Hace casi dos años el gobierno de Fernando de la Rúa cayó en forma estrepitosa como consecuencia de un levantamiento popular que se cansó de los desaciertos presidenciales y del desprestigio de todos los grupos políticos importantes del país; la consigna que aglutinó a los manifestantes que terminaron derrocando el gobierno de De la Rúa, fue contundente ?que se vayan todos?. No estamos en una situación similar, a la de Argentina, porque nuestras instituciones y nuestra economía son pese a todo, mucho más sólida que de la nación sudamericana, pero nuestros actores políticos no parecen comprender que en el ámbito de las percepciones que comienza a crecer peligrosamente por el deterioro institucional y social que ello representa.
Hace casi exactamente dos años el gobierno argentino de Fernando de la Rúa cayó en forma estrepitosa como consecuencia de un levantamiento popular que se cansó de los desaciertos presidenciales y del desprestigio de todos los grupos políticos importantes del país: la consigna que aglutinó a los manifestantes que terminaron derrocando el gobierno de De la Rúa, fue contundente: "que se vayan todos", es lo que demandaban como un rechazo a todas las fuerzas políticas del país, desprestigiadas en dosis similares.
No era para menos, después de la década de relativa estabilidad y escandalosa corrupción de Carlos Menem, De la Rúa había llegado apenas dos años antes a la presidencia con un programa que prometía honestidad, reducir a la mitad el desempleo abierto, relanzar el sistema de educación pública y distribuir más equitativamente la renta nacional. A su caída no se había cumplido con ninguno de esos objetivos y la economía estaba en una crisis sin salida. Desde entonces han pasado exactamente dos años, Argentina ha tenido varios presidentes y apenas hace unos meses pudo elegir democráticamente a uno, Néstor Kichner, que con base en trabajo y un discurso muy directo está comenzando a recuperar algo de la confianza de la ciudadanía. No le será sencillo por la profundidad de la crisis y por la balcanización del poder durante varios años de vacío, contradicciones y rupturas entre los grupos políticos. La mejor demostración de la debilidad del sistema de partidos fue la propia elección de Kichner: es presidente con aproximadamente el 25 por ciento de los votos.
No estamos en una situación similar, análoga a la de Argentina, probablemente porque nuestras instituciones y nuestra economía son, pese a todo, mucho más sólidas que la de la nación sudamericana, pero nuestros actores políticos no parecen comprender que en el ámbito de las percepciones comienza a crecer peligrosamente (y decimos peligrosamente por el deterioro institucional y social que ello representa) ese mismo sentimiento ante los políticos que hizo estallar la crisis argentina: "que se vayan todos".
Es verdad que existe todavía un abanico de opciones, que todavía se mantiene, en el presente o en el futuro, un margen de expectativas de la ciudadanía, pero el deterioro de los partidos y los gobernantes y la imagen que están dando es lamentable. Veamos simplemente lo vivido el día de ayer. Según el subsecretario del trabajo Jaime López Buitrón, el sistema nacional de empleo es tan eficiente que cada quince segundos se crea un nuevo puesto de trabajo. Ello implicaría la creación de poco más de dos millones 100 mil empleos al año. Quizás como artilugio publicitario puede servir (si George Bush no tuvo empacho en posar con un pavo de plástico en Irak el día de acción de gracias haciendo como que servía pavo a los soldados para que así se viera en fotos y en la televisión, pese a que ese día los soldados recibieron su guarnición cotidiana que, por supuesto no contaba en absoluto de trozos de esa ave, en términos de manipulación seguramente todo se vale) pero en realidad lo que genera es una profunda irritación porque el subsecretario estaba mintiendo y la gente no tendrá las cifras en la mano pero lo sabe, lo vive cotidianamente. En los hechos, como lo reconoció el propio Carlos Abascal, este año apenas se crearon entre 250 y 300 mil empleos y muchos de ellos en condiciones laborales muy precarias. Si nuestra tasa de desempleo continúa siendo formalmente baja es porque la forma de medirla es ridícula: cualquiera que haya recibido una oferta de trabajo, aunque no esté trabajando, se lo considera empleado; si ha trabajo aunque sea una hora a la semana en la informalidad y recibido algún tipo de pago, se lo considera empleado, a las amas de casa se los considera empleadas, aunque deseen trabajar y no encuentren un puesto. Pero eso no oculta el problema, este mismo lunes decíamos que el desempleo es la mayor preocupación para la ciudadanía: nada menos que el 72 por ciento de la población lo considera el mayor problema del país. ¿En ese contexto quién puede asegurar que se crea un puesto de trabajo cada quince segundos?¿dónde?¿quién le creerá?
El gobierno está equivocando su estrategia y provocando una mayor irritación social con este tipo de declaraciones, que van de la mano con el país maravilloso del presidente Fox o las cifras divulgadas con motivo del tercer año de la administración, cifras que no necesariamente son falsas, sino que, calculadas contra otros periodos o indicadores, o con los mismos indicadores pero de otras instancias gubernamentales, son contradictorios. En lugar de asumir los problemas se los edulclora y se cree que así no existen. Y eso genera irritación social.
Mientras el gobierno intenta convencernos de que las cosas van de maravilla y para el presidente su prioridad para el 2004 es seguir enamorado, los partidos y otras instancias de gobierno tratan de demostrarnos cotidianamente su falta de sensibilidad o su predisposición para una política basada sólo en defender sus intereses de sector. Del PRI no puede ni siquiera hablarse: lo sucedido en estos días es, simplemente, vergonzoso. Una lucha de poder cargada de adjetivos, zancadillas, golpes internos y sin un sentido político que vaya más allá que el propio control del poder interno. Nadie puede decir que alguien ha salido fortalecido, en el PRI, de esta crisis pública y evidente. En el PAN siguen sin darse por enterados de que son el partido en el gobierno y no sólo el partido no aparece (apenas ayer dio a conocer una propuesta fiscal) sino que se ha transformado en uno de los mayores escollos para decisiones claves del propio gobierno, como la ratificación de Guillermo Ortiz en la gubernatura del Banco de México, o para la designación del ministro de la Suprema Corte que deberá reemplazar a Juventino Castro y Castro. El PRD cree que cosechará aislándose (¿cuántas veces en sus quince años de historia el perredismo ha recurrido a esa misma estrategia sin que le dé, como partido, resultados?), o presentando propuestas como la fiscal que dio a conocer el domingo y que ayer entregó a la cámara de diputados, que no tienen la menor seriedad financiera y fiscal.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador en la capital, el político más popular del país según las encuestas, recurre a medidas que no terminan siendo escandalosas porque sus homólogos federales y los partidos cometen tantos errores y generan tantos escándalos, que le quitan la atención pública a la administración capitalina: las propuestas de López Obrador en términos presupuestales harían enrojecer a cualquiera de los "neoliberales" del gobierno, Andrés Manuel sigue recurriendo al endeudamiento (total es federal, no local, o sea que lo pagará la federación no el gobierno capitalino), impulsa una nueva ley que le permite reasignar los recursos presupuestales para dónde el fin que desee sin siquiera informarle a la asamblea legislativa, se queda con los recursos que ahorren hasta las instituciones descentralizadas para utilizarlo en los programas que desee sin tener que rendirle cuentas a nadie (la propuesta que había votado la anterior legislatura y que López Obrador rechazó, no aplicó a pesar de que tenía fuerza de ley era que de los ahorros disponibles mitad tenía que utilizarse en pago de deuda y la otra mitad en programas sociales cumpliendo con el requisito de informar a la asamblea hacia donde se habían dirigido esos recursos). René Bejarano ataca al instituto electoral del DF sin consecuencias políticas, bloquea el acceso a la información pública, mayoritea en la ALDF. Y creen que no pasa nada mientras el jefe de gobierno habla con su dedito.
La lista podría seguir con la mayoría de los estados de la república y también con los partidos menores. El hecho es que nadie puede creerles a esos dirigentes partidarios y funcionarios públicos cuando aseguran que anteponen los intereses del país a los propios. No es, no parece ser verdad, y si lo es, lo disimulan muy bien. No comprenden que la gente se cansa: de la irritación a la consigna de "que se vayan todos" no hay una distancia tan grande como algunos dirigentes partidarios y funcionarios públicos creen. Y la parálisis, mientras tanto, persiste.