucha mayor eficiencia. José Barragán funcionó en muchas oportunidades como un respaldo de las posiciones de Jaime Cárdenas. Los dos consejeros que salieron del IFE a fines del 2000 para ocupar cargos públicos tuvieron muchas coincidencias pero manejaron perfiles diferentes: Juan Molinar Horcasitas, un hombre que le disputó la presidencia del IFE a Woldenberg en su momento, se equivocó y le terminó causando un daño grave al IFE: Juan, un académico capaz e inteligente, era obvio que se sentía y era cercano al PAN. El problema no era ése, como tampoco lo fue en el caso de Lujambio, sino que terminada la elección federal, Juan saltó del IFE a la subsecretaría de Gobernación y de allí a ser vocero y candidato del PAN. Ello generó, con razón o sin ella, una desconfianza en la imparcialidad de los consejeros que permeó, por lo menos, en el ámbito político y se utilizó como arma contra Juan y contra el IFE. En el caso de Emilio Zebadúa fue distinto, porque mantuvo un perfil más bajo, se sumó a un gobierno como el de Pablo Salazar que era producto de la oposición pero sin un sello partidario definido y las recriminaciones, obviamente, fueron menores. Con todo, las contribuciones que hicieron Molinar y Zebadúa en su momento fueron claves para delimitar el perfil del IFE.

El hecho es que se cerró una etapa, dependerá ahora de los partidos que el futuro de las instituciones electorales no se convierta en un retroceso democrático.

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