Ayer casi todo el gabinete presidencial estaba trabajando intensamente y tratando de llegar a acuerdos en Washington, en una reunión binacional que apenas duro diez horas y donde no hubo muchas sorpresas. Tres fueron los temas principales y todos ellos fueron tratados en torno a uno ellos: la seguridad, el tema migratorio, tratado de aguas de México con Estados Unidos.
Ayer casi todo el gabinete presidencial estaba trabajando intensamente y tratando de llegar a acuerdos, aunque sea mínimos con sus contrapartes, pero no en México, ni tratando problemas domésticos, sino en Washington, en una reunión binacional que apenas duró diez horas y donde no hubo muchas sorpresas: como se había dicho no fue una binacional "sexy", al contrario, resultó árida, casi estéril.
Tres fueron los temas principales y todos fueron tratados en torno a uno de ellos: la seguridad. Ese fue el capítulo central y en dependencia de él se trató el tema migratorio y, con mayor distancia, la situación que guarda el tratado de aguas de México con Estados Unidos que registra un fuerte adeudo de nuestro país con Texas. En la conferencia de prensa que ofrecieron el secretario de Estado Colin Powell y el canciller Luis Ernesto Derbez, quedó muy en claro que el tema migratorio no debía generar expectativas y que no habría acuerdo especial alguno. El propio Derbez dijo que era como tratar un sueño, un objetivo lejano que, digamos nosotros, no parece tener posibilidades de ser alcanzado.
Sin embargo, sí se ha hablado del tema y ayer, casualmente coincidiendo con la reunión binacional, los dos principales periódicos financieros del mundo, el Wall Street Journal y el Financial Times, coincidieron en señalar que lo que se está negociando entre México y Estados Unidos, es un equivalente al programa bracero, que fue muy exitoso hace ya alguna décadas y que ahora se conoce como el de trabajadores agrícolas huéspedes. En otras palabras: los trabajadores agrícolas (Estados Unidos requiere como agua a los campesinos mexicanos para que trabajen su campos por la sencilla razón de que cada vez un porcentaje menor de su población se ocupa de esas tareas y además cuando lo hacen reciben salarios mucho mayores que los trabajadores indocumentados) se podrían contratar por un periodo limitado de tiempo, recibiendo un salario pero sin gozar de las prestaciones de un trabajador normal en los Estados Unidos y sin que el periodo trabajado siente precedente para que puedan obtener en el futuro la residencia. Pese a que ambos periódicos alabaron esa posibilidad, lo cierto es que muchas organizaciones de migrantes consideran ese hipotético acuerdo sería algo así como la institucionalización de los mexicanos como trabajadores de segunda, con un salario inferior al legalmente establecido en los Estados Unidos.
Pero esa posibilidad no está descartada ni mucho menos: es la alternativa que se está negociando. Fue significativo que ayer mismo, cuando crecía esa versión, el ex canciller Jorge Castañeda dijera que esa opción, la del establecimiento de una cuota de trabajadores huéspedes, o sea la reedición del programa bracero, no había sido aceptada durante su gestión en la cancillería porque eso implicaría considerar a los mexicanos como trabajadores de segunda. Y todos sabemos que la distancia que separa a Castañeda de Derbez crece día con día: el ex canciller ahora en campaña se quiso deslindar de su sucesor, más aún cuando en su libro el ex embajador Jeffrey Davidow dijo que nunca se consideró seriamente la propuesta del acuerdo migratorio. Tampoco puede ser casualidad que el WSJ y el FT coincidieran el mismo día con el mismo tema y con un enfoque muy similar: queda claro que esa es la estrategia que están negociando ambos gobiernos y que serviría al presidente Fox para decir que no se ha obtenido el acuerdo migratorio (o como dijo Derbez que en lugar de la enchilada completa es preferirla comerla en partes) pero sí un programa de regularización que involucraría unos 500 mil trabajadores, mientras que para el presidente Bush sería una buena señal para la comunidad mexicoamericana, cuando se está complicando su reelección y su popularidad continúa a la baja. Por supuesto que ello no solucionará ninguno de los problemas de fondo, pero sería una señal que, temporalmente, podría ser asumida como positiva y sería muy vendible mediáticamente.
De todas formas, ese no fue el eje de la binacional. Esta giró en todos los sentidos en torno a la seguridad regional y no en vano el principal acuerdo que se estableció fue la instalación del famoso teléfono rojo entre el secretario de seguridad interna de los Estados Unidos, Tom Ridge, con el secretario de Gobernación, Santiago Creel. El señor Ridge no se ocupa ni de la migración, ni del comercio, ni siquiera de la relación bilateral: lo suyo es garantizar la seguridad de su país y punto. Y la relación con Creel se establecerá en torno a eso, nada más.
Ahora bien, se debe tomar en cuenta que en Los Pinos se ha adoptado hace ya algunas semanas, sobre todo después de la gira del presidente Fox a Oriente y con el fracaso del tratado de libre comercio con Japón, la decisión de concentrar en estos tres años que restan a la actual administración toda la política externa en la relación con Estados Unidos. La administración Fox está convencida de que en la actual circunstancia ese debe ser el eje central de su política exterior y por eso ayer ocho de los miembros del gabinete estaban en Washington aunque sabían que poco y nada se lograría de ese encuentro.
Pero eso también explicaría la reacción, por ejemplo, de Adolfo Aguilar Zinser, representante de nuestro país ante el Consejo de Seguridad de la ONU y sus declaraciones en la Universidad Iberoamericana. Aguilar Zinser dijo que tardamos mucho en comprender que la relación que nos planteaba Estados Unidos no era de iguales sino de subordinados, que nos consideraban su patrio trasero y que la política bilateral nos tenía destinados "a tragar camote" con Estados Unidos. Ayer mismo, Colin Powell dijo que "jamás, jamás, de ninguna manera, (Estados Unidos) trataría México como su patio trasero", en una obvia respuesta a Aguilar Zinser. Entonces lo que se nos presenta es un cuadro más complejo: mientras se está negociando el programa de trabajadores huéspedes, mientras se reacomoda a buena parte del servicio consular de México en los Estados Unidos y se establece una línea de comunicación directa Washington-Bucareli para abordar las exigencias de la seguridad regional, estamos asistiendo, así habrá que entenderlo, a la virtual despedida de Aguilar Zinser de la representación en la ONU.
Ya la cabeza de Adolfo había sido solicitada por el presidente Bush en la reunión de la APEC en Los Cabos en octubre del 2002; ya se habían reflejado fuertes diferencias con la diplomacia estadounidense durante el debate sobre la intervención en Irak; ya hace unos meses, en una reunión que mantuvo Derbez con Powell en Washington, el secretario de Estado había declarado que uno de las demandas para México era que Aguilar Zinser (no lo llamó por su nombre) moderara sus posiciones respecto a la política de Bush y le diera apoyo en la ONU. Ahora, un día antes de la binacional, y cuando Derbez está en una suerte de luna de miel con Powell, Adolfo realiza estas duras declaraciones en México y quien le contesta, sin que el canciller mexicano lo contradiga en absoluto, es el propio Powell.
La lectura es obvia: con los cambios que se darán, como ya se ha anunciado, en la cancillería en diciembre, debemos esperar la salida de Aguilar Zinser de la ONU: lo contrario sería continuar una política esquizofrénica, que mientras pone distancia con Washington en la ONU con posiciones muy cercanas a las de Francia y Alemania, por otra parte toma la decisión de concentrar todo su trabajo en un solo objetivo: mejorar la relación con Washington. Esa contradicción evidente en un momento tan difícil para la relación y en un año electoral complicado para la administración Bush, sencillamente no es viable: se deberá tomar una posición u otra, y todo indica que, tenga o no razón, la que se impondrá será la posición de Derbez y Aguilar Zinser tendrá que abandonar Nueva York.
Y en esa misma lógica quizás la pregunta no es si tendremos que tragar o no camote, como diría Aguilar Zinser, en la relación con Estados Unidos, sino, simplemente, preguntar de qué tamaño será éste.