Dicen que crisis es sinónimo también de oportunidad. Eso se aplica también, la situación que vive el PRI, se trata de una situación de deterioro, donde aparecen los elementos superadores que, después de esta crisis, permita que el PRI pueda escapar de la celda en la que el mismo se ha metido.
Dicen que crisis es sinónimo también de oportunidad. Eso se aplica también, obviamente, a la situación que vive el PRI, pero dudo mucho que ésta realmente la sea, pareciera más que se trata de una situación de deterioro, donde no aparecen los elementos superadores que, después de esta crisis, permitan que el PRI pueda escapar de la celda en la que él mismo se ha metido.
En realidad, poco es lo que queda claro de la lucha interna, salvo que ésta es lisa y llanamente una lucha de poder descarnada con poco contenido ideológico de por medio. Hoy en la noche se reunirá la comisión política permanente para decidir el futuro de Elba Esther en medio de un debate público de dos sectores de diputados que discuten, sin sustancia, porque de allí, en estas condiciones, no saldrá la resolución, sobre si se queda Elba o no en la coordinación. El SNTE ya ha salido en defensa de su dirigente y los sectores que se le oponen pareciera que no han logrado una mayoría tan absoluta que deje automáticamente fuera a la coordinadora parlamentaria. Claro que ello no implica que no termine produciéndose su caída: el hecho es que suceda lo que suceda en la comisión política permanente este lunes, la fuerza de Elba Esther se ha visto tan menguada que tendría que reconsiderar la posibilidad de continuar, aunque sea formalmente, al frente del grupo parlamentario.
Lo absurdo de todo esto es que con la crisis interna el PRI parece haber perdido buena parte de la ventaja política que le dio el triunfo electoral del seis de julio: hoy en los hechos existen dos grupos contrarios en el congreso que, con independencia de lo que suceda en la reunión de hoy, difícilmente tendrán una línea común, difícilmente votarán de la misma manera en el congreso sobre los distintas iniciativas y, en los hechos tendrán hasta autoridades diferentes. Por eso es que distintos sectores de poder dentro del propio priismo y en particular varios gobernadores están francamente preocupados por la situación, están tratando de evitar que la ruptura se consume y buscando una salida.
Lo que sucede es que la única salida posible no se puede operar en el corto plazo, porque todavía nadie tiene fuerza como para imponerla. Y esa salida es que transparenten los papeles de los principales actores: Elba Esther no puede ser secretaria general y coordinadora parlamentaria, y dirigente real del SNTE, al mismo tiempo; Roberto Madrazo no puede ser el presidente del partido y precandidato presidencial simultáneamente; los gobernadores no pueden tener el poder y la capacidad de operación pero no asumirlo; los priistas que sueñan con una alianza con los sectores más duros del PRD deben decidir si lo harán desde su partido o no. En los hechos, el PRI tendría que regresar, para volver a ser operativo, a un periodo anterior: debería Madrazo dejar la presidencia del partido para concentrarse en lo que realmente le interesa, que es la precandidatura presidencial o si aspira a conservar su posición entonces debe, públicamente, asumir el compromiso de que no será candidato (el problema es que dentro del PRI, donde ha dicho muchas veces que finalmente no buscará esa candidatura, simplemente no le creen). Elba Esther debe aceptar ser coordinadora parlamentaria o dirigente del partido, y en cualquiera de las dos posiciones no puede esperar tener obediencia ciega del partido o de sus legisladores. Elba se equivocó en la operación de su liderazgo: mucho antes de obtenerlo, habíamos escrito que Elba quería ser una reedición del Jefe Diego en aquella legislatura 91-93 (en el 94 Diego Fernández de Cevallos se fue como candidato presidencial del PAN), cuando se realizaron las reformas más complejas del periodo salinista.
Pero la diferencia es que Diego tenía un fuerte peso moral y político en el partido pero no estaba atado a cargo interno alguno, el presidente del partido era don Luis H. Alvarez y luego Carlos Castillo Peraza y todos, con diferencias internas insoslayables, sabían cumplir con su papel. Y finalmente, Diego para sacar adelante la agenda que había acordado, negociaba con amigos y enemigos, les daba juego a todos, suplicaba, rogaba, exigía y finalmente obtenía lo que quería. Pero sobre todo, con sus diferencias (y vaya si las tenían, por ejemplo, Castillo Peraza y Diego) estaban convencidos de que la estrategia general era la misma: sabían que les convenía negociar y llegar a acuerdos con el gobierno porque adquirían espacios de poder a los que, de otra forma, se les dificultaría demasiado acceder. Incluso los personajes que en ese momento se oponían a esa estrategia gradualista, entre ellos el actual presidente Fox, primero no tenían fuerza como para imponer sus tesis y, además, terminaron siendo ellos mismos los beneficiarios de aquella estrategia del panismo.
Ahí está el problema central del PRI en esta crisis: fuera de Elba o de Roberto, el PRI no está discutiendo líneas, ni propuestas ni tiene un perfil claro de hacia dónde quiere dirigirse como partido: sí, quiere el poder, quiere regresar a la presidencia, pero muchos han preguntado y ellos no han respondido, para qué quieren regresar al poder, cuáles son sus principales propuestas. Elba, aunque sea tiene un discurso formal para la coyuntura (pero tampoco lo desarrolla más allá de ésta), Roberto se queda en generalidades como las del discurso del domingo pasado que detonó la crisis. Ninguno de los dos termina de definir siquiera qué tipo de partido quieren y la insistencia de que ése es el nuevo PRI, sin línea y sin un presidente de la república que los alinee y por lo tanto la suya es una discusión democrática, resulta un poco absurda cuando lo que vemos en realidad no es democracia sino balcanización.
La salida tiene que ser la salida de Roberto y Elba de sus respectivas posiciones: Madrazo si así lo desea debe asumir su condición de precandidato, y si no jugará ese papel, de inmediato debe decirlo públicamente y comenzar a tomar medidas con los que sí quieren para mostrarlos, reunirlos y establecer las reglas del juego con ellos. Si no le debe dejar el partido a alguien que aspire legítimamente a ser el árbitro del proceso y no, como ahora el árbitro y uno de los jugadores. Elba Esther tendría que dejar la coordinación, aunque sus adversarios no obtengan los votos necesarios como para moverla de esa posición: su situación está marcada por la debilidad y así ha dejado de ser operativa. Puede ser la cabeza de una corriente en el partido, pero por lo mismo sería mejor que un legislador más neutral, con mayor capacidad de negociación termine asumiendo el liderazgo del grupo. Y si los opositores de Elba logran la mayoría de votos como para tumbarla de su actual posición y colocan a uno de los suyos, el fracaso será similar aunque de signo contrario (por eso Manlio Fabio Beltrones con inteligencia se deslindó de la posibilidad de buscar él esa posición).
El problema con el PRI, en síntesis, es que todos o muchos de los actores ven un vacío y una oportunidad, y quieren jugar simultáneamente todos los papeles posibles. Se agandallan pues, no saben cuál es su verdadero espacio y lo que pueden o no aportar (dónde se hacen fuertes y dónde se debilitan) y terminan pagando las consecuencias.
El fracaso de la megamarcha
La megamarcha del jueves en la tarde fracasó. No llegaron ni el medio millón de manifestantes (pese a las costosísima operación que alguien o varios, deben haber pagado de la movilización de cientos de camiones de todo el país, sobre todo de Oaxaca) y no convocaron a más de cincuenta mil manifestantes, además de que algunos de los personajes clave, como el gobernador José Murat y el senador Manuel Bartlett terminaron tan rodeados de guaruras que ni siquiera tuvieron posibilidades de hacer declaraciones de prensa. Cárdenas, el que aportó el capital político para esa alianza extraña, debe estar pensando, ya, porqué dilapidó capital y dañó su imagen a cambio de nada, porque, paradójicamente, lo que logró la marcha fue que el rechazo a la reforma eléctrica…disminuyera. Todo un triunfo.