El procurador capitalino, Bernardo Bátiz, nos sorprendió con una propuesta que no se pensaba que él pudiera enarbolar: la legalización o despenalización de ciertas drogas, las llamadas blandas. Llama la atención la declaración del procurador Bátiz porque en la pasada campaña electoral, cuando el partido México Posible encabezado por Patricia Mercado, presentó esa misma propuesta respecto a la marihuana, los principales dirigentes perredistas dijeron que no querían opinar.
El procurador capitalino, Bernardo Bátiz, un hombre que suele hablar poco y no meterse casi nunca en terreno farragosos, ayer nos sorprendió con una propuesta que no se pensaba que él pudiera enarbolar: la legalización o despenalización de ciertas drogas, las llamadas blandas, tema controvertido si lo hay y que difícilmente le gustará abordar a su jefe, Andrés Manuel López Obrador.
No es que se trate de una propuesta necesariamente incorrecta, al contrario. Es un tema que se debe reflexionar y mucho, pero por eso también muy controvertido. Pero llama la atención la declaración del procurador Bátiz porque en la pasada campaña electoral, cuando el partido México Posible que encabezaba Patricia Mercado, presentó esa misma propuesta respecto a la marihuana, todos los principales dirigentes perredistas dijeron que no querían opinar sobre el tema, no se pronunciaron ni a favor ni en contra y dieron a entender que les resultaba "políticamente incorrecto" tomar una posición al respecto. Y ahora el que lo plantea es nada menos que el procurador capitalino, un hombre mayor, que no sólo no es perredista ni de izquierda, sino que proviene de una de las alas tradicionalistas del PAN, con el que rompió durante el gobierno de Carlos Salinas por el acercamiento del blanquiazul con éste.
Don Bernardo Bátiz tiene razón: muy probablemente se deben despenalizar (que es diferente a legalizar las drogas y mucho menos como algunos comunicadores decían ayer a "legalizar el narcotráfico") el consumo de drogas blandas. Las razones serían varias y todas ellas atendibles: el negocio, el gran negocio del narcotráfico, es la ilegalidad en el que se mueve. Las cifras multimillonarias en dólares que genera son de esa magnitud precisamente porque se trata de un mercado clandestino. Si consideramos que, según una entrevista que tuvimos con el anterior zar antidrogas de la Casa Blanca, el general Barry Mc Caffrey, las utilidades del tráfico de cocaína sólo en los Estados Unidos oscilan en los 60 mil millones de dólares anuales (ver El Otro Poder, Aguilar Nuevo Siglo, 2001) y que las utilidades de ese negocio son de aproximadamente seis mil millones de dólares anuales en México (y ambas son consideradas cifras muy conservadoras por los analistas), es evidente que deben ser muchos los sectores directa o indirectamente interesados en que el consumo de drogas continúe en la ilegalidad porque eso les permite mantener ese grado de utilidades estratosféricas. Desde el momento en que parte de ese comercio se legalice, el negocio no llegaría ni a un diez por ciento de su volumen actual y tampoco sería manejado por ellos.
Es un tema a tomar en cuenta también por razones de salud pública y de seguridad. En la medida en que el consumo de drogas se generaliza, cada vez más jóvenes tiene que involucrarse en un mundo necesariamente ilegal, donde es mucho más fácil que termine enganchado con alguna de las múltiples ramas del crimen organizado (o en la delincuencia desorganizada) para continuar con su consumo, mismo que, de todas formas ya lo deja en el terreno de la ilegalidad. Pero además, el problema de salud pública que se está generando con el consumo de drogas alcanza niveles muy preocupantes: nos ha tocado ver en Ciudad Juárez, por ejemplo, puestos de venta de drogas que son como tiendas de abarrotes, con una ventana en medio de una cortina metálica donde los jóvenes introducían el brazo, se les inyectaba algo que vaya uno a saber qué era y se les cobraba un dólar por dosis. Está plenamente comprobado que muchos de los problemas delincuenciales de nuestras grandes ciudades y también de seguridad y salud pública se derivan más por el ambiente de ilegalidad y consumo de sustancias terriblemente tóxicas y contaminadas que se entremezclan con ciertas drogas que en el propio consumo de éstas.
La propuesta, además, no es nueva, personajes tan disímiles como Octavio Paz y Milton Friedman, Gabriel García Márquez y Salman Rushdie, lo han planteado públicamente en muchas oportunidades y desde hace años. Pero tampoco se puede hacer generalizaciones: ¿qué drogas podrían ser legalizadas o despenalizadas?. Sin duda sólo las llamadas drogas blandas, como la marihuana. Otras drogas, consideradas duras como el crack o mucho menos lo heroína, podrían correr con esa suerte: lisa y llanamente no pueden ser drogas legales bajo ninguna circunstancia. Quedaría un espacio intermedio, de incertidumbre, sobre todo para la cocaína y las drogas sintéticas (las de mayor crecimiento y expansión de su consumo en México y en prácticamente todo el mundo) que siempre han sido objeto de amplia controversia y han sido tratadas en forma diferente en distintos momentos. La cocaína fue legal durante décadas e incluso Sigmund Freud desarrolló buena parte de sus estudios utilizando esa droga de la que era un frecuente consumidor. Su prohibición comenzó en 1910 en algunos países y se generalizó cerca de 1930 por las presiones, sobre todo de los Estados Unidos que fueron los primeros en prohibirla. Entre las drogas sintéticas, por ejemplo, el LSD no estuvo prohibido hasta bien entrada la década de los 60. Algo similar está sucediendo con las nuevas drogas sintéticas, con innumerables nombres y composiciones químicas. El problema es que mientras en el caso de la marihuana y la cocaína se tiene ya bastante claridad sobre el grado de daños que pudieran provocar a la salud (e incluso, en la primera, algunos de sus posibles beneficios), con las drogas sintéticas no se sabe a ciencia cierta sus efectos, entre otras razones porque las combinaciones son tantas como "los cocineros" (los químicos o aprendices de) que las preparan en las más diversas condiciones. Entonces una misma droga sintética (pongamos por ejemplo el éxtasis) puede ser relativamente, nunca absolutamente, inofensiva, tanto como lisa y llanamente mortal: dependerá de su grado de pureza, de los productos utilizados, de la combinación realizada. ¿Quién definirá entonces que sí y que no?. Es un tema que se debe analizar con seriedad y tiempo y no por políticos sino por verdaderos especialistas.
En todo caso, el énfasis debe ponerse en un tema: la despenalización, que es diferente a la legalización. Despenalizar implica no tratar a los consumidores y sobre todo a los adictos, como delincuentes: asumir que una persona puede decir qué consume bajo su propia responsabilidad independientemente de que se castigue a los traficantes. La adicción es una enfermedad y debe ser tratada clínica y psicológicamente como tal. Tampoco todos los consumidores son adictos, como no todos los bebedores de alcohol son alcohólicos. El problema es que nuestra legislación deja un campo de nadie en ese terreno donde, en un aspecto, no se penaliza el consumo de ciertas drogas y se acepta al adicto como un enfermo, y en otros se los considera como simples delincuentes. Sin duda los países que han tenido mayores éxitos en este camino (ninguno ha tenido un triunfo absoluto contra el consumo de drogas, al contrario, el problema crece a nivel mundial en forma geométrica) son los que se han ido más por la vertiente de la atención y la prevención que por el castigo punitivo. Pero nuestras leyes no se definen ni en uno ni en otro sentido. Y, para colmo, compartimos la frontera con el país, Estados Unidos, que tiene (a pesar de los cambios introducidos en el periodo Clinton) la visión más obtusa sobre el tema.
Una cosa es cierta: es por lo menos una tontería decir que con medidas como la despenalización o incluso la legalización de alguna droga se acabaría, como se dijo ayer en algunos medios, con el narcotráfico o que sería una medida útil porque "serviría para aumentar la recaudación de impuestos". El narcotráfico, de todas formas continuará, porque hay productos, drogas, que no pueden ser legalizadas, como la heroína. Y el tema no se le debe ver como una cuestión fiscal: sino social y de salud pública.
Aguilar Zinser, por tiempo indefinido
Dicen que el representante de México ante la ONU, Adolfo Aguilar Zinser no dejará su posición en Nueva York; aseguran que anteayer habló por teléfono con el presidente Fox y que éste le pidió que se quedara en la ONU por un tiempo "indefinido". Claro, también reconocen que eso no hace demasiado feliz al canciller Luis Ernesto Derbez, pero que la de Nueva York es una posición del presidente, no del secretario.