¿Qué mejor homenaje en el décimo aniversario del asesinato de Luis Donaldo Colosio, que la propuesta presentada ayer por el gobierno federal para realizar una tímida reforma política que modifique algunos aspectos más ominosos del actual sistema electoral y de partidos. Se trata de una reforma corta, que busca dar un primer paso, llegar a acuerdos específicos, que sean viables para todos los partidos.
¿Qué mejor homenaje en el décimo aniversario del asesinato de Luis Donaldo Colosio, un hombre que, entre otras razones, murió como consecuencia de esa concepción de la política entendida no como vía de entendimiento y relación entre sus actores principales sino de enfrentamiento y violencia, de intolerancia e incapacidad para llegar a acuerdos, que reformar a los propios partidos políticos y el sistema electoral? En el marco del profundo deterioro de la vida política nacional, del desprestigio de los partidos y de los políticos, la propuesta presentada ayer por el gobierno federal para realizar una tímida reforma política que modifique algunos de los aspectos más ominosos del actual sistema electoral y de partidos, debe ser recibida como un soplo de aire fresco en la vida nacional.
Hasta ahora, la administración Fox había apostado a las llamadas reformas estructurales: la fiscal, la energética, la laboral, entre las más destacadas. Fracasó en todas. No comprendió que el problema mayor no eran las reformas en sí, sin dudas necesarias, incluso imprescindibles, sino que lo que no funciona es el sistema político: un sistema que está paralizado desde 1997 cuando cambió uno de sus supuestos básicos: que el partido que detentara el poder ejecutivo, fuera el mismo que controlara el legislativo. Desde aquella elección, cuando el priismo perdió el control, la mayoría absoluta en el congreso, el sistema se paralizó, dejó de funcionar, porque sencillamente no existe nada que induzca a los partidos a conformar nuevas mayorías. Por eso, antes de insistir en las grandes reformas estructurales, hay que avanzar en las reformas políticas que permitan adaptar el sistema a las nuevas necesidades y exigencias del país y de la sociedad.
Esta iniciativa de reforma que se presentó ayer al congreso, como las propuestas que estaban trabajando los partidos tanto en la cámara de diputados como de senadores, no alcanza a cubrir ese espectro. Se trata de una iniciativa de reforma "corta", que busca dar un primer paso, llegar a acuerdos específicos y, además, que sean viables para todos los partidos. Y, obviamente, en la situación en que todos se encuentran será por lo menos difícil que cualquiera de ellos puedan resistirse a avanzar en capítulos que son, lisa y llanamente, parte del más profundo reclamo social. Si los partidos quieren comenzar a limpiar en algo su imagen deben sacar, por lo menos, los aspectos sustanciales de estas reformas.
Tres son los ejes de la iniciativa y los tres son positivos: en el ámbito de la transparencia y la rendición de cuentas, le otorga mayores facultades de fiscalización al IFE, eliminando, entre otros aspectos, el secreto bancario, fiscalizando los gastos de precampaña; las actividades de promoción del voto (utilizada en ocasiones por los partidos como una forma encubierta de publicidad política y de canalizar recursos a campañas o candidatos) queda como una facultad exclusiva del IFE; se prohíbe la publicidad gubernamental hasta 30 días antes de la elección. Por otra parte se reduce el financiamiento a los partidos, reduciendo, simultáneamente los recursos privados que pueden recibir. El costo de las campañas se reduce 50 por ciento en las elecciones intermedias y 25 por ciento en las presidenciales, modificando, por lo tanto, la fórmula para calcular el financiamiento público a cada uno de los partidos (actualmente se aplica una fórmula que incrementa geométricamente esos recursos); los partidos que pierdan el registro deberán reintegrar su patrimonio al Estado y no como ahora, que se quedan por completo con ello. Tan importante como lo anterior es la decisión de celebrar en una misma fecha todas las elecciones de cada año (tanto las federales, como las estatales, sean de gobernador como de congresos locales, como las municipales). Y finalmente se reduce el tiempo de las campañas, quedando de 90 días para presidente, 60 días para gobernador, 45 días para diputados y senadores y de sólo un mes para diputados locales y municipios. Pero, por como se han dado las cosas, más importante aún parece ser otra propuesta de la iniciativa: que las precampañas sólo podrán durar la mitad del tiempo de lo que duran las propias campañas. Las precampañas son las que han adelantado dramáticamente los tiempos sucesorios, y contribuyen a la paralización de la vida política, además de canalizar, a través de ellas, el financiamiento ilegítimo.
Se trata, sin duda, de una buena iniciativa, quizás incompleta pero que atiende varios de los principales factores de preocupación de la sociedad (y tendríamos que pensar de los propios partidos) respecto a las más notorias insuficiencias del sistema. Es un primer paso, un aspecto que permitiría (si no la congela una absurda guerra por la paternidad de la iniciativa) mejorar la competencia política y tener mayores y mejores controles sobre la misma, evitando episodios bochornosos como los que hemos vivido en los últimos años.
Pero también debemos ser conscientes de que estas reformas, siendo muy específicas y enfocadas estrictamente a lo electoral, no alcanzan para solucionar el problema de fondo, el que paraliza al sistema político e impide construir mayorías. Esta iniciativa permite avizorar el principio de la reforma de los partidos, pero serán necesarias otras que son imprescindibles, particularmente las que atañen al poder legislativo y al ejecutivo. En el primero, es evidente que resulta necesario tomar por lo menos dos medidas: por una parte avanzar en la reelección de los legisladores (sean diputados o senadores) para profesionalizar esa función pero, además, para presionar a los mismos para que su compromiso no sea, como hoy, exclusivamente con sus partidos, sino también con sus electores. De la mano con ello, se debe reducir el número de legisladores: nada justifica que tengamos 500 diputados, y tampoco 128 senadores (con el agravante de que en este caso, con los 32 senadores plurinominales se vulnera el espíritu del pacto federal).
Pero también se deben realizar reformas en el poder ejecutivo. Prácticamente ninguna nación desarrollada tiene un sistema de gobierno netamente presidencialista como el nuestro (el caso de Estados Unidos, como mucho de su sistema político, es casi la excepción que confirma la regla). Si analizamos lo que sucede desde 1997 y se confirmó en las elecciones del 2000 y del 2003 (y si vemos lo que muestra, por ejemplo, la encuesta de María de las Heras para el 2006, con prácticamente un triple empate en la lucha por la presidencia), es evidente que se requiere modificar el sistema para alcanzar mayorías. Y para ello se necesita introducir una figura intermedia entre el presidente y el gobierno cotidiano que pudiera ser un primer ministro o un jefe de gabinete, para que el mismo sea propuesto por el presidente de la república pero con el aval de la mayoría simple del congreso o sólo de la cámara de diputados. Ello permitiría establecer un mecanismo de gobierno diferente pero, además, que coadyuvaría a la formación de mayorías legislativas, ya que esa designación tendría que basarse no sólo en una persona sino también en ciertos compromisos legislativos de quienes votaran por ese primer ministro o jefe de gabinete.
No se trataría ni de una refundación de la república y de cambios drásticos que modificaran por completo el sistema, como para plantearse la generación de una nueva constitución. Pero serían las reformas mínimas, las electorales y las netamente políticas, que serían necesarias para comenzar a poner al sistema en consonancia con la realidad.
Castañeda, que sí
El jueves, Jorge Castañeda le dará el sí a la candidatura presidencial. Ya está consolidado como el cuarto candidato, con una tendencia constante del seis por ciento y va a crecer.
Se fue Hernández Campos
El jueves falleció, aquejado de una larga dolencia, el escritor y periodista Jorge Hernández Campos, fundador y pieza clave del primer unomásuno. Muchos aprendimos de Hernández Campos, algunos le debemos mucho en la construcción de nuestras carreras profesionales, innumerables lectores tuvieron en él un analista implacable de nuestra realidad. Descanse en paz, don Jorge y un abrazo a los suyos, en particular a nuestro amigo, su hijo, el fotógrafo David Hernández Bico.