JLP-Fox: dos presidentes, dos historias
Columna JFM

JLP-Fox: dos presidentes, dos historias

José López Portillo dijo en una entrevista para proceso que él había sido ?el último presidente de la revolución?. Efectivamente lo fue y terminó demostrando porqué ésta se hallaba agotada desde tiempo atrás, porqué había llegado a su límite. Con la reforma política, le abrió camino a la izquierda, con su corrupción, con su errática política económica, con su endeudamiento desorbitado y con su estatización de la banca, le abrió camino a la derecha, le terminó dando espacios y ambiciones de poder real al PAN. Vicente Fox es heredero político directo de ese movimiento involuntario. Entre José López Portillo y Vicente Fox difícilmente se pueden encontrar puntos de contacto. Sin embargo, los paralelismos, ahí están, aunque tengan como consecuencia efectos contrarios a los originales.

José López Portillo dijo alguna vez en una entrevista con proceso que él había sido "el último presidente de la revolución". De alguna forma tenía razón: cuando debió decidir quién sería su sucesor y tuvo que elegir entre un hombre que provenía del sector financiero y sin ninguna de las credenciales revolucionarias pero con sólidos conocimientos económicos como Miguel de la Madrid, frente a Javier García Paniagua que era el paradigma político de los dirigentes revolucionarios, López Portillo tuvo el buen tino (¿usted se imagina en aquellos años y con una crisis económica, financiera y política de esa magnitud a García Paniagua como presidente de la república?: yo sinceramente no) de optar por Miguel de la Madrid, sabiendo que éste haría, en la economía y la política, exactamente lo contrario de lo que creía el propio López Portillo. Todavía, un par de meses antes del cambio de administración, con De la Madrid ya como presidente electo, López Portillo -en aquel por muchas razones inolvidable primero de septiembre del 82- decidió estatizar (nacionalizar, se dijo) la banca y establecer el control de cambios.

Quizás fue, sabiendo que con su fracaso se cerraba el ciclo revolucionario, una última demostración de poder, un gesto más teatral que político, con el que quería dejar no sólo su huella sino marcar históricamente la diferencia con su sucesor, ejercer el último acto de la revolución fenecida, porque era obvio que éste, en cuanto tomara el poder buscaría revertir esa disposiciones, aunque por su propia dimensión, eso apenas se pudo terminar de efectuar hasta la etapa final del gobierno de Carlos Salinas.

López Portillo fue, efectivamente el último presidente de la revolución y terminó demostrando porqué ésta se hallaba agotada desde tiempo atrás, porqué había llegado hasta su límite: el gobierno de López Portillo representó las posibilidades y la dimensión del fracaso de los viejos gobiernos revolucionarios. Es verdad: López Portillo impulsó la reforma política de Reyes Heroles, legalizó al partido comunista y abrió cauces a medios y comunicadores que poco antes habían sido perseguidos por su antecesor Luis Echeverría. Pero, también, por una de esas extrañas paradojas de la política, impulsó la reforma política de una forma involuntaria que nos ha llevado a donde estamos hoy. Cuando realizó su campaña electoral, López Portillo no tuvo rival: no hubo un candidato presidencial al que enfrentarse: la izquierda real estaba encarcelada y el PAN se encontraba en medio de una crisis de tales dimensiones que le impidió siquiera tener un candidato. Si JLP con la reforma política, le abrió voluntariamente el camino a la izquierda, con su corrupción, con su errática política económica, con su endeudamiento desorbitado y sobre todo con la estatización de la banca, le abrió el camino a una derecha que se escenificó sobre todo en quien era entonces el líder de la Coparmex, Manuel Clouthier, que le terminó dando un nuevo sentido y nuevas causas al PAN hasta convertirlo, tres sexenios después, en el partido en el poder. El PAN no lo hubiera logrado sin ese aporte que muchos identificaron con los bárbaros del norte, pero que trascendía ese espacio físico y político, que fue el que le terminó dando espacios y ambición de poder real al panismo. Vicente Fox es un heredero político directo de ese movimiento que generó involuntariamente el propio López Portillo que, como buen presidente "revolucionario", estaba convencido de que la derecha ya no tenía espacio social ni político en el país. Obviamente también en eso se equivocó.

Lo que hizo, de la mano con Jorge Díaz Serrano, en el terreno petrolero fue, literalmente increíble: logró levantar en unos años la industria petrolera hasta colocarla entre las principales del mundo. Lo hizo, obviamente a través de un alto endeudamiento, la deuda externa pasó de 21 mil a 72 mil millones de dólares, pero también de la mano con unos precios del crudo históricamente altos. El error de López Portillo no fue ese: fue pensar que los precios nunca caerían, fue no reinvertir esos recursos que se terminaron encaminando en un porcentaje demasiado alto a la corrupción, fue pensar que la fuerza de la voluntad podía imponerse a los fenómenos económicos nacionales e internacionales y jamás poner orden en su equipo, entre sus colaboradores, para dirigir su administración en un mismo sentido.

Las frivolidades de López Portillo, su familia y sus colaboradores se contradecían con su capacidad intelectual, su generosidad con los movimientos sociales y políticos que eran avasallados en el resto de América Latina en aquellos años, se contraponían con los errores cometidos en la relación con Estados Unidos (se encargó de poner distancia a James Carter al tiempo que se endeudaba a niveles inauditos con Estados Unidos y dependía económicamente de éste para las ventas de petróleo: terminó contribuyendo, como a nivel nacional, a abrirle el camino a la derecha, a Ronald Reagan). La brillantez intelectual no garantiza la capacidad en el gobierno. El carisma y el reconocimiento internacional que en su momento tuvo López Portillo no reemplazaron la incapacidad para darle un destino de certidumbre al país. La corrupción del sistema no pudo ser ocultada por su generosidad política con otras naciones o su voluntad para comenzar a abrir políticamente el sistema.

Vicente Fox: la otra historia

Nadie puede parecer tan alejado de López Portillo como Vicente Fox. Simplemente se trata de dos hombres tan diferentes que difícilmente pueden encontrarse puntos de contacto entre ellos. Y sin embargo, los paralelismos, ahí están, aunque tengan como consecuencia efectos contrarios a los originales
López Portillo tomó una economía empobrecida y la hizo crecer a siete, ocho por ciento mediante el milagro petrolero y a través de ella la dirigió hacia una crisis inimaginable al inicio de su administración. El presidente Fox prometió un crecimiento del siete por ciento y, en los tres primeros años de esta administración el crecimiento sólo ha sido de 0.63 por ciento, más bajo aún que el 0.7 por ciento de crecimiento generado en el primer trienio de Miguel de la Madrid. Existe, empero, una diferencia: mientras ahora las finanzas públicas se cuidan y están en orden, entonces estaban en una alocada carrera. Mientras que entonces se crecía con base en endeudamiento, ahora la deuda real se ha reducido. Pero quizás la mayor diferencia estuvo en la percepción: a fines de los 70 se estaba en la euforia de la administración de la abundancia, ahora se está en la decepción de que el crecimiento que se tenía en el 2000 no se pudo mantener, como tampoco el compromiso asumido.

No cabe duda que, frivolidades aparte, no hay comparación entre la corrupción que hubo en el sexenio de José López Portillo con la situación actual, o que el caso Marta Sahagún no puede compararse con los devaneos de grandeza de la señora Carmen Romano o con la tumultuosa vida amorosa del ex presidente. Pero también es verdad que las ambiciones políticas de Rosa Luz Alegría nunca llegaron al nivel de la señora Fox (aunque habría que preguntarse si Margarita lópez Portillo no ambicionó en su momento mucho más de lo que tenía, pese a que las reglas inflexibles del sistema entonces no se lo hubieran permitido). Sin embargo, lo más notable es la participación de la opinión pública: en esos años, salvo al final de la administración López Portillo, cuando la crisis era ya inocultable, la norma fue la disciplina absoluta al presidente, incluso en los pocos medios nuevos de la época. Hoy, para bien o para mal, la investidura presidencial simplemente casi no cuenta como tal: pero habría que recordar que fueron las propias frivolidades de López Portillo las que iniciaron ese camino.

De linchamientos y acusaciones

Mensaje para secretario de estado serio pero altamente susceptible: hay que ver un programa de televisión completo y hacerlo uno mismo, sobre todo cuando se piensa escribir sobre él. No pedirle a un subordinado que le cuente lo sucedido en tres minutos. Si no, se ven espejismos, no se entiende lo que en realidad se dice y se detectan conspiraciones donde no las hay.

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