Nuestra clase política no está a la altura de las exigencias mínimas del país. Quienes tienen el poder y quienes aspiran a él, están alejados casi siempre de la realidad de una forma tan notable que resulta hasta extraño que las cosas no se les hayan ido de las manos como ha ocurrido en otras naciones de América Latina en los últimos años. Quizás, como se dice, es que las instituciones en México han sido más sólidas que los hombres que las encabezan, o que, con todo, la capacidad de ciertas empresas permiten conservar un margen de estabilidad económica y financiera que ha impedido la ruptura. Pero el deterioro ahí está y la decadencia de la clase política se pone de manifiesto en demasiados hechos. Señalemos sólo cinco ocurridos en apenas una semana.
Nuestra clase política no está a la altura de las exigencias mínimas del país. Quienes tienen el poder y quienes aspiran a él, están alejados casi siempre de la realidad de una forma tan notable que resulta hasta extraño que las cosas no se les hayan ido de las manos como ha ocurrido en otras naciones de América Latina en los últimos años. Quizás, como se dice, es que las instituciones en México han sido más sólidas que los hombres que las encabezan, o que, con todo, la capacidad de ciertas empresas permiten conservar un margen de estabilidad económica y financiera que ha impedido la ruptura. Pero el deterioro ahí está y la decadencia de la clase política se pone de manifiesto en demasiados hechos. Señalemos sólo cinco ocurridos en apenas una semana.
Primero, el nicogate, el tristemente célebre caso de Nicolás Mollenedo, el chofer de López Obrador, convertido primero en subsecretario, luego en coordinador de logística y finalmente hasta en el Aguila Dos, o sea en el segundo hombre de toda la estructura de seguridad del jefe de gobierno (y uno se pregunta cuándo cumple con todas esas funciones si tiene que estar conduciendo todo el día un tsuru que vale apenas un poco más que lo que su chofer gana al mes o si, como dice Andrés Manuel, Mollinedo maneja unas 40 personas, cuántos son los que realmente cuidan en un esquema de seguridad disfrazado a Andrés Manuel aunque en la escenografía pública él aparezca sólo y con su chofer a bordo del famoso tsuru). En realidad el problema central no es el sueldo de Mollinedo, ni el que otros cuatro de sus familiares estén en la nómina del GDF, ni que por lo menos otros seis asesores del jefe de gobierno ganan, como el chofer, sueldos de subsecretarios. Lo que molesta es el engaño, el querer presentar una cosa por otra, el doble discurso, el querer tomarnos el pelo con un discurso de austeridad que no se cumple en los hechos o sólo en algunos casos, como molestó, en su momento, el toallagate, las toallas de cuatro mil pesos que se compraban para la residencia oficial de Los Pinos, o los millones de dólares que gasta en una residencia en el distrito XV de París, el efímero representante de México ante la OCDE, Carlos Flores. ¿Qué van a decir ahora todos aquellos que clamaban por la austeridad republicana de López Obrador, como antes por la de Vicente Fox o antes por cualquiera de sus antecesores priistas?. No se trata necesariamente de corrupción, sino de tratar de engañar a la gente con un discurso y con una escenografía política que no se ciñe a la realidad. Y ese es el gravísimo error que cometió en estos días López Obrador. Un error que no va solo, sino que se debe sumar a la aparición de acarreados al más viejo estilo en sus dos últimos actos públicos, a la defensa del responsable de la Hacienda capitalina, Hipólito Ortiz, con orden de aprehensión por haber desobedecido (por indicaciones del propio gobierno capitalino) una orden de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y todo en el contexto de la ola de destapes del jefe de gobierno capitalino por sus propios partidarios.
La segunda muestra la tenemos en el propio presidente Fox: el miércoles se anunció la tasa de desempleo abierto y desde la presidencia se han hecho cualquier cantidad de malabarismos para tratar de disfrazarla: mientras el presidente dijo de que en realidad fue de 2.98 por ciento, la cifra real es de 3.25, el índice más alto de los últimos seis años. Y estamos hablando de desempleo real: o sea aquel mediante el cual, según las extrañas variables que se usan para medirlo, la persona desempleada no trabajó ni siquiera una hora en toda la semana, ni recibió, por el concepto que sea, algún ingreso e, incluso, la que no recibió una oferta de trabajo en ese lapso. El gobierno federal se defendió diciendo que el desempleo en el primer trienio de Zedillo había sido más alto, lo que no dijo es que hoy el desempleo es el doble del que teníamos cuando recibió el poder, en el 2000. Es una torpeza, como lo son las postales que se están distribuyendo del antes y ahora, en la mayoría de los casos basadas en datos falsos, o la nueva campaña sobre los pesimistas y los optimistas, campañas que demuestran que los head hunters se volvieron a equivocar al elegir un nuevo encargado de la imagen presidencial.
Como también se equivocaron, una vez más, en la auditoria que se le realizó en la comisión del libro de texto gratuito a su anterior director, Antonio Meza, actual cónsul en Detroit, al que se acusó durante meses de numerosas irregularidades para después aceptar que siempre no, que la que se habían equivocado eran los auditores. Meza tuvo suerte, pudo soportar esa andanada desde un cargo diplomático (primero como cónsul en EL Paso y luego en Detroit, donde ha cumplido con mucha eficiencia su labor), pero otros, como Gerardo Cajiga, oficial mayor de la secretaría de Gobernación al final del pasado sexenio, un funcionario joven y realmente talentoso, que diseñó la reforma del IMSS durante la administración de Genaro Borrego, ha tenido que pasar todos estos años en Harvard, estudiando y dando clases, sin poder regresar al país, por un capricho de sus acusadores de la misma Contraloría de la época de Francisco Barrio. Algún día le dirán como ahora a Antonio Meza, usted disculpe, sus acusaciones fueron necesidades políticas.
Pero mientras unos jóvenes ex funcionarios son perseguidos, otros son promocionados sin pudor. Juan Bosco Martí es el nuevo director para América del Norte de la cancillería: es ingeniero industrial y tiene 27 años, pero según la cancillería tiene "amplia experiencia" en negociaciones internacionales, lo cual resulta improbable porque éste es su primer trabajo en la administración pública y al inicio de este sexenio apenas estaba terminando su licenciatura (que nada tiene que ver con la diplomacia). Bosco Martí será el encargado de la relación, nada menos que con el departamento de Estado que encabeza Colin Powell. Como hay que ser congruentes, reemplaza a Alfonso de Maria y Campos, uno de los más prestigiosos intelectuales y diplomáticos de carrera en nuestro país. Mientras el joven Bosco, sin experiencia diplomática ni laboral se las verá de buenas a primeras con Powell y sus muchachos, don Alfonso fue enviado de cónsul a San Francisco.
Otra historia para documentar nuestro optimismo, como diría Carlos Monsivais: el gobernador de Morelos, Sergio Estrada Cajigal, que la semana pasada ordenó el desalojo de la alcaldía de Tlalnepantla, argumentando que en su estado no privaría "el espíritu de Atenco" y que allí lo que había en realidad no eran protestas sociales sino un campamento y base guerrillera (lo que fue desmentido incluso por la secretaría de Gobernación) aceptó otorgar una "tregua" a los habitantes de esa comunidad para que puedan volver a sus hogares. Estrada Cajigal es uno de los gobernadores más erráticos del PAN, casi a niveles similares de Antonio Echeverría y Patricio Patrón Laviada. La demostración es sencilla: en tres años no ha logrado que el congreso local le apruebe, ni siquiera en una ocasión, el presupuesto estatal, ni la cuenta pública, y las denuncias por diversos escándalos en los que se ve involucrado el gobernador sacuden la entidad un día sí y el otro también. Quizás el antiguo sistema era excesivamente autoritario, pero en el pasado, ya se estaría hablando de que Estrada le diera una tregua a los morelenses y del nuevo gobernador interino.
Y la lista de la semana podría seguir: Madrazo hablando de preservar la unidad del PRI, los panistas convertidos en los peores enemigos de otros panistas, Leonel Godoy declarando que para su partido, el PRD, la democracia significa ir contra el PRI. Y todos los que usted quiera sumar. Ponchito tiene material de sobra para sus próximos libros sobre frases célebres.
Clinton y Zedillo
Ernesto Zedillo tenía dos preocupaciones básicas al hablar del fin de su sexenio: dejar una economía sólida que no cayera en la cíclica crisis sexenal y que el proceso electoral del 2000 fuera limpio, por el cual nadie lo pudiera acusar de fraude, entregándole el poder a quien ganara en esos comicios. Se equivocó en muchas otras cosas, pero logró los que eran sus dos objetivos centrales. Por eso el reconocimiento de Clinton en Davos, y por eso mismo, paradójicamente, el rechazo a Zedillo por el priismo duro, madracista, que hubiera preferido una crisis financiera y electoral a aceptar dejar el poder.