Andrés Manuel ha sido la figura política de este 2003. Ha capitalizado su popularidad en la ciudad de México pero también en varios puntos del país donde el PRD ni siquiera figura. Ha logrado, también, el apoyo involuntario como el presidente Fox. A López Obrador este año le ha ido bien especialmente bien porque ha utilizado el sentido común y ha recurrido al manejo político para solucionar los problemas.
¿Qué duda cabe que Andrés Manuel ha sido la figura política de este 2003?. Ha capitalizado su popularidad en la ciudad de México pero también en varios puntos del país donde el PRD ni siquiera figura. Ha logrado, también, el apoyo involuntario de muchos otros actores que, como el presidente Fox estuvieron muy por debajo de sus posibilidades y expectativas.
A López Obrador este año le ha ido especialmente bien porque ha utilizado el sentido común y ha recurrido al manejo político para solucionar los problemas. En realidad, ni la seguridad está mucho mejor que en el pasado, ni tampoco el transporte, el empleo o la calidad de vida en la capital del país. Pero ha logrado algo que los demás actores no pudieron desarrollar: la generación de expectativas. Las cosas en la ciudad de México no están mucho mejor que hace tres años, pero existen expectativas de que la situación puede mejorar y López Obrador es el gobernante que ha sabido capitalizar esas expectativas. Y ese es su principal logro. Se ha hablado de que eso lo ha logrado por su manejo de los medios, por sus conferencias de prensa matutina, por la recursos entregados a las personas de la tercera edad, y todo ello es verdad. Pero ha sabido hacerlo basándose simplemente en el sentido común y el manejo político. ¿Quién vio, por ejemplo, a López Obrador involucrado de lleno en el reciente y desgastante, para todos, debate sobre la reforma hacendaria?. No estuvo en un debate en el que sabía que no tenía mucho que ganar involucrándose y que, por otra parte, sin participar lo podía hacer ganador por cualquiera de las dos vías posibles: si la reforma se aprobaba, el no hubiera tenido que asumir los costos y sí los beneficios con varios miles de millones de pesos adicionales para su presupuesto. Si no se aprobaba, simplemente se sabía que él y su partido se habían opuesto al IVA en alimentos y medicinas.
Pero además, López Obrador ha crecido porque ha sabido utilizar las políticas públicas para su objetivo, algo que el gobierno federal no hace: ha desarrollado obras de infraestructura que ha vendido por encima de su valor político real (explotando el hecho de que hacia 20 años, desde la época de los ejes viales de Carlos Hank, que la capital del país no tenía obras de infraestructura vial importantes), ha dado sostén a las personas de la tercera edad, apoyando a miles de familias y, por sobre todas las cosas, ha sabido mantener disciplinado a su equipo de trabajo, incluso recurriendo a medidas heterodoxas pero que envían un mensaje muy claro a su propia gente en términos de disciplina.
Un ejemplo, el secretario de Obras del DF puede ser César Buenrostro, pero la encargada de las grandes obras viales es la secretaria de medio ambiente, Claudia Sheimbaum que es en quien el jefe de gobierno confió para sacar adelante las obras al ritmo que el propio jefe de gobierno impone a su administración.
Ha sabido, también y lo ha hecho al más tradicional método priista (que en este sentido parece ser un método prácticamente universal), poner distancia con sus predecesores, pero no sólo ni necesariamente priistas, sino también y particularmente los perredistas, los de su propio partido que, además, eran originalmente competidores en la carrera para el 2006. A poco de iniciar su mandato, López Obrador (o su gente) se desprendió de la poderosa sombra de Rosario Robles, una jefa de gobierno que fue muy popular y, sin duda, a quien el propio López Obrdor le debía su elección. Pero el jefe de gobierno desplazó con rapidez a Rosario y, casualmente, apareció aquella información sobre el "cochinito" que dejó, hasta el día de hoy, herida a Rosario.
La distancia con quien fue en su momento el principal impulsor de López Obrador, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, se fue dando en forma más gradual pero igual de terminante: hablábamos del caso de César Buenrostro, uno de los más firmes partidarios de Cárdenas, que sigue en el gobierno pero desplazado del centro de poder. O ayer mismo, la declaración de Andrés Manuel sobre la investigación a la que se someterá a Samuel del Villar, un hombre cercanísimo a Cárdenas pero que fue un pésimo procurador capitalino, por el hecho de que ahora aparezca alguien que se asume como el verdadero asesino de Alejandro Ortiz Martínez, el hermano de Guillermo Ortiz, hace cinco años. Un crimen que la gente de Del Villar investigó, encontró a los supuestos culpables y los condenó a más de 40 años de cárcel. Pero ahora aparece un asesino confeso. Y recordemos que Del Villar (ahí está como ejemplo el famoso caso Stanley) fue muy propenso a inventar culpables. Y, en ese sentido, López Obrador, en lugar de solaparlo lo está exhibiendo: dudo que pase algo con esta investigación pero Andrés Manuel ya se deslindó de esa historia y del ex procurador incómodo, que ha criticado en muchas ocasiones algunas alianzas de López Obrador como la que implícitamente mantiene con el empresario Carlos Slim.
¿Qué es lo preocupante de López Obrador? Su intolerancia hacia la crítica y hacia los organismos públicos que no dependen de él. Ayer, cuando López Obrador se felicitaba por la creación del Consejo de Información y Transparencia, en realidad estaba festinando algo que fue, para él, una derrota política: López Obrador se opuso terminantemente tanto a la existencia de esa ley como a la creación del Consejo, lo boicoteó, utilizó a la asamblea legislativa para frenar o distorsionar ese consejo, recurrió a la Corte para frenarla. Logró que quien había sido elegido como presidente del consejo, Leoncio Lara (que acaba de ser designado ombudsman universitario en la UNAM) se cansara de tantas agresiones y renunciara, pero las otras dos consejeras, Odette Rivas y sobre todo en forma muy destacada, María Elena Pérez Jaen, dieran una batalla desigual hasta que el propio López Obrador asumió que tenía que aceptar esa ley y esa comisión. Es verdad que la ley con las nuevas reformas se ha distorsionado y que el gobierno capitalino le ha otorgado un presupuesto raquítico, pero el hecho es que, en este caso, López Obrador fue derrotado aunque, una vez más, cuando percibió que esa derrota era inevitable, en lugar de encerrarse en su discurso, trató de modificarlo y lo terminó presentando casi como un triunfo suyo.
La historia se repite con otras instituciones, como la comisión de derechos humanos del DF y, sobre todo, con el Instituto Electoral del DF, al que no le perdona que no organizara una de esas consultas telefónicas que marcaron el primer año y medio de gobierno de López Obrador. Ese es el signo de interrogación que marca a López Obrador: la intolerancia con sus críticos y con quienes tienen posiciones diferentes a la suya, desde la Suprema Corte de Justicia de la Nación, hasta una modesta consejera del instituto de transparencia. Ese es su talón de Aquiles, lo que puede marcar el futuro no sólo de su gestión sino también la forma en que llegará al 2006. Porque recordemos que, sin duda, Andrés Manuel puede ser presidente de la república, pero para ello tendrá que llegar a esa coyuntura apoyado por una amplio frente progresista (el PRD solo no le alcanzará) y para ello tendrá que ser más tolerante y abierto con sus propios aliados y adversarios.
Nada personal
El presidente Fox ha dicho que su empeño en que salga la reforma hacendaria no es nada personal, que se trata "de garantizar el futuro de nuestros hijos". Pero apenas el martes había asegurado que "no me vencerán" quienes se oponen a su propuesta. Resulta evidente que la estrategia, independientemente de que en los próximos días se apruebe o no una reforma similar a la que desea el presidente, es errada. Se olvida que la diferencia fue de sólo 17 votos, y es más fácil conseguirlos por la vía de la negociación, de la persuasión, que por el enfrentamiento, porque este no es el capítulo final de una administración sino una batalla más de un proceso al que aún le restan tres años. Un ejemplo, ahora que se presentó la propuesta panista en la comisión de Hacienda, la polarización puede llevar a que muchos priistas madracistas que, desplazada Elba Esther, pudieran apoyarla, pueden terminar votando en contra sólo para no doblegarse a la estentórea voluntad presidencial.