El ambiente pesado de las últimas semanas y meses, las advertencias de que las divergencias partidarias pueden derivar en violencia, actuaron con catalizadores del atentado que sufrió ayer el gobernador de Oaxaca José Murat. El estilo político de José Murat debe ser derrotado en el campo de la propia lucha política, en el ámbito electoral, en el debate de ideas y propuestas, pero nunca con la violencia. La pregunta, es que sucedió, quién fue, porqué ese atentado?…
La polarización de la política, el ambiente pesado de las últimas semanas y meses, las advertencias de que las divergencias partidarias pueden derivar en violencia, actuaron con catalizadores del atentado que sufrió ayer el gobernador de Oaxaca, José Murat.
Estamos muy lejos de compartir la forma de entender y hacer política de Murat, quizás él mismo sea uno de los principales impulsores de esa concepción de la política partidaria como búsqueda de enfrentamiento y no de conciliación de opiniones, quizás sus excesos verbales y políticos sean representativos de ese fantasma que se cierne sobre el sistema político nacional. Pero ello no puede justificar, si efectivamente así se dieron las cosas, un atentado en su contra del que muy afortunadamente salió ileso, por su bien, el de su familia y el de la propia política nacional. Muy probablemente Murat y el estilo político que él representan deben ser derrotados, pero si es así, se los debe derrotar en el campo de la propia lucha política, en el ámbito electoral, en el debate de las ideas y las propuestas. Ni con él ni con nadie, la opción puede ser la violencia, ni mucho menos la eliminación física del adversario. Esa opción, simplemente, no puede ser válida, ni legítima, ni ética ni moral. Nadie gana con lo ocurrido, y todos, amigos y adversarios de Murat, pudieron perder ayer mucho.
La pregunta, en todo caso, debe ser qué sucedió, quién fue, porqué ese atentado. Lo ocurrido es extraño: es una operación realizada en una zona muy concurrida en plena ciudad de Oaxaca, donde es emboscado el gobernador por un comando que está lejos de la cruel eficiencia de los ejecutores de los narcotraficantes o de los grupos armados. Murat es un político que suele cosechar tempestades, por su carácter, por su forma de enfrentar a sus adversarios, pero en el terreno político no existe causa alguna para buscar su eliminación física. Se equivoca, quizás alterado por el momento, su vocero Carlos Velasco cuando dijo, en la mañana del atentado, que siendo Murat un político había que buscar en la política a los responsables del mismo. Primero se debe saber qué sucedió, cómo se dieron los hechos y quiénes, cómo y porqué buscaron atentar contra el gobernador. No creo que esos responsables estén en la política partidaria.
En el ámbito de la política legal, legítima, no existen razones para un acto de esas características. A Murat, los aliados en torno a Gabino Cué, el PAN, el PRD, Convergencia, lo quieren derrotar en las urnas (y según las encuestas tienen amplias posibilidades de hacerlo si mantienen su unidad), no derrocar en la lucha de barricadas ni menos matarlo. Es verdad que el gobernador ha dejado en su gestión muchos damnificados y que él mismo ha sido protagonista en su larga historia política que incluyen muchos hechos controvertidos: a Murat le ha tocado participar en momentos tan complejos como los violentos enfrentamientos entre la Cocei y el PRI en el Istmo durante años; en aquella ocasión en la que defendió a Luis Echeverría cuando el entonces presidente visitó la UNAM y alguien lo golpeó con una piedra en la cabeza (de ese incidente surgieron varias carreras políticas: un fue la de Jorge Carrillo Olea, otra la del propio José Murat); incluso, como relata en detalle Federico Arreola en su reciente libro Así Fue, en la organización del acto en Lomas Taurinas donde fue asesinado Luis Donaldo Colosio. Pero los adversarios políticos legítimos de Murat no están recurriendo a la violencia para vencerlo, y es de esperar que el gobernador, pasado este incidente, tampoco piense en ella para doblegarlos. Con todo, Murat es un hombre que sabe que la espiral de violencia que ello implicaría para un estado tan volátil como Oaxaca sería muy probablemente incontrolable.
Otra opción podrían ser los grupos armados que existen desde hace años en su estado. Sin embargo, resultaría un contrasentido: Murat durante su propia campaña electoral, llegó a una suerte de acuerdo implícito con los grupos armados en el estado cuando muchos de sus integrantes estaban presos luego de los atentados en la Crucecita (en las bahías de Huatulco) y Tlaxiaco, y paulatinamente los fue dejando en libertad, hasta que salvo los acusados de delitos federales permanecen en prisión. Salvo que haya ocurrido algo extraño en la relación con esos grupos, se esperaría que la tregua implícita que han mantenido durante la gestión de Murat, se mantuviera en su ultimo tramo en el poder. Además, muchos de esos sectores tienen una militancia destacada en la disidencia magisterial, crudamente enfrentada con Elba Esther Gordillo: siguiendo aquella máxima de que los enemigos de mis enemigos son mis amigos, la relación de Murat con muchos de esos sectores es relativamente buena.
Otro grupo que podría realizar una acción de estas características serían los relacionados con el narcotráfico. Oaxaca es una entidad con una altísima incidencia del narcotráfico, sobre todo en la zona del Istmo. Pero todos sabemos que un comando de sicarios del narcotráfico, por la causa que fuera, no organizaría de esa forma un atentado. Los narcotraficantes, cuando ajustan cuentas, simplemente lo hacen y su índice de efectividad es trágicamente alto.
Este atentado es extraño, parece cosa de improvisados, por decir lo menos: se realiza en una zona muy difícil y transitada de la ciudad; emboscan al gobernador y su custodia pero prácticamente nadie, ni de los atacantes ni de sus víctimas potenciales, sale lastimado. Unos pueden ponerse felizmente a resguardo y los otros escapar sin problemas, dejando, además, un mapa con las vías de escape y la planificación de la operación, algo insólito en un comando dispuesto a algo tan grave como atentar contra una autoridad estatal. Además, todo ocurre en un momento complejo de la campaña electoral, cuando el PRD y el PAN parecían haber superado, apenas ayer, las tensiones derivadas de los videoescándalos para mantener su alianza opositora, y cuando en el congreso avanza la decisión de obligar al gobierno estatal a permitir que la Auditoria General de la Federación, que depende del congreso de la Unión, audite la forma en que el gobierno local ha utilizado los recursos federales entregados al estado vía el llamado ramo 33, destinados para gasto social. Una auditoria que Murat había rechazado argumentando, como otros gobernadores, la autonomía de su estado para manejar sus recursos.
Lo mejor, sin duda, sería que la Procuraduría General de la República atraiga el caso y se dé una investigación real, a fondo, de lo sucedido. Que todos los actores involucrados mantengan mientras tanto la calma, aprovechando que, pese a todo, nadie salió lastimado. Que se extiendan garantías a todos los actores del proceso electoral, particularmente a Ulises Ruiz y Gabino Cué, para que puedan continuar con sus campañas proselitistas. Y que el gobernador Murat, pese a lo difícil y confuso del momento (quizás precisamente por eso) aquilate bien el peso de sus palabras y acciones.
La clave es la investigación y la atracción del caso por la PGR. Escribo estas líneas desde Ciudad Juárez, un territorio asolado desde hace años, precisamente, por la violencia. Pero un estado, también, donde hace tres años, su gobernador, Patricio Martínez, sufrió un atentado mucho más serio, más grave del que le tocó sufrir a José Murat en esta ocasión: Murat y su custodia salieron ilesos, Martínez recibió un disparo en la cabeza que lo tuvo durante días al borde de la muerte, de la que se salvó milagrosamente. El caso, en su oportunidad, no fue atraído por las autoridades federales, porque las estatales se reservaron el derecho de la investigación: en el caso de Patricio, la autora está detenida, aunque nunca ha dicho quién o qué la llevó a cometer ese atentado. Pero la sombra de la sospecha, de todo tipo, ha rodeado desde entonces ese incidente. En este caso, afortunadamente sin víctimas que lamentar, debería haber una investigación seria y expedita de las autoridades y mucho menos vehemencia declarativa de algunos actores políticos. Lo importante en todo caso, es que nadie, ayer, salió físicamente lastimado, lo lamentable es que la que sufrió es la competencia democrática.