Hace seis años, Emilio Chauyffet Chemor, todavía secretario de Gobernación, sabía que estaba políticamente liquidado. Su derrota se había escrito, cuando las elecciones del 6dejulio de 1997, que él había tomado políticamente bajo su control y terminaron con una estrepitosa derrota priista en la ciudad de México y con el PRI convertido en la primera minoría de la camára de diputados .
Hace seis años, Emilio Chauyffet Chemor, todavía secretario de Gobernación, sabía que estaba políticamente liquidado. Su derrota se había escrito varios meses atrás, cuando las elecciones del 6 de julio de 1997, elecciones que él había tomado políticamente bajo su control y que terminaron con una estrepitosa derrota priista en la ciudad de México y con el PRI convertido en la primera minoría de la cámara de diputados: por primera vez en su historia el PRI no tendría la mayoría de la cámara baja y allí comenzó la caída del tricolor que se firmó tres años después con la victoria de Vicente Fox. Poco después, intentó, sin éxito, que no se integrara una coalición legislativa de la toda la oposición, operación que estuvo a punto de impedir que se instalara esa legislatura. Finalmente, los partidos de la oposición impusieron su número, luego de una larga negociación con Liévano Sáenz, el entonces secretario particular de Ernesto Zedillo y, desde entonces, prácticamente las funciones torales de Gobernación se trasladaron a la oficina de Liévano en Los Pinos. Chuayffet quedó con el cargo pero en el ostracismo político. Todavía le faltaría a Chuayffet pasar el trago amargo de la masacre de Acteal y su salida a principios de 1998, siendo reemplazado por Francisco Labastida, de donde fue enviado al desempleo. Nunca se lo perdonó a Zedillo.
Quizás porque la historia había comenzado de forma diferente. Ernesto Zedillo había iniciado su gobierno con la crisis financiera del 18 de diciembre del 94 y los sucesivos intentos de estabilización política de su secretario de Gobernación, Esteban Moctezuma, habían fracasado: intentó sacar a Roberto Madrazo de la gubernatura de Tabasco y fracasó, Eduardo Robledo había accedido a dejar la de Chiapas en un intento gubernamental para contentar a los zapatistas luego del fracaso del intento de detención de Marcos el 9 de febrero, unos días después era detenido Raúl Salinas de Gortari y todo indicaba que venía un proceso de descomposición del priismo peor aún que el de 1994. Una masacre, la de Aguas Blancas y sus videos, hechos llegar a Ricardo Rocha, fueron la gota que tiró primero al gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa pero inmediatamente después al propio Moctezuma. Mientras tanto, Zedillo, cada vez que visitaba el estado de México no dejaba de alabar a su gobernador, Emilio Chuayffet, y luego de una de esas giras decidió convertirlo en el nuevo secretario de Gobernación. Pero no sería un secretario de Gobernación más: su toma de posesión se hizo en Palacio Nacional, con la presencia de todos los miembros del gabinete y, por supuesto, los medios. En los hechos, en el discurso, en la forma y en el fondo, Chuayffet era presentado no como el secretario de gobernación sino como el virtual primer ministro de la administración Zedillo. Eso cambiaba todo y convertía al ex gobernador mexiquense casi en el sucesor nato de Zedillo. Comenzó con mucha fuerza y logró éxitos importantes, sobre todo en Chiapas y en el control de la clase política, incluyendo la muy importante reforma electoral del 96. Pero también cambió su imagen, su corte de cabello, adelgazó (dejó por un tiempo su vicio, en este caso poco peligroso, por lo menos en términos de imagen pública, de comer chocolates) y comenzó a presentarse como una figura presidenciable. Tenía control y sabía ejercerlo. Pero comenzó a cometer errores, algunos por decisiones suyas, otras por seguir órdenes del presidente y otros porque se sentía presidenciable: uno de ellos, grave, fue desconocer en los hechos la 17 asamblea del PRI que había presidido Santiago Oñate y había organizado César Augusto Santiago y que fue la que puso los famosos candados. Tres días después de concluida la asamblea, fue retirado de su cargo en el consejo político Santiago (se colocó en su lugar a Esteban Moctezuma) y semanas después salió Oñate, que fue reemplazado, en un directo dedazo presidencial por Humberto Roque. La operación la controló Chuayffet desde Gobernación y se comprometió con el presidente Zedillo de que ganaría las elecciones de medio término, incluyendo los comicios capitalinos. Cometió excesos: quizás uno de los mayores fue imponer como candidato en la ciudad de México a Alfredo del Mazo por encima de José Antonio González Fernández, que parecía el candidato natural en aquellos comicios: difícilmente le hubieran ganado a Cárdenas, pero quizás no hubieran perdido todos los distritos y con ello no hubieran perdido, tampoco, la mayoría en la cámara de diputados. Después de esa elección y de la sesión del tercer informe de gobierno de Zedillo, aquel que fue contestado por Porfirio Muñoz Ledo, el secretario Chuayffet sabía que su estrella se había apagado y simplemente unos meses después, hace ahora casi exactamente seis años, salió del equipo en el poder por la puerta trasera.
Hoy regresa como coordinador de por lo menos una de las dos fracciones en que se ha dividido la bancada priista en la cámara de diputados. Hace unos meses se hubiera conformado con mucho menos: pretendía ser, por formación era una posición lógica, el presidente de la comisión de gobernación y puntos constitucionales de la cámara. Elba Esther Gordillo cometió el grave error de subestimarlo y dejarlo sin nada. Y si Chuayffet puede ser un buen político como amigo, como enemigo es encarnizado. Llega ahora el ex gobernador a la coordinación parlamentaria de una forma extraña: es una suerte de candidato de compromiso entre Roberto Madrazo y Arturo Montiel, el gobernador del estado de México. No hay una alianza formal entre ambos, pero sí hubo un acuerdo para deshacerse de Gordillo y necesitaban una figura de peso que pudiera ser viable como sucesor de Elba. Lo encontraron en Chuayffet. Madrazo quizás pensando en que de esa forma Chuayffet le debería su regreso por la puerta grande a la política y le podría abrir un espacio en un estado de México que no quiere al presidente del partido. Montiel quizás suponiendo que de esa forma daba un paso más en la búsqueda de su camino hacia la candidatura, colocando a un paisano en la coordinación. Pero si ambos creen que con ello tendrán un personaje a modo en la coordinación se equivocan o no conocen a Chauyffet. Este llegará con su propia agenda y no trabajará, en sentido estricto, ni para uno ni para otro. Exigirá un margen amplio de autonomía y de protagonismo. Habrá que ver como le va porque la crisis priista está muy lejos de haber concluido con su designación el día de ayer: en realidad pareciera que apenas comienza y en ese trabajo político que viene, el también ex presidente del IFE (cuando éste aún no estaba ciudadanizado) ganará puntos e independencia o se desgastará rápidamente.
El secreto de lo que sucederá en el PRI, lo decíamos desde que se incubó la crisis, está en los gobernadores. Algunos de ellos han reaccionado ante ella pero sus decisiones son tardías porque muchos están atendiendo varios frentes simultáneamente: su propia sucesión en la mayoría de los diez estados que tendrán elecciones el año próximo y, en por lo menos cinco de ellos, sus ambiciones presidenciales para el 2006. Están enfrentados a Madrazo pero muchos tampoco estaban ya de acuerdo con Elba, y Madrazo les ha ofrecido un regalo envenenado: abstenerse en esta disputa interna a cambio de que las candidaturas en sus estados sean de unidad, léase que puedan imponer sus candidatos, un seguro indudable tanto para una salida tranquila de sus administraciones como una base para seguir construyendo hacia el futuro sus carreras políticas. Pero la pregunta que se hacen los gobernadores es si pueden confiar en Madrazo, luego de lo sucedido con las listas plurinominales, donde dejó fuera a la mayoría de los candidatos de los propios gobernadores o de los sectores con los que se había comprometido. Si Chuayffet logra un margen de operación con esos gobernadores, podría consolidar su posición.
Una cosa, quizás opere a favor de Chuayffet: ahora, luego de una exitosa y rápida carrera, sabe, después de su caída en el 97, a qué sabe la derrota, la personal, la íntima. Si aprendió de esa lección será un protagonista a tomar muy en cuenta, sino será, uno más de esos regresos que, como estrellas fugaces, acostumbra en los últimos años escenificar el priismo.